Olvídate de todas las
“peligrosas” mentiras que te contaron en el MBA. No seas “cándido”, palabras
como liderazgo, compromiso o resultados empresariales no tienen ningún
sentido para los altos directivos, si estas no sirven para sobrevivir y
mantenerse en sus puestos. Sólo la estupidez te puede hacer pensar que los
sistemas de RRHH que tú con tanta pasión intentas implantar tienen importancia
para ellos. Para ellos realmente son maquillaje. Son sólo sistemas que
utilizarán para legitimar su poder y para promover a aquellos que den más poder
para su clan y promover las ideas que ellos consideran clave del éxito de esta
organización. Me dijo: nunca debes
olvidar que los resultados empresariales no son el fin para los altos
directivos, son el medio para ganar y derrotar a sus enemigos. Me dijo:
¡Abre los ojos o morirás pronto! Curiosamente, acertó.
Y me dijeron tendrás un mentor…
Recuerdo, a altas horas de la
noche trabajando en mi oficina con mis colaboradores en la implantación de uno
de esos procesos de cambio organizativo que parecen imposibles, que sonó el
teléfono. Era mi jefe. Me dijo que había hablado con el Presidente y habían
estimado que para mi mejor desempeño me asignarían un “mentor” que me ayudaría
a entender mejor “ciertas complejidades de la organización”. Con el poco tiempo
que tenía, con lo poco que veía a mis jefes y sólo se les ocurría ponerme un
mentor ¡Yo, que había hecho coaching a Directores Generales! ¡A mí, me
ponían un mentor, yo les hubiese puesto uno a ellos!
En un excelente restaurante quede
con mi mentor, recuerdo cuando por primera vez vi aquel señor sexagenario, con
aquella pinta de antiguo…. Recuerdo sus primeras preguntas sobre cuáles eran
mis problemas… Intentaba ser educado. Le comentaba que mis problemas eran los
que siempre había tenido en mi vida profesional: teníamos que implantar
procesos de cambio organizativo y habíamos diseñado procesos de gestión que
chocaban con un primer obstáculo, la alta dirección de la compañía y sus mandos
y que seguramente no se sentirían cómodos con ellos. Pero, esto yo ya lo había
hecho decenas de veces,… Intentando indicarle educadamente que a pesar de sus
canas probablemente había pasado por estas situaciones muchas más veces
que él y que por eso me habían contratado.
Al principio me exasperaba, era
el hombre sin dudas y sólo parecía conocer una palabra: poder. Sólo había una
enseñanza que estaba dispuesto a mostrarme, las “archiconocidas” mentiras
organizativas que cuentan los directivos y la peligrosa dinámica de clanes que
existen en las organizaciones.
Yo le dije que yo era un experto
en cambio organizativo, que cuando era “un junior” ya me habían enseñado a
“oler” los grupos de poder dentro de las organizaciones, le dije que tenía
herramientas (rol map) que en inglés les ponían nombres a eso que él me
estaba intentado explicar, que me habían enseñado los mejores expertos del
mundo en Chicago, le dije que a mí me pagaban para doblegar la voluntad de los
directivos que había utilizado decenas de veces, pero sonreía…. A modo de
amenaza, le recite alguno de los proyectos de cambio organizativo más complejos
que se habían realizado en España donde “yo” había participado. Pero sonreía,
cómo se sonríe ante las “gracias” de un niño.
Cuando miraba a sus ojos tristes,
podía adivinar detrás de ellos a un señor que había sufrido demasiado. Pensaba
que no sabía si era bueno escuchar a alguien tan gastado por la vida. Pero me
dijo algunas de las cosas más interesantes que me han dicho en mi vida de una
forma directa y descarnada.
¿Qué es ser un directivo?
Me dijo no entiendes cuál es
la esencia de ser un directivo, ya que aunque tienes talento y conocimientos,
sabes teorías y organizas bien la información como jamás he conocido y sin duda
has tenido a los mejores profesores, crees que eres un experto del “cambio
organizativo” porque te has paseado por decenas empresas, pero donde nunca has
vivido de verdad el “miedo de un directivo”. Eres un profundo ingenuo incapaz
de sobrevivir en un organización compleja, tu cabeza está llena de “pajaritos
preñados de esperanza” y no de miedo de desaparecer.
Me dijo no me hables
apasionadamente del día que mejorará esta organización, porque ese día, si
llega, tu no estarás. Si te arriesgas demasiado, si aceleras demasiado el ritmo
del cambio no te perdonarán. Tendrás éxito en el primero, en el segundo o en el
tercer cambio, pero conforme más éxitos tengas más peligroso te convertirás y
antes te eliminarán.
Me dijo que nadie como tú para
analizar las características de un directivo y buscar sistemas de retribución
que pueden alinear su voluntad, nadie sabrá mejor que tú determinar las
competencias que son necesarias para que esta cultura cambie. Pero no entiendes
que el único interés del directivo es buscar su permanencia. Su expresión
favorita era ¡despiértate y no me hables de tonterías, háblame de la
realidad!
Me dijo tu eres un experto en
detectar los grupos de poder, en conocer cuáles son sus intereses, en manejarte
en el difícil arte de la comunicación corporativa, en saber situarte en el filo
de la navaja sin cortarte, para mostrar lo que la organización necesita, pero
es un ejercicio inútil pues los “clanes” no quieren profesionales, quieren
seguidores que estén junto a ellos en los momentos difíciles y que utilicen
todas sus “armas” contra el enemigo. No se puede ser neutral y menos “realizar”
acciones que puedan ir contra el clan. La dirección de la empresa no es un
juego para “profesionales”, es un juego para “profesionales disciplinados”.
En una reunión me resumió cuál
debía ser mi principal misión “servir las necesidades de algunos de mi jefes
de forma ciega”. Le dije que yo era un profesional que me debía a la
empresa y que si no lo hacía está tendría graves problemas en un futuro. Y le
dije que me contrataron para gestionar el cambio y porque yo tenía
características que eran especiales…
Me dijo que no me creyera las palabras de
mis jefes, ni lo que verbalizaban con sus sueños o sus deseos, sino lo que
realmente querían aunque probablemente nunca me lo dirían (quizás ni lo sabían
o no lo querían admitir), y lo que no me decían era lo que realmente
valorarían.
Reconozco que finalmente sentí
cierto afecto por la extraordinaria honestidad de aquel “hombre sin dudas” que
me sugiere una y otra vez que no “menospreciara las verdaderas fuerzas de la
organización” como si yo tuviera una ceguera que me impidiera reconocerlas
y no las sufriera de forma contundente cada día.
La despedida
Pero lo cierto es que nuestra
relación se enfrió. Después de bastantes comidas su terrible conclusión fue: no
era que no lo entendiera, es que no quería jugar, no quería cambiar ni
adaptarme a las reglas del juego porque me parecían peligrosas para el futuro
de la organización. Por ello un día de forma elegante me dijo aquello de “creo
que no tengo nada más que enseñarte”.
En aquella última reunión me hizo
un resumen de lo que habíamos hablado otras veces: lo que te han pedido está
abocado “prácticamente” al fracaso, pero en tu intento de conseguirlo para
parte de la organización te estás convirtiendo en peligroso ya que es muy
difícil luchar contra alguien que no tiene demasiado miedo a morir y no se sabe
para quién trabaja...
Pero en realidad, creo que lo que sucedió es que
su rol finalmente le resulto molesto, se veía en un espejo que creo que no le
resultaba demasiado cómodo. Se sentía incomodo cuando le
pedía ayuda para hacer lo que me habían contratado,… ya que si no la
organización que él tanto quería acabaría desadaptada. Le hablé de palabras que
para mí tenían sentido: la necesidad de ejercer un liderazgo transformador, las
necesidades de futuro de la organización y de su supervivencia en el medio
plazo, de la necesidad de potenciar las personas de la organización y eliminar
tanto sufrimiento organizativo… Y entonces se volvía triste y se veía cierta
angustia en su mirada.
Salí de aquella organización,
algo antes de lo que había previsto. Lo cierto, es que sé a que a ninguno de
los dos nos sorprendió, ya sabíamos ambos que el juego era arriesgado y que
esto podía pasar. A mí me resultó un tanto molesto tener reconocer que se
habían cumplido alguno de los escenarios más pesimistas que conjuntamente
habíamos previsto sobre mi situación personal.
Aunque también puedo decir,
ahora, después de muchos años, que se cumplieron también los peores escenarios
para aquella organización, porque no fue capaz de cambiar,
entonces, cuando aún podía haberlo hecho.
Finalmente, entre el trasiego de
los últimos días en la organización ni siquiera me despedí de mi mentor, no
creo que fuera olvido, creo que fue por un falso orgullo. Él tampoco se
despidió de mí. Y lo siento, porque siempre pensé que aprendí muchas lecciones
valiosas sobre lo que él denominaba “las fuerzas organizativas ocultas”. ¿Qué
piensas tú de estas fuerzas?
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