No soy el primero ni seré el último que
escriba sobre el tema. Y si se escribe es porque algo hay, algo se mueve en esa
clase media a la que todos pertenecemos pero que parece que nunca volverá a ser
igual. No voy a hacer historia ni sociología ni mucho menos economía,
simplemente voy a dar mi visión personal de un fenómeno que creo que sí se está
produciendo, el fin de la clase media tal y como la hemos conocido y su
división en varios grupos desconectados socialmente entre sí.
La desaparición (o redefinición, como
se prefiera) de esa clase media no es un hecho propio de la crisis que vivimos.
Ya antes se veían signos claros de esos cambios sociales. En un libro de 2006 Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi hablan de El Fin de la Clase Media y el
Nacimiento de la Sociedad de Bajo Coste. En su caso lo relacionan con un modelo económico
en el que el bajo coste prima sobre otros criterios. En efecto, el factor
precio incide de manera evidente en muchos sectores de nuestra economía, con
todo lo que ello lleva aparejado. La reducción o mantenimiento de precios hace
necesaria una mejor gestión de la empresa, más eficaz. Lamentablemente esa
supuesta eficiencia siempre recae en la masa laboral, que o pierden empleo o
pierden poder adquisitivo, potenciando la búsqueda de
productos de bajo coste, lo que hace necesario potenciar ese sector, con lo que
la rueda se alimenta a sí misma.
Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, de la MIT Sloan School of Management,
dicen, según publicó El Mundo hace unos meses, que hasta el año 2000 la
evolución de las líneas de productividad y empleo iban paralelas, pero que a
partir de entonces empiezan a separarse hasta que en el 2011 se produce el mayor
desacople, y es en el momento actual cuando nos encontramos con un entorno de
máxima productividad e innovación y pérdida de ingresos de la clase media y un
desempleo creciente.
Para David Autor, también profesor del MIT, una de las
claves es que la tecnología está destruyendo empleos típicos de las clases
medias, como los administrativos y muchos servicios profesionales, potenciando
la creación en aquellos empleos que se ocupan de gestionar la tecnología, en
muchos casos muy bien remunerados, o en aquellos enfocados a las relaciones
humanas donde la tecnología no puede actuar, que suelen ser los que sufren una
mayor presión en sus sueldos por la amenaza de esa tecnología.
Pongamos por ejemplo el empleo de
camarero, un trabajo que hasta hace unos años podía ser considerado de clase
media, o al menos con un sueldo más o menos digno, pero que hoy sufre una
cierta estigmatización como trabajo de poco nivel y menor sueldo, sobre todo en
destinos de sol y playa. Es un empleo relacional, en el que el trabajador se
relaciona con los clientes, fruto del sector en el que se encuentra, el
turístico, que es un sector en el que las relaciones humanas son la base de su
producto. Sin embargo el sector está sufriendo cada vez más la presión de la
tecnología mal entendida, sustituyendo trabajadores por tecnología cuando se
considera erróneamente que ese trabajador no ofrece valor añadido. Esa presión hace que
bajen los sueldos, con lo que la preparación de esos trabajadores es cada vez
menor, manteniendo así el trabajo como de bajo nivel.
Al
final, el resultado de estos cambios económicos y tecnológicos es una clase
media que se desgaja entre aquellos que logran grandes sueldos y una gran masa
que o bien mantienen trabajos de sueldos bajos o entran y salen constantemente
del mercado laboral.
La solución de los emprendedores
Pero un fantasma recorre Europa
(o al menos España): el fantasma del emprendedurismo. Ya hemos encontrado el bálsamo
de Fierabrás, el que todo lo cura. Si estás parado hazte emprendedor. El
emprendedor como nueva clase media. En realidad el emprendedurismo se está
convirtiendo en el próximo gran problema de España, la próxima burbuja que en
un momento u otro estallará.
Parece ser que de pronto todos nos
hemos lanzado a soñar, a idear proyectos fantásticos que revolucionarán la
economía y la sociedad, todos vamos a crear el nuevo Facebook o a vender
nuestro proyecto a una multinacional que nos dará para vivir el resto de nuestras
vidas. Abundan
las aceleradoras, los business angels, los programas de emprendimiento, las
incubadoras… y nadie es capaz de saber qué va a salir de este huevo. Por supuesto hay aceleradoras e incubadoras magníficas, programas
estupendos, pero se ha creado en torno al emprendedurismo un sector que camina
por sí mismo y que muy posiblemente en el futuro deberá evolucionar hacia otro
tipo de servicios, porque no va a haber pan para todos.
El problema del emprendedurismo
es que, desde mi punto de vista, lo hemos enfocado mal. Hace unos meses daba yo una
conferencian sobre innovación y antes que a mí le tocaba el turno a una
profesional del coach. No diré el nombre. Me sorprendió mucho una afirmación
suya. Según ella los emprendedores lo que hacen es invertir la famosa pirámide de
Maslow de modo que lo que buscan no es empezar satisfaciendo sus
necesidades básicas, sino que buscan principalmente la autorrealización.
¡Toma castaña! O sea, que el
emprendedor lo es porque tiene un sueño y busca realizarse como persona ¿Y qué hacemos con todos
esos que no ven otra salida que el autoempleo y capitalizan su paro o buscan
ahorros que no tienen para iniciar un proyecto que les permita vivir? ¿Los sacamos del ciclo de emprendeduría? ¿No los llamamos
emprendedores? ¿Qué hacemos con todos esos universitarios que viendo el
panorama deciden “montárselo por su cuenta”? ¿Tampoco los llamamos
emprendedores? Posiblemente, con lo que seguimos redefiniendo a la clase media
en la línea que hemos comentado, pues son una masa de trabajadores por cuenta
propia molidos a impuestos y con el único objetivo de llenar el plato cada día.
Luego ya hablarán de la autorrealización.
La realidad, como digo, es que
muchos emprendedores lo son por necesidad, no por vocación. Y lo son sin proyecto, sin
formación y si recursos. Y las incubadoras, aceleradoras y business angels sólo
apoyan un tipo determinado de proyectos, fundamentalmente aquellos en los que
la tecnología tenga una presencia importante, que sean potencialmente escalables y ofrezcan un gran valor
añadido. No los critico, cada uno invierte su dinero donde lo cree conveniente,
sólo constato un hecho.
La economía del conocimiento
Y es que las tendencias actuales de la
economía no ayudan a mantener dentro del sistema (al menos tal y como estaba
hasta ahora) a un grupo muy amplio de la población. Es cierto que el uso de las
nuevas tecnologías es cada vez más amplio, pero también lo es que no se trata
sólo de usar nuevas tecnologías, es fundamental un cambio de mentalidad para
comprender y entender cómo usar esas tecnologías. La integración de las mismas
a la vida cotidiana ha permitido construir la economía del conocimiento, donde
el uso de la información (el uso eficaz y excelente, se entiende) requiere de
una serie de conocimientos y aptitudes que no todos tienen. No se trata sólo de
tener una cuenta en Twitter o en Facebook, no se trata de saber buscar en
Google una información, se trata de saber utilizar esas herramientas para
mejorar nuestra capacidad de construir respuestas únicas y relevantes a los retos que la sociedad nos plantea, desde encontrar trabajo
hasta innovar en productos.
En este sentido la economía del
conocimiento está siendo una barrera insalvable para buena parte de la
población. Porque saber manejar un martillo no me convierte en carpintero. Del
mismo modo tener
Smartphone y ser capaz de manejar una aplicación que me ayude a buscar un buen
restaurante no me hace capaz de gestionar información de manera relevante. Y
así la economía de la información está también abriendo un hueco entre los que
saben y los que no saben, entre los que son capaces de desarrollar estrategias,
aunque sean de manera inconsciente, de gestión de la información y los que no
van más allá de manejar alguna aplicación concreta. Estamos así poniendo una
barrera entre el trabajo intelectual y el manual, no ya sólo dando más valor
monetario al primero, sino también quitándole valor económico y social al
segundo.
En una reciente
entrevista Richard Sennett comentaba que se observa en el
capitalismo una completa separación entre cuerpo y mente, entre el trabajo
manual y el intelectual.
En su libro La Cultura del Nuevo Capitalismo, Sennett dice:
¿Está la nueva economía creando una
nueva política? En el pasado, la desigualdad suministraba la energía económica
a la política; hoy, la desigualdad está adquiriendo una nueva configuración,
tanto en términos de riqueza material como de experiencia en el trabajo.
Es evidente la generación de gran
riqueza en la capa superior del orden social; pero tal vez sea más importante
la línea divisoria de clase entre los que se benefician de la nueva economía y
las capas medias que no se benefician de ella: el analista del trabajo Robert
Reich habla, por ejemplo, de una sociedad de “dos niveles” en la que la “élite
de las habilidades”, los “dueños de la información” y los “analistas
simbólicos” se alejan cada vez más de la estancada clase media.
¿Y qué hay de la ética?
Eso me pregunto yo, ¿dónde hemos dejado
la ética? En una sociedad cortoplacista hablar de ética puede ser peligroso:
igual nadie te entiende. El problema de la ética ya lo traté en
su momento distinguiendo entre ética finalista y ética instrumental. Me
parece interesante aquí introducir un nuevo autor, Gilles Lipovetsky, que una serie de ensayos realmente interesantes sobre la ética y
la postmodernidad. En La Era del Vacío, Lipovetsky hace un análisis de la
persona como ser ético individual. Aquí la subjetividad reina sobre el
compromiso. No
hay una ética universal, sino que vamos adaptándola a nuestras necesidades
respondiendo al entorno según nuestros intereses. En El Crepúsculo del Deber profundiza en el tema desde una
perspectiva más social. La sociedad también adapta sus normas éticas a su
propio bienestar. No hay compromiso si éste no redunda en un beneficio.
Lo
que está ocurriendo ahora es que esa ética de la clase media, que hasta ahora
era la mayoritaria y dominante en la sociedad, se ha desgajado en dos. Por un
lado la clase media enriquecida sigue pregonando la ética individual,
instrumental, mientras que la clase media empobrecida busca una ética más de
compromiso con unos fines identificados con la justicia social. Y se genera el
choque. Porque hasta ahora esa redefinición, ocaso o división de la clase media
en dos, que como digo no es fruto de la crisis económica, pero que ésta sí ha
acelerado, estaba siendo maquilada por el estado del bienestar. Donde no
llegaba el sueldo llegaba el estado, y de ese modo esa separación no era tan
evidente puesto que en esa pirámide de Maslow antes mencionada (la normal, no
la otra) las fases más bajas estaban en buena parte resueltas por la cosa
pública. Ahora no, de
repente todo estalla (esto sí por culpa de la crisis) y ese estado de bienestar
ya no puede asumir la financiación de la base de la pirámide. La clase media, desde mi punto de vista, está en crisis. Ya no es
homogénea como antes, ni tiene una base intelectual común. Estamos viendo cómo
está cambiando y generando al menos dos subgrupos, que se mantendrán una vez
termine esta crisis porque ya nada volverá a ser igual y porque la crisis no ha
sido una causa, sino un acelerador de un proceso que ya se había iniciado.
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