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lunes, junio 01, 2020

Economía "que no se toca": de la Academia Pitman a la interfaz cerebro-computadora

Fundada en 1919 para difundir en la Argentina un método inglés de enseñanza de dactilografía, la Academia Pitman tuvo en su época de apogeo más de 40 sucursales. Antes de su declive con la hiperinflación de fines de los 80, sus dueños se jactaban de haber formado a un 10% de la población argentina con cursos cortos, de once meses, de taquigrafía, dactilografía y teneduría de libros. Quienes aspiraban a recibir el diploma debían superar pruebas rigurosas de velocidad, diseñadas por el inglés Isaac Pitman, escribiendo una cierta cantidad de palabras en un minuto, sin errores.

Un siglo después del inicio de la historia del primer párrafo, la misma variable -palabras transmitidas por minuto- es la que se utiliza para medir el progreso y la eficiencia de una de las tecnologías más promisorias, disruptivas y al mismo tiempo más elusivas de nuestro tiempo: la que intenta conectar nuestro cerebro con computadoras. Las investigaciones que bucean en este océano recibieron un nuevo empuje con la pandemia, que requerirá cada vez más dispositivos "touchless" (que no necesiten ser tocados). Los comandos de voz son el paso intermedio, pero la transmisión directa (y de ida y vuelta) de información entre el cerebro y las computadoras abre un campo más fascinante aún.
En las últimas semanas aparecieron varias novedades revolucionarias al respecto. "Lo que más me llamó la atención fue una investigación publicada en Nature, en la que se perfeccionó muchísimo la habilidad de decodificar lenguaje analizando solamente las señales cerebrales", cuenta a la nación Joaquín Navajas, director del laboratorio de Neurociencias de la Universidad Di Tella e investigador del Conicet.
"Es una combinación sinérgica entre desarrollos recientes en el procesamiento de señales eléctricas del cerebro y del mejoramiento de algoritmos de inteligencia artificial, que permiten aprender patrones de manera automática -explica Navajas-. En este caso, esos algoritmos aprenden a representar de manera abstracta las fluctuaciones eléctricas que produce la corteza cerebral durante una ventana temporal (de unos segundos) lo suficientemente larga como para que entre una oración entera. Luego, son entrenados para decodificar el contenido verbal de lo que la persona está diciendo en determinado momento y pasarlo a texto, teniendo errores en tan solo 3% de las palabras".
Para Navajas, esto todavía está lejos de una aplicación concreta, porque los registros neuronales fueron hechos mediante una técnica invasiva que no es escalable tecnológicamente. Sin embargo, "abre la puerta a plantearnos la posibilidad de desarrollar mejores interfaces cerebro-computadora que nos permitan, por ejemplo, transcribir no solo nuestras palabras, sino quizás también nuestros pensamientos".
No fue el único avance resonante en esta materia en 2020. El 26 de febrero pasado se publicó también en Nature el resultado de un estudio conjunto entre tres laboratorios europeos en el cual se logró, por primera vez, concretar una "sinapsis híbrida" entre neuronas reales de ratones y neuronas artificiales (de manera virtual). Los responsables de esta proeza fueron científicos de las universidades de Padova, Zurich y Southampton.
La carrera no solo involucra al mundo académico, sino también a las principales empresas de tecnología del mundo y a medio centenar de startups que pelean por llegar primero al santo grial de la comunicación directa entre cerebros y máquinas.
"Ya usamos dispositivos -nuestros teléfonos celulares- en los que descargamos muchas funciones cognitivas y con los que aumentamos nuestra memoria. Aquí se trata de pasar este juego a un nuevo nivel", describe Jonathan Toomim, emprendedor y neurocientífico.
¿Dónde estamos parados en términos de "velocidad Pitman"? Facebook anunció en 2017 que su objetivo era crear un dispositivo que permitiera "tipear" desde la mente unas 100 palabras por minuto. El proyecto BrainGate llegó a 8 palabras por minuto. La iniciativa Neuralink, de Elon Musk, apunta a las 40 palabras por minuto.
Neuralink es, por lejos, el proyecto de más alto perfil en este terreno. Musk puso 100 millones de dólares de su bolsillo y levantó 60 millones más de distintos inversores.
El magnate fundador de Tesla y de SpaceX se la pasa haciendo declaraciones que parecen sacadas de libros de ciencia ficción al respecto de sus objetivos, y también lo hace Max Hodak, presidente de Neuralink, un joven graduado de neurociencias de Duke, que en una entrevista comentó que aspiran algún día a replicar la tecnología de la saga Matrix, por la cual los rebeldes de Neo son capaces de cargar en su cerebro conocimientos y destrezas tales como pilotear un helicóptero o dominar un arte marcial.
En el corto plazo, sin embargo, hay dudas sobre los tiempos de Neuralink para lograr aplicaciones comerciales y, en tanto se trata de técnicas invasivas, la empresa afirma que en la primera fase se concentra en tratamientos para personas con lesiones cerebrales.

Proyecciones desacertadas

"Es la eterna promesa hace ya 30 años", cuenta ahora a la nación el neurocientífico Mariano Sigman, "El Riken, el centro número uno de Japón, publicó por entonces un texto diciendo que en 20 años (o sea, hace 10 años) seríamos todos cyborgs".
Para Sigman, es un lugar donde los futuristas le vienen pifiando hace rato, como en las predicciones sobre autos voladores, que desde la década del 80 se vienen prometiendo "para dentro de tres años". De hecho, no se trata de una tecnología tan reciente: ya en 2006 se logró que un hombre paralizado pudiera mover con su cerebro un cursor para llevar adelante una partida de juego "Pong" y mandar mensajes breves de texto.
"Yo creo que hay dos principales razones para esta dificultad -continúa Sigman-. La primera, bastante obvia es que el cerebro es muy delicado: si te metés adentro, de manera crónica, hay gran riesgo de infección. Y si lo ?leés' desde afuera, como con un electroencefalograma (EEG), hay tanto ruido que es muy difícil progresar y salir de las pruebas de concepto básicas".
El segundo punto central, argumenta el neurocientífico argentino que reside en Madrid, "es que el cuerpo justamente hace de traductor del cerebro, y por ahora es mucho más efectivo leer el cerebro a partir de sus periféricos naturales (el cuerpo) que el cerebro directo."
Y esto sin contar la discusión moral y ética que rodea este tema. ¿Qué pasaría si los hackers lograran entrar en el cerebro humano en lugar de hacerlo en computadoras? ¿Cómo se consideraría en un juicio una acción que fue promovida por un sistema de inteligencia artificial en lugar de las neuronas naturales? ¿Cómo impactará en la privacidad una fusión entre el cerebro y las redes sociales como Facebook?
Mientras tanto, las startups e investigadores independientes fabrican dispositivos e interfaces cada vez más eficientes y baratos.
Un estudiante de 24 años del MIT, Arnav Kapur, subió a principios de abril una recorrida suya por el campus universitario realizando varias tareas con su pensamiento a través de un aparato no invasivo que diseñó. Su nombre es parecido al de esta columna: "Alter Ego". Tal vez, en un futuro no muy lejano haya campeones de "tipeo mental de palabras" que sostengan su diploma en alto con la felicidad de haber sorteado la prueba, como en los viejos afiches del apogeo de la Academia Pitman.


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