Experiencias

Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

Fortalezas: Dirigir, inspirar e integrar a otros con una gran energía, Aceptar cambios de forma positiva, Desarrollar relaciones con otros, Ser más visible y Tener un alto grado de compromiso.

domingo, julio 01, 2018

No contestan

Qué se le va a hacer. Me apetece seguir reflexionando sobre las anécdotas que vivo con mi hijo. En el fondo de mi ser creo que es porque tengo un niño muy salao y da mucho juego, pero no soy tan ciego como para no percibir cierto tufillo a padre pesado. Por eso siempre advierto antes de comenzar estos posts.

Hoy mi trabajo se trata de contestar aquí a una de esas preguntas que lanzan los hijos como si nada, pero que no tienen fácil respuesta (tranquilos, aún no se ha cuestionado seriamente el origen de los bebés), que ahondan en esas incoherencias de nuestra sociedad que pasan desapercibidas para nuestros ojos acostumbrados a ellas, pero que no resisten el filtro de una mirada nueva y sin prejuicios.


Sucedió la semana pasada camino del colegio. Mi hijo es por el momento un ser altamente social, yo desde luego soy mucho más tímido. Acostumbrado a llamar la atención de los transeúntes en su anterior versión bebé, según ha ido creciendo ha buscado otros recursos para conectar con la gente. Ahora estamos en la fase de saludar a todo el mundo. Conductores de metro y autobús son sus principales objetivos y cuando consigue que le devuelvan el saludo se muestra satisfecho por cumplir su objetivo. A veces simplemente dispara “holas” a discreción a todo el que se cruza por la calle. En ese modo estábamos aquella mañana.

Eran las nueve menos cinco y nos dirigíamos a toda velocidad al colegio. Guiados por las prisas, esa huida adelante sin sentido que nos saca de la cama cada mañana a casi todos. Y claro, en ese estado la mayoría de las personas vamos más pendientes del reloj que de lo que pasa a nuestro alrededor… excepto si eres un niño. Miguel iba agarrado a mi mano, o más bien le arrastraba, y con la mano libre saludaba a todo el mundo. Yo, entre mi mundo interior y la presión del tiempo, no percibía las reacciones que generaba a su alrededor. Eso sí, oía que seguía con constancia y que su ánimo no decaía: “¡Hola!” “¡Hola!” “¡Hola!”

Hasta que de repente me dice:

— ¿Qué pasa papá?
Yo no sabía que a qué se refería.
— ¿Qué pasa de qué?
— No contestan.

Y entonces me señaló con el dedo a algunas personas que nos pasaban de largo, ignorando, para pesar de mi hijo, nuestra presencia. Repitió el gesto con otro peatón que se nos acercaba, con el mismo resultado. Y entonces me miró esperando mi respuesta.

Y en los dos minutos que nos quedaban para llegar a tiempo a la fila, a ver cómo le explicaba yo que los mayores a veces estamos más pendientes de lo que nos pasa dentro que de lo que pasa fuera. Incluso a veces ni tan siquiera eso, caminamos montados en una inercia ciega, y sorda. Convivimos en nuestro mundo interior con experiencias pasadas que nos visitan y con preocupaciones futuras que de momento solo existen en nuestra cabeza, y, mientras tanto, dejamos pasar el presente de largo.

Que algo está mal pensado en esta sociedad cuando nada más poner el pie fuera de la cama entramos en una vorágine contrarreloj, cuando nos auto-infringimos el primer estrés de la mañana, cuando corremos como borregos sin pastor y viajamos en metro apiñados como si fuéramos en un transporte de ganado. O peor, cuando nos metemos en el coche para crispar nuestros nervios y los del resto al ritmo del claxon del impaciente que no soporta el atasco, pero no sabe cómo renunciar a él cada mañana.

Quizás sea cuestión de racionalizar los horarios o de apostar más firmemente por el teletrabajo. Quizá deberíamos debatir sobre esto en los comentarios, o debería escribir un post al respecto. Sólo sé algo, el día empieza cuesta arriba cuando caminas entre caras tristes y miradas perdidas.

Yo mismo, salgo cada mañana con los emails que acabo de leer en la cabeza, y mientras ando a paso ligero con mi hijo, estoy en otro sitio. ¿Y sabéis una cosa? El mejor momento de la mañana, y probablemente del día, es cuando interrumpo mis disquisiciones mudas para centrarme en el presente, en lo que de verdad pasa fuera: es el momento en que despido a mi pequeño. Su beso, su sonrisa cómplice, y su cara de echarme de menos, me llenan de energía. A veces, mientras se marcha se vuelve una, dos y hasta cinco veces para dedicarme la última mirada, y notó un pellizco por dentro que da sentido a mi día.

Algo estamos haciendo mal cuando el saludo de un niño pasa desapercibido, cuando dejamos que el presente pase a un segundo plano, cuando nos arriesgamos a perder pellizcos de felicidad que la vida pone en nuestro camino… ¿Qué pasa?

— Hijo, no contestan, porque aún no se han despertado

Dudo que pudiera comprender todas las connotaciones de mi respuesta. Pero me da que algo si captó, por lo menos en mi tono. Por si acaso, creo que ya sé cuál será el tema de fondo de mi siguiente novela: Vivir el presente.

father and son by Kid A from the Noun Project

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