Me apetece hablar de “Cambio” y quiero compartir
con vosotros un par de reflexiones sobre él. La primera en tono de
consideración desde la barrera, como espectador de lo que ocurre; la segunda
desde el ruedo mismo, como asesor en procesos de cambio. Lanzo las dos con
ánimo de contrastar opiniones y puntos de vista con vosotros.
La primera reflexión parte de una obviedad: vivimos una época de cambio (cambio de época dicen algunos). Una época en la que se están produciendo cambios más profundos de lo que sospechamos. Cambios que tienen causas y efectos que van más allá de los económicos y que tocan valores y maneras de concebir el mundo. Al menos el occidental. El día que hagamos balance sabremos qué ha quedado en pié después de la batalla. Ahora mismo en plena contienda nadie ve con nitidez suficiente lo que cambia, lo que permanece invariable o lo que ya ha desaparecido pero nadie aún echa en falta. La razón es que mucho de lo hasta ayer mismo servía de referencia para apreciar el movimiento está, en estos momentos, moviéndose.
En estas condiciones creo -y lo pongo a vuestra consideración- que el cambio en las organizaciones se ha vuelto algo más sencillo de iniciar y menos complicado de gestionar que hace unos años; es mi impresión. En los noventa, sin ir más lejos, vivíamos en las postrimerías, pero todavía de las rentas, de un mundo que pensaba que lo normal era la estabilidad alcanzada y el bienestar conquistado, y lo anormal el cambio, el riesgo y la pérdida. Pensábamos entonces que ya estábamos bien y que el cambio se justificaba en la medida que servía para alcanzar el terreno firme de un nuevo periodo de tranquilidad. Un terreno más elevado que el anterior. El directivo que tenía que impulsar cambio en su organización tenía que vencer estas creencias y precisaba de un carisma excepcional para cuestionarlas y vencerlas. Si no contaba con carisma suficiente debía al menos tener en la bocamanga de su americana más galones y más estrellas que un brigadier de campo.
Mi impresión es que ahora la gente se engancha a banderines de cambio con menos ascos que antes, se adapta más fácilmente al cambio, tiene menos pereza, se resiste menos. No digo con esto que cualquiera pueda iniciar y dirigir cambio (siempre es complicado), pero sí que la cosa no es tan peliaguda como antes. ¡Eso que hemos ganado!
Dicho esto voy con la segunda reflexión. Son cinco “lecciones aprendidas” en procesos de cambio iniciados por mi mismo en mi organización o asesorando a otros en las suyas. Cualquiera de ellas tiene detrás experiencias concretas que las avalan. Las incluyo por si sugieren pistas prácticas:
• El “Querer hacerlo” (actitud favorable y la consciencia de deber) es más potente como iniciador de cambio que el “Poder hacerlo” (ser capaz y contar con recursos): “Quien quiere acaba pudiendo”.
• La Actitud favorable hacia el cambio es más potente que cambiar por que “se debe cambiar” o “hay que cambiar”: La firme convicción es el factor definitivo.
• El deber hacer algo puede llegar, con el tiempo, a crear convicción; esto es, una actitud favorable: “La costumbre crea hábito”.
• A igualdad de otras condiciones resulta más importante la competencia (el saber hacerlo) que el contar con los medios necesarios: “Si no tengo medios pero quiero hacerlo y sé cómo hacerlo, acabaré construyéndomelos yo mismo”
• El deber de hacer algo conduce también a la generación de los medios para hacerlo.
La primera reflexión parte de una obviedad: vivimos una época de cambio (cambio de época dicen algunos). Una época en la que se están produciendo cambios más profundos de lo que sospechamos. Cambios que tienen causas y efectos que van más allá de los económicos y que tocan valores y maneras de concebir el mundo. Al menos el occidental. El día que hagamos balance sabremos qué ha quedado en pié después de la batalla. Ahora mismo en plena contienda nadie ve con nitidez suficiente lo que cambia, lo que permanece invariable o lo que ya ha desaparecido pero nadie aún echa en falta. La razón es que mucho de lo hasta ayer mismo servía de referencia para apreciar el movimiento está, en estos momentos, moviéndose.
En estas condiciones creo -y lo pongo a vuestra consideración- que el cambio en las organizaciones se ha vuelto algo más sencillo de iniciar y menos complicado de gestionar que hace unos años; es mi impresión. En los noventa, sin ir más lejos, vivíamos en las postrimerías, pero todavía de las rentas, de un mundo que pensaba que lo normal era la estabilidad alcanzada y el bienestar conquistado, y lo anormal el cambio, el riesgo y la pérdida. Pensábamos entonces que ya estábamos bien y que el cambio se justificaba en la medida que servía para alcanzar el terreno firme de un nuevo periodo de tranquilidad. Un terreno más elevado que el anterior. El directivo que tenía que impulsar cambio en su organización tenía que vencer estas creencias y precisaba de un carisma excepcional para cuestionarlas y vencerlas. Si no contaba con carisma suficiente debía al menos tener en la bocamanga de su americana más galones y más estrellas que un brigadier de campo.
Mi impresión es que ahora la gente se engancha a banderines de cambio con menos ascos que antes, se adapta más fácilmente al cambio, tiene menos pereza, se resiste menos. No digo con esto que cualquiera pueda iniciar y dirigir cambio (siempre es complicado), pero sí que la cosa no es tan peliaguda como antes. ¡Eso que hemos ganado!
Dicho esto voy con la segunda reflexión. Son cinco “lecciones aprendidas” en procesos de cambio iniciados por mi mismo en mi organización o asesorando a otros en las suyas. Cualquiera de ellas tiene detrás experiencias concretas que las avalan. Las incluyo por si sugieren pistas prácticas:
• El “Querer hacerlo” (actitud favorable y la consciencia de deber) es más potente como iniciador de cambio que el “Poder hacerlo” (ser capaz y contar con recursos): “Quien quiere acaba pudiendo”.
• La Actitud favorable hacia el cambio es más potente que cambiar por que “se debe cambiar” o “hay que cambiar”: La firme convicción es el factor definitivo.
• El deber hacer algo puede llegar, con el tiempo, a crear convicción; esto es, una actitud favorable: “La costumbre crea hábito”.
• A igualdad de otras condiciones resulta más importante la competencia (el saber hacerlo) que el contar con los medios necesarios: “Si no tengo medios pero quiero hacerlo y sé cómo hacerlo, acabaré construyéndomelos yo mismo”
• El deber de hacer algo conduce también a la generación de los medios para hacerlo.
Todo ello evidentemente son opiniones personales que no buscan acuerdos solo intercambio y como decía aquel -y en este mundo tan cambiante nada más cierto-: “quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de ellas” (J. L. Borges).
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