Nassim Taleb se hizo
famoso por haber pronosticado la crisis de 2007/2009; crítico de las
profesiones y tareas en las que "no hay nada que perder", el autor
despierta controversia
Nassim Taleb se hizo famoso no solo por su gran calidad como
ensayista y comunicador de ideas, sino además por su inmortal acierto de la
crisis de 2007/2009. Después de casi 30 años de que el mundo desarrollado
transitó por esa calma económica llamada "la gran moderación", Taleb
decidió publicar El cisne negro meses antes de la hecatombe mundial más
profunda desde la crisis de los años 30. El libro se transformó pronto en un
best seller y en una suerte de biblia de la nueva era financiera.
Tras una experiencia no tan exitosa con su siguiente obra, Antifrágil, Taleb volvió al ataque con
su nueva creación, Skin in the Game.
El título, aún no publicado en español, significa algo así como "jugarse
el pellejo" y refiere a la virtud de aquellos que ponen su plata en juego
a la hora de hacer alguna afirmación, un pronóstico o tomar una decisión.
Taleb es un trader no tradicional, atraído últimamente por
el gimnasio y las lenguas de Medio Oriente, que se ufana regularmente de
disponer de un saber que no se consigue en las universidades prestigiosas. Su
universidad, declama en su libro, es la de la calle, porque allí hay Skin in the Game. Taleb se ocupa de
hacerles saber lo poco que vale estudiar en instituciones formales a figuras
intelectuales consagradas como Richard Dawkins, Steven Pinker, Susan Sontag,
Richard Thaler o Thomas Piketty.
Taleb parece más cómodo denunciando los pies de barro de
estos ídolos presuntamente intocables que difundiendo con eficacia sus propias
ideas. El autor no transpira solo su desagrado por los famosos, sino más en
general por todas las profesiones que, de una u otra manera, "no se la
juegan". Sus blancos favoritos son los burócratas, asistentes y consejeros
de organismos públicos, todos funcionarios deshonestos que, según Taleb, ganan
millones, pero no tienen nada que perder si fallan en sus recomendaciones.
Carecen de Skin in the Game. Pese a
que la mayoría de las reflexiones presentes en todos sus libros derivan de
ideas de economistas académicos famosos, Taleb ataca a la profesión sin ninguna
distinción, como si se tratara de un cuerpo sólido impenetrable y obtuso.
Indudablemente, se trata de una estrategia exitosa, porque populariza la
esperanza de que, finalmente, los cultos no son demasiado diferentes del resto,
solo que se saben vender mejor. Y sin arriesgar un céntimo.
Como en Antifrágil,
el autor despliega una única idea, o tal vez dos, y la extiende a todos los
órdenes que se le ocurren. Los conceptos que muestra en abanico no son
necesariamente originales (le cuesta horrores citar los antecedentes), pero sus
infinitas aplicaciones sí lo son. Una vez que compra una conjetura, Taleb la
entroniza como si fuera una ley universal que ha escapado a los intelectuales
del mundo, sin dejar un solo espacio para proponer excepciones o anomalías que
nos hagan dudar de que Taleb quiere ser recordado por el rasgo más definitorio
de su personalidad: el síndrome de Hubris.
En cuanto surge alguna crítica a estas exageraciones, el
autor no vacila en desacreditar a los mensajeros, citando de paso algún
artículo académico matemático-estadístico propio que, según afirma él mismo,
demuestra rotundamente que toda la razón está de su lado.
La segunda especulación más importante del libro es el
rescate de lo antiguo como símbolo de robustez para hallar la verdad. El
conocimiento que logra sortear el paso del tiempo, sostiene Taleb, es
entendimiento que vale la pena. Esto se conoce como "efecto Lindy", y
su operación convence suficientemente al autor como para recomendarnos prestar
más atención a los consejos de nuestra abuela que a las reflexiones de los
grandes pensadores de nuestra época.
Todo esto no significa que Skin in the Game carezca de virtudes. Se trata de un libro de
lectura fascinante y repleto de reflexiones brillantes que, de todos modos,
valdría la pena evaluar con más cuidado. En un pasaje, Taleb define
magistralmente la ideología como "dependiente de la escala", definiéndose
como libertario respecto de la Reserva Federal (el Banco Central de Estados
Unidos), republicano a nivel de la política nacional, demócrata en los
gobiernos locales y socialista a nivel de su familia y amigos. Burlándose de
los traders, y parafraseando las justificaciones
de los técnicos de fútbol locales, explica que la victoria no trae mayores
aclaraciones, mientras que las derrotas vienen de la mano de cuidadosas y
detalladas demostraciones técnicas.
Pero estas joyas dialécticas, cuando aparecen, o vienen
rodeadas de insultos gratuitos a personalidades destacadas o se expresan en el
sentido testimonial que las caracteriza. Y aunque se trate de un pensador
valiosísimo, en general muestra poco interés por extirpar de sus ideas la
retórica antiayuda, como cuando recomienda que en caso de tener un conflicto
entre nuestra vida privada y nuestros fundamentos intelectuales uno siempre
debe abandonar los segundos. Si bien Skin
in the Game está escrito con el estilo deliberado de quien no está
dispuesto a que se dude de sus afirmaciones, la reflexión serena invita a
evaluar críticamente su hipótesis principal.
Si es verdad que uno es bueno en lo que hace solamente si se
juega el pellejo, quienes deciden bajo presión deberían hacerlo mejor. Pero no
hay evidencia de ello. ¿Y qué hay de los conflictos de intereses? Las
tabacaleras tenían mucho para perder si decían la verdad e hicieron un enorme
esfuerzo para mentir durante décadas a costa de millones de muertes evitables.
A estas objeciones Taleb responde (con virulencia máxima) que su argumento es
evolutivo y que es el paso del tiempo, tal como se espera del efecto Lindy, lo
que seleccionará mejores decisores siempre y cuando haya Skin in the Game. Pero esto promete un mundo donde ninguna de las
malas ideas o acciones que observamos perduran en el tiempo, lo que es
contradictorio con una sociedad en la cual persisten las prácticas
pseudocientíficas y las ideologías más rancias, incluso en sociedades donde el
riesgo de defender una "mala idea" es enorme.
Taleb no oculta su idolatría por el filósofo alemán
Friedrich Nietzsche. Se considera un sucesor de su pensamiento brutal y sobre
todo de su más brutal manera de transmitirlo. Nietzsche era un pensador
original y un escritor efectista, que apoyaba la mayoría de sus ideas en breves
frases llamadas aforismos. Si bien en los tiempos modernos es políticamente
incorrecto intentar emular a quien terminó promoviendo con sus reflexiones los
movimientos modernos más destructivos del planeta, Taleb rescata del alemán su
estilo desafiante, su agresividad personal, sus sofismas atenienses y su
autoadulación. Para una modernidad intelectual que ha abrazado el razonamiento
y la tolerancia discursiva, será difícil que su lugar en el mundo de las ideas
tome impulso.
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