La pandemia trajo una miríada de actitudes, reacciones y
conductas de los tipos más diversos. Las respuestas solidarias y las posturas
interesadas se superponen y motivan pronósticos que van desde el apocalipsis
total de una humanidad que no tiene remedio, hasta futuros que sueñan con un
sistema capitalista que se vuelve más humano y compasivo. La nueva información
obliga a varias disciplinas a mostrarse útiles y solícitas para producir
diagnósticos y sugerir recomendaciones. Son tiempos en los que no solo hay
pandemia de virus sino también de ideas, y es normal que en medio del caos y el
aislamiento todos tengan algo para decir.
En economía, se multiplican los macroeconomistas que
reflexionan sobre la oferta y la demanda agregadas, los sectorialistas que
analizan los problemas estructurales, y hasta los especialistas en estadística
y redes que evalúan las dinámicas de contagio y sus posibles costos y
alternativas de política.
Los cambios drásticos en el comportamiento de las personas y
la necesidad de adecuar estas decisiones al bienestar de todos puso la atención
en una disciplina particular: la economía de la conducta. Su objetivo, que
consiste en estudiar la relación entre la economía y la psicología, se
corresponde bien con ambos aspectos, que resaltan especialmente en tiempos de
pandemia. Atenta al posible llamado, la economía de la conducta intentó ocupar
rápidamente el centro del ring, y tanto las instituciones internacionales como
las unidades "behavioral " de los países
desarrollados se pusieron a trabajar para dar algunas respuestas.
El resultado fue un conjunto de ideas variadas destinadas a
contribuir con las políticas de prevención. Un informe del BID titulado La
economía del comportamiento puede ayudar a combatir el coronavirus cuenta
en detalle algunas de estas propuestas. Como la reacción primordial a la
pandemia fue la cuarentena, se trabajó en el mensaje más efectivo para
convencer a la gente de no salir a la calle. Entre "respetá la distancia
social" y "quedate en casa", por ejemplo, hay una diferencia abrumadora.
La primera frase no define la distancia ni qué hay que hacer para respetarla. Y
si bien a algunos les suena algo mandona, la segunda da una orden clara y
contundente que no admite ambigüedades.
Otro desafío fue el de establecer reglas de comportamiento
simples, fácilmente recordables. La economía de la conducta suele apelar con
este fin a siglas memorables, y la palabra que se eligió para recordar los
principios básicos de cuidado frente al virus fue "SALUD". La A
corresponde a "Aislarse", la L a "Lavarse las manos", la U
refiere a "Usá el antebrazo" (al toser o estornudar) y la D
representa "Dejá de tocarte". La S inicial es la más curiosa: alude a
mantener la distancia apelando al "Saludo Vulcano" inmortalizado por
el Dr. Spock, que consiste en hacer una V con dos dedos de cada lado.
También hay métodos llamados de "anclaje", que
intentan restringir los acercamientos, por ejemplo pintando líneas
demarcatorias en el piso para señalizar la distancia social. La teoría fue
prontamente adaptada localmente por el ingenio popular, cuando hace poco, en
Pergamino, se disputó el primer partido de fútbol 5 con áreas divididas que
solo podían ser recorridas por un jugador, como si de un "metegol
humano" se tratara. Otro aporte son los recordatorios. Lavarse las manos o
no tocarse la cara son recomendaciones que todos aceptan, pero que son fáciles
de olvidar.
Todas estas indicaciones tienen algo en común: el
reconocimiento de que el comportamiento "real" de los seres humanos
no es el de un homo economicus racional. En un momento en que
se necesita ser preciso para evitar equivocarse y contagiarse, el homo
sapiens falla, se infecta e infecta a otros. Más aun, como hay
asintomáticos, ni siquiera es posible identificar el estado de enfermedad
propio, porque no se siente. Esto impide que decidamos racionalmente respecto
de nosotros mismos y del prójimo.
Lamentablemente, la economía de la conducta no ha ido mucho
más allá de estas iniciativas. Un análisis más integral requeriría conocer, por
ejemplo, cuál es la reacción predominante del público ante los nuevos riesgos
que aparecen con la pandemia. Pero aquí surgen ambigüedades, pues hay sesgos
que parecen contradictorios entre sí. Un sesgo llamado "heurística de
disponibilidad" advierte que las imágenes dramáticas de las muertes provocadas
por el virus pueden inducir un pánico exagerado. Pero otros sesgos, entre ellos
el de sobreconfianza, sugieren que las personas toman a veces demasiados
riesgos, al pensar que a ellas no les tocará enfermarse, ignorando así
potenciales consecuencias exponenciales de los contagios y la multiplicación de
fatalidades. Así, no es claro si debe concientizarse al público sobre los
riesgos involucrados o invitarlos a actuar tranquilos sin exagerar sus miedos.
En la práctica, las respuestas de política a la pandemia parecen
haber excedido por mucho a los llamados nudges , esos
empujoncitos paternalistas, pero con condimentos libertarios, que ayudan a
decidir correctamente. Las medidas han sido bastante más enérgicas e
inflexibles, con una tradición que tiene mucho más de intervención directa que
de sutileza behavioral . Aquí, la economía de la conducta no
ha podido o no ha sabido imponerse, porque no dispone de las herramientas para
brindar la solución más efectiva.
En la discusión devenida en clásico entre
"salud o economía", esta disciplina tampoco pudo terciar
exitosamente.
Uno de los reparos más genéricos a la economía de la
conducta es la pregunta de cómo es posible que individuos repletos de sesgos
muestren un éxito evolutivo tan claro en términos de supervivencia y
reproducción. Algunos autores, como el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer,
afirman que la obsesión en la búsqueda de fallos en el comportamiento humano ha
llevado a un "sesgo de sesgos", según el cual algunos analistas
elaboran experimentos básicamente para promover en los individuos las
decisiones erróneas que formen parte de su próximo paper.
En el caso de la pandemia, esto tiene una aplicación
concreta. Varios psicólogos han puntualizado que los humanos, además de poseer
un sistema inmunológico biológico, disponen también de un sistema inmunológico
"psicológico", que los defiende de las enfermedades de manera
inconsciente. Nuestra sensación de repulsión frente a determinadas heridas o
personas con síntomas claros de enfermedad no proviene de un conocimiento
objetivo de la posibilidad de contagio, sino de la aversión natural que nos
provocan ciertas formas, colores y consistencias del cuerpo humano. El
desagrado se extiende a veces también a los objetos tocados por el enfermo, y
cuando la cadena de cuidados se extrema, se puede llegar a situaciones
absurdas.
Todo indica que la economía de la conducta no es una moda,
ni tampoco la solución a todos nuestros problemas económicos o psicológicos. Se
trata apenas de un saludable avance hacia un conocimiento interdisciplinario
más certero sobre aspectos que durante mucho tiempo han sido ignorados.
Como ilustra el informe del Banco Mundial Behavioral
Science Around the World , varios países formalizaron oficinas y
unidades conductuales gubernamentales con resultados más que interesantes en
diversas áreas de la política económica, y últimamente su influencia se ha
extendido a ayudar al propio sector privado a tomar decisiones más racionales
respecto de sus estrategias empresariales. Pero las expectativas deben permanecer
en un rango realista y reconocer la enorme dificultad de "sacarle la
ficha" al homo sapiens.
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