Hoy mi trabajo se trata de contestar aquí a una de esas
preguntas que lanzan los hijos como si nada, pero que no tienen fácil respuesta
(tranquilos, aún no se ha cuestionado seriamente el origen de los bebés), que
ahondan en esas incoherencias de nuestra sociedad que pasan desapercibidas para
nuestros ojos acostumbrados a ellas, pero que no resisten el filtro de una
mirada nueva y sin prejuicios.
Sucedió la semana pasada camino del colegio. Mi hijo es por
el momento un ser altamente social, yo desde luego soy mucho más tímido.
Acostumbrado a llamar la atención de los transeúntes en su anterior versión
bebé, según ha ido creciendo ha buscado otros recursos para conectar con la
gente. Ahora estamos en la fase de saludar a todo el mundo. Conductores de
metro y autobús son sus principales objetivos y cuando consigue que le
devuelvan el saludo se muestra satisfecho por cumplir su objetivo. A veces
simplemente dispara “holas” a discreción a todo el que se cruza por la calle.
En ese modo estábamos aquella mañana.
Eran las nueve menos cinco y nos dirigíamos a toda velocidad
al colegio. Guiados por las prisas, esa huida adelante sin sentido que nos saca
de la cama cada mañana a casi todos. Y claro, en ese estado la mayoría de las
personas vamos más pendientes del reloj que de lo que pasa a nuestro alrededor…
excepto si eres un niño. Miguel iba agarrado a mi mano, o más bien le
arrastraba, y con la mano libre saludaba a todo el mundo. Yo, entre mi mundo
interior y la presión del tiempo, no percibía las reacciones que generaba a su
alrededor. Eso sí, oía que seguía con constancia y que su ánimo no decaía:
“¡Hola!” “¡Hola!” “¡Hola!”
Hasta que de repente me dice:
— ¿Qué pasa papá?
Yo no sabía que a qué se refería.
— ¿Qué pasa de qué?
— No contestan.
Y entonces me señaló con el dedo a algunas personas que nos
pasaban de largo, ignorando, para pesar de mi hijo, nuestra presencia. Repitió
el gesto con otro peatón que se nos acercaba, con el mismo resultado. Y
entonces me miró esperando mi respuesta.
Y en los dos minutos que nos quedaban para llegar a tiempo a
la fila, a ver cómo le explicaba yo que los
mayores a veces estamos más pendientes de lo que nos pasa dentro que de lo que
pasa fuera. Incluso a veces ni tan siquiera eso, caminamos montados en una
inercia ciega, y sorda. Convivimos en nuestro mundo interior con experiencias
pasadas que nos visitan y con preocupaciones futuras que de momento solo
existen en nuestra cabeza, y, mientras tanto, dejamos pasar el presente de
largo.
Que algo está mal
pensado en esta sociedad cuando nada más poner el pie fuera de la cama entramos
en una vorágine contrarreloj, cuando nos auto-infringimos el primer estrés
de la mañana, cuando corremos como borregos sin pastor y viajamos en metro
apiñados como si fuéramos en un transporte de ganado. O peor, cuando nos
metemos en el coche para crispar nuestros nervios y los del resto al ritmo del
claxon del impaciente que no soporta el atasco, pero no sabe cómo renunciar a
él cada mañana.
Quizás sea cuestión
de racionalizar los horarios o de apostar más firmemente por el teletrabajo.
Quizá deberíamos debatir sobre esto en los comentarios, o debería escribir un
post al respecto. Sólo sé algo, el día empieza cuesta arriba cuando caminas
entre caras tristes y miradas perdidas.
Yo mismo, salgo cada mañana con los emails que acabo de leer
en la cabeza, y mientras ando a paso ligero con mi hijo, estoy en otro sitio.
¿Y sabéis una cosa? El mejor momento de la mañana, y probablemente del día, es
cuando interrumpo mis disquisiciones mudas para centrarme en el presente, en lo
que de verdad pasa fuera: es el momento en que despido a mi pequeño. Su beso,
su sonrisa cómplice, y su cara de echarme de menos, me llenan de energía. A
veces, mientras se marcha se vuelve una, dos y hasta cinco veces para dedicarme
la última mirada, y notó un pellizco por dentro que da sentido a mi día.
Algo estamos haciendo
mal cuando el saludo de un niño pasa desapercibido, cuando dejamos que el
presente pase a un segundo plano, cuando nos arriesgamos a perder pellizcos de
felicidad que la vida pone en nuestro camino… ¿Qué pasa?
— Hijo, no contestan, porque aún no se han despertado
Dudo que pudiera comprender todas las connotaciones de mi
respuesta. Pero me da que algo si captó, por lo menos en mi tono. Por si acaso,
creo que ya sé cuál será el tema de fondo de mi siguiente novela: Vivir el
presente.
father and son by Kid A from the Noun Project
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