Fundada en 1919 para difundir en la Argentina un método
inglés de enseñanza de dactilografía, la Academia Pitman tuvo en su época de
apogeo más de 40 sucursales. Antes de su declive con la hiperinflación de fines
de los 80, sus dueños se jactaban de haber formado a un 10% de la población
argentina con cursos cortos, de once meses, de taquigrafía, dactilografía y teneduría
de libros. Quienes aspiraban a recibir el diploma debían superar pruebas
rigurosas de velocidad, diseñadas por el inglés Isaac Pitman, escribiendo una
cierta cantidad de palabras en un minuto, sin errores.
Un siglo después del inicio de la historia del primer
párrafo, la misma variable -palabras transmitidas por minuto- es la que se
utiliza para medir el progreso y la eficiencia de una de las tecnologías más
promisorias, disruptivas y al mismo tiempo más elusivas de nuestro tiempo: la
que intenta conectar nuestro cerebro con computadoras. Las investigaciones que
bucean en este océano recibieron un nuevo empuje con la pandemia, que requerirá
cada vez más dispositivos "touchless" (que no
necesiten ser tocados). Los comandos de voz son el paso intermedio, pero la
transmisión directa (y de ida y vuelta) de información entre el cerebro y las
computadoras abre un campo más fascinante aún.
En las últimas semanas aparecieron varias novedades
revolucionarias al respecto. "Lo que más me llamó la atención fue una
investigación publicada en Nature, en la que se perfeccionó
muchísimo la habilidad de decodificar lenguaje analizando solamente las señales
cerebrales", cuenta a la nación Joaquín Navajas, director del laboratorio
de Neurociencias de la Universidad Di Tella e investigador del Conicet.
"Es una combinación sinérgica entre desarrollos
recientes en el procesamiento de señales eléctricas del cerebro y del
mejoramiento de algoritmos de inteligencia artificial, que permiten aprender
patrones de manera automática -explica Navajas-. En este caso, esos algoritmos
aprenden a representar de manera abstracta las fluctuaciones eléctricas que
produce la corteza cerebral durante una ventana temporal (de unos segundos) lo
suficientemente larga como para que entre una oración entera. Luego, son
entrenados para decodificar el contenido verbal de lo que la persona está
diciendo en determinado momento y pasarlo a texto, teniendo errores en tan solo
3% de las palabras".
Para Navajas, esto todavía está lejos de una aplicación concreta,
porque los registros neuronales fueron hechos mediante una técnica invasiva que
no es escalable tecnológicamente. Sin embargo, "abre la puerta a
plantearnos la posibilidad de desarrollar mejores interfaces
cerebro-computadora que nos permitan, por ejemplo, transcribir no solo nuestras
palabras, sino quizás también nuestros pensamientos".
No fue el único avance resonante en esta materia en 2020. El
26 de febrero pasado se publicó también en Nature el resultado
de un estudio conjunto entre tres laboratorios europeos en el cual se logró,
por primera vez, concretar una "sinapsis híbrida" entre neuronas
reales de ratones y neuronas artificiales (de manera virtual). Los responsables
de esta proeza fueron científicos de las universidades de Padova, Zurich y
Southampton.
La carrera no solo involucra al mundo académico, sino
también a las principales empresas de tecnología del mundo y a medio centenar
de startups que pelean por llegar primero al santo grial de la
comunicación directa entre cerebros y máquinas.
"Ya usamos dispositivos -nuestros teléfonos celulares-
en los que descargamos muchas funciones cognitivas y con los que aumentamos
nuestra memoria. Aquí se trata de pasar este juego a un nuevo nivel",
describe Jonathan Toomim, emprendedor y neurocientífico.
¿Dónde estamos parados en términos de "velocidad
Pitman"? Facebook anunció en 2017 que su objetivo era crear un dispositivo
que permitiera "tipear" desde la mente unas 100 palabras por minuto.
El proyecto BrainGate llegó a 8 palabras por minuto. La iniciativa Neuralink,
de Elon Musk, apunta a las 40 palabras por minuto.
Neuralink es, por lejos, el proyecto de más alto perfil en
este terreno. Musk puso 100 millones de dólares de su bolsillo y levantó 60
millones más de distintos inversores.
El magnate fundador de Tesla y de SpaceX se la pasa haciendo
declaraciones que parecen sacadas de libros de ciencia ficción al respecto de
sus objetivos, y también lo hace Max Hodak, presidente de Neuralink, un joven
graduado de neurociencias de Duke, que en una entrevista comentó que aspiran
algún día a replicar la tecnología de la saga Matrix, por la cual los rebeldes
de Neo son capaces de cargar en su cerebro conocimientos y destrezas tales como
pilotear un helicóptero o dominar un arte marcial.
En el corto plazo, sin embargo, hay dudas sobre los tiempos
de Neuralink para lograr aplicaciones comerciales y, en tanto se trata de
técnicas invasivas, la empresa afirma que en la primera fase se concentra en
tratamientos para personas con lesiones cerebrales.
Proyecciones desacertadas
"Es la eterna promesa hace ya 30 años", cuenta
ahora a la nación el neurocientífico Mariano Sigman, "El Riken, el centro
número uno de Japón, publicó por entonces un texto diciendo que en 20 años (o
sea, hace 10 años) seríamos todos cyborgs".
Para Sigman, es un lugar donde los futuristas le vienen
pifiando hace rato, como en las predicciones sobre autos voladores, que desde
la década del 80 se vienen prometiendo "para dentro de tres años". De
hecho, no se trata de una tecnología tan reciente: ya en 2006 se logró que un
hombre paralizado pudiera mover con su cerebro un cursor para llevar adelante
una partida de juego "Pong" y mandar mensajes breves de texto.
"Yo creo que hay dos principales razones para esta
dificultad -continúa Sigman-. La primera, bastante obvia es que el cerebro es
muy delicado: si te metés adentro, de manera crónica, hay gran riesgo de
infección. Y si lo ?leés' desde afuera, como con un electroencefalograma (EEG),
hay tanto ruido que es muy difícil progresar y salir de las pruebas de concepto
básicas".
El segundo punto central, argumenta el neurocientífico
argentino que reside en Madrid, "es que el cuerpo justamente hace de
traductor del cerebro, y por ahora es mucho más efectivo leer el cerebro a
partir de sus periféricos naturales (el cuerpo) que el cerebro directo."
Y esto sin contar la discusión moral y ética que rodea este
tema. ¿Qué pasaría si los hackers lograran entrar en el cerebro humano en lugar
de hacerlo en computadoras? ¿Cómo se consideraría en un juicio una acción que
fue promovida por un sistema de inteligencia artificial en lugar de las
neuronas naturales? ¿Cómo impactará en la privacidad una fusión entre el
cerebro y las redes sociales como Facebook?
Mientras tanto, las startups e
investigadores independientes fabrican dispositivos e interfaces cada vez más
eficientes y baratos.
Un estudiante de 24 años del MIT, Arnav Kapur, subió a
principios de abril una recorrida suya por el campus universitario realizando
varias tareas con su pensamiento a través de un aparato no invasivo que diseñó.
Su nombre es parecido al de esta columna: "Alter Ego". Tal vez, en un
futuro no muy lejano haya campeones de "tipeo mental de palabras" que
sostengan su diploma en alto con la felicidad de haber sorteado la prueba, como
en los viejos afiches del apogeo de la Academia Pitman.
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