Sin
embargo, esa superioridad de las decisiones colectivas requiere de una serie de
requisitos. Sin ellos, esos requisitos el resultado de los colectivos de
persona son malos.
Un primer
elemento clave es que “para que un grupo se comporte con inteligencia lo mejor
es que cada individuo del mismo piense y actúe con la mayor independencia
posible”. Dicho de otra forma, “cuanto mayor sea la influencia que los miembros
del grupo ejerzan los unos sobre los otros, y mayor el contacto personal que
tengan entre sí, menos probable será que alcancen decisiones inteligentes como
grupo”. Una consecuencia interesante de esta premisa es que para mejorar el
proceso de toma de cisiones de una organización hay que tratar de que las
decisiones se tomen simultáneamente (o casi) por parte de todas las personas
implicadas y no de manera sucesiva (lo que genera efectos de influencia
perniciosos para la calidad del resultado final).
Un
segundo requisito fundamental para el éxito de la toma de decisiones colectiva
es la diversidad: “el simple hecho de formar un grupo muy diverso mejora
las posibilidades de resolver el problema (…) Si se consigue reunir un grupo
diverso de personas poseedoras de distintos grados de conocimiento y
perspicacia, vale más confiar las decisiones a este grupo que a uno o dos
individuos solos, por sabios que sean.” Por otra parte, “la diversidad es útil,
no sólo porque aporta perspectivas diferentes al grupo, sino también porque
facilita el que la gente diga lo que realmente piensa”.
Un tercer
elemento que Surowiecki plantea como indispensable para el logro de un buen
resultado en los procesos de toma de decisiones colectivas es la descentralización:
“cuanto más cerca de un problema se halla una persona, más probable será que
esa persona tenga una buena solución a ese problema”. Ahora bien, “un sistema
descentralizado sólo puede producir resultados auténticamente inteligentes
cuando existe un medio para agregar la información que poseen los
integrantes del sistema”. Para Surowecki, “centralizar no es la solución,
agregar sí”.
Por otra
parte, el autor subraya que “las ventajas de la descentralización presentan dos
aspectos. Por una parte, cuanto mayor es la responsabilidad de los sujetos en
cuanto a su propio entorno, más interés se tomarán. (…) En segundo lugar, la
descentralización facilita la coordinación. En vez de tener que recurrir
constantemente a las órdenes y las coacciones, las empresas pueden confiar en
que los trabajadores hallarán maneras nuevas y más eficientes de hacer las cosas”.
Para mi
gusto el libro disminuye su interés una vez expuesto su planteamiento central.
A partir de ese momento, crece el periodista que Surowiecki es y el texto se
explaya en múltiples historias que ilustran pero no estimulan la reflexión.
Todo ello, claro está, desde mi particular mirada. Con todo, sí hay algunos
planteamientos que me parece interesante recoger:
- “Las acciones individualmente irracionales pueden producir un resultado colectivamente racional”.
- Un grupo pequeño tiene una gran potencialidad pero también un gran riesgo. Su principal riesgo es que el grado de influencia entre sus miembros puede ser elevado, llevando a la toma de malas decisiones. Por otra parte, su cercanía puede hacer que sean mucho más que la suma de sus componentes, llegando a trabajar más duro, pensar con más agudeza y alcanzar conclusiones mejores que las que hubiera logrado cada miembro por su cuenta.
- Los grupos pequeños tienen dificultad para incorporar informaciones nuevas.
- “Uno de los peligros auténticos de los pequeños grupos es que se prefiere el consenso a la discrepancia. (…) No se necesita el consenso para captar la sabiduría de la multitud. Al contrario, la búsqueda del consenso favorece las soluciones cómodas, las del mínimo común denominador, que no ofende a nadie pero tampoco emociona a nadie. En vez de promover el libre intercambio de opiniones contradictorias tienden a intercambiar lugares comunes y a silenciar los debates provocativos.”
- “Bajo determinadas circunstancias, la deliberación no modera, sino que más bien radicaliza los puntos de vista”.
- Tendencia a la confirmación: “Los que toman decisiones suelen elegir inconscientemente aquellas partículas de información que tienden a corroborar sus intuiciones preconcebida”.
- El recurso exclusivo al ordeno y mando “es demasiado costoso en términos de tiempo, requiere muchísima información y socava la iniciativa de los trabajadores y los mandos intermedios”.
- “Quizás el mayor problema de la corporación rígidamente jerarquizada en muchos niveles era, y sigue siendo, que se desincentiva el libre flujo de información, en buena parte porque hay demasiados jefes y cada uno de éstos viene a ser un obstáculo o un futuro enemigo”. Por ello, “los ejecutivos triunfadores tienden a no revelar informaciones que traten de rivalidades intestinas, dificultades presupuestarias, etc.”.
Finaliza
el libro con una reflexión sobre la democracia como sistema político que tiene
su actualidad en el contexto actual de apuesta por la presencia de tecnócratas
en los gobiernos europeos. Surowiecki es contundente al respecto: Confiar en
que una élite aislada, no elegida, va a tomar las decisiones idóneas, es una
estrategia imprudente, después de todo lo que hemos aprendido sobre la dinámica
de los pequeños grupos, la mentalidad gregaria y la falta de diversidad”.
Y sigue
machacando el clavo: “En cualquier caso, la idea de que la solución correcta a
los problemas complejos estriba sencillamente en consultar a expertos, presume
que haya unanimidad de éstos en cuanto a las soluciones. Pero no la hay, y si
la hubiese es difícil creer que la opinión pública decidiera ignorar sus
consejos. Las élites son tan partidistas y tan poco devotas del interés público
como el votante medio. Pero hay algo más importante, y es que si reducimos el tamaño
de un cuerpo decisorio, estamos reduciendo al mismo tiempo la probabilidad de
que las decisiones sean finalmente idóneas. Por último, muchas decisiones
políticas no se reducen a decidir cómo hacer algo. También se decide lo que hay
que hacer y algunas decisiones implican valores, compromisos y elecciones sobre
el tipo de sociedad que deseamos vivir.”
Y remata
su razonamiento afirmando que “en último término la política versa sobre la
repercusión de los actos del gobierno en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Por tanto, parece contradictorio postular que la mejor manera de hacer política
consista en distanciarse de la vida cotidiana de los ciudadanos tanto cuanto
sea posible. (…) Una democracia precisa el influjo constante de información que
percibe a través del sufragio universal. Esa es una información que los
expertos no pueden conseguir, porque no forma parte del mundo en el que ellos
viven.”
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