Avances tecnológicos, industrialización y comercio
liberado han creado la friolera de 900 millones de empleos no agrícolas en
países en desarrollo desde 1980, sacando de la pobreza a cientos de millones de
personas.
Si las compañías globales aprovecharon las fuentes de trabajo barato, también crearon empleos de altos salarios para más de 50 millones de trabajadores calificados, mientras aumentaban la productividad en mercados desarrollados y emergentes.
Si las compañías globales aprovecharon las fuentes de trabajo barato, también crearon empleos de altos salarios para más de 50 millones de trabajadores calificados, mientras aumentaban la productividad en mercados desarrollados y emergentes.
Sin embargo, este círculo virtuoso parece estar llegando
a sus límites, y pareciera que algo ha salido mal con la maquinaria que durante
décadas dio crecimiento de PBI, mayor productividad, salarios en alza y mejores
niveles de vida.
Por cierto, una nueva investigación del McKinsey
Global Institute (MGI) sugiere que para 2020, el mundo podría tener un déficit
de 40 millones de trabajadores con educación universitaria y que las economías
en desarrollo mostrarán un déficit de 45 millones de trabajadores con educación
secundaria y capacitación vocacional. En las economías avanzadas, hasta 95
millones de trabajadores podrían carecer de las habilidades necesarias para
emplearse.
Las brechas son hipotéticas y los mercados globales
de trabajo se ajustarán en base a ellas. Pero sus consecuencias serían serias:
mayores niveles de desempleo (aun si las empresas se esfuerzan por llenar las
vacantes selectas) , mayor inequidad de ingresos y mayores tensiones sociales
que pondrán a prueba la estabilidad política en países de todo el mundo.
Ejecutivos y políticos deberían estudiar estos
desequilibrios con cuidado no sólo porque pueden señalar dónde están los
peligros y las oportunidades sino porque aportan un marco de referencia para
guiar las decisiones.
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