“Liderazgo”
es, por uso y abuso, uno de esos palabros tan sobrados de retórica y de
consignas huecas que produce modorra de sólo pronunciarlo.
Mientras Twitter dispara, día tras día, cientos de
citas sobre #liderazgo, que francamente me parecen cansinas; escucho a
empresarios y consultolábicos hablar
de cómo son los “líderes”, y aquello suena a estribillo casposo.
Está claro… no vamos a ver en la vida a un “líder”
que se haya equivocado lo suficiente para que se atreva a presentarse como un “failure
case”. Los líderes no se equivocan, tienden a la perfección, y sólo cuentan
sus errores si la historia tiene final-feliz, porque un líder es siempre una
persona-de-éxito, con resultados aplaudidos a rabiar por el mainstream.
Nos
describen a los líderes como una especie de jefes-de-diseño, con una capacidad
milagrosa de seducir desde el carisma y la épica bélica.
La meta-teoría oficial del Liderazgo es recursiva,
y está preñada de testosterona, porque sigue entendiendo al “líder” como un
macho-alfa dominante con habilidades sobrenaturales que es capaz, él solito, de
empujar al rebaño hacia cotas imposibles. La prensa de negocio está
atiborrada de imágenes que responden a ese arquetipo rancio y elitista, con
posturita incluida (y si no, mirad las fotos, solo les falta ponerse
uniformes).
Al mismo tiempo, asistimos a una especie de
estándar de validación de los líderes, cómo si hiciera falta certificarlos,
para que sean fácilmente reconocibles. Y ese retrato oficioso del líder, según
el management 1.0, siempre ensalza atributos que tienen mucho más que
ver con competir, que con colaborar.
Los
iconos del viejo liderazgo son personajes con visión bélica, astucia
competitiva, pragmatismo cínico, y una visión portentosa para poner
zancadillas.
Leí hace poco un post de Uxio Malvido sobre “Liderazgo Introvertido” que me encantó, y que
conecta muy bien con una parte de lo que estoy explicando aquí. Uxio habla de talantes
“low profile”, que piensan mucho antes de hablar, que tienen más tendencia
a profundizar y a transmitir calma, que se expresan a través de sus
equipos, y que por eso no encajan con los perfiles dominantes del liderazgo
tradicional.
Pero el derecho de admisión al club subestima al
directivo que inspira a través de otros, porque lo entiende como demasiado ñoño
y escaso de glamour para merecer tanta etiqueta. Tan es así que personajes como Amancio
Ortega o Vicente del Bosque siguen
siendo bastante incomprendidos, y cuesta incluso que la prensa los reconozca
como líderes.
Hace muy poco tuve que tragarme un discursillo
oficial de estos, y entonces me propuse dedicar un rato a bosquejar lo que yo
creo que podría ser un “liderazgo” con dimensión humana, es decir,
imperfecto, complejo, y menos egocéntrico del que nos cuentan.
Paso a reseñar algunos rasgos que podría tener ese
nuevo liderazgo. Voy a describir un perfil en el que yo creo, y que admiro,
porque además de ser mucho más humanista; funciona mejor para
resolver los complejos desafíos que tenemos por delante:
1. Subsidiariedad: Interviene sólo cuando hace falta porque es capaz
de contribuir al despliegue de un sistema que funciona con autonomía, y que no
depende tanto de él/ella. Parece a veces que no está, e incluso puede ser
cuestionado por eso; pero su rol no es otro que facilitar un entorno de gestión
colaborativo, donde la gente se sienta co-responsable de lo que hace; basado en
motivaciones intrínsecas y no en llamadas desde el despacho del jefe.
2. Coherencia: Ser predecible no es tan malo como cuentan en
creatividad, porque es bonito, claro que es bonito, que de uno/a digan: “oye,
sé lo que puedo esperar de ti”. Pero mientras algunos (como yo) llamamos a
eso “coherencia”, otros lo interpretan como “rigidez”, usando la excusa de la
flexibilidad para renegar de cualquier gestión por principios. En
cualquier caso, el líder humanista no es un fanático. Si cambia el escenario, y
resulta que no queda más remedio que contradecirse (a pesar de todo, eso
ocurre); entonces lo explica bien, con argumentos que se entienden, y sin
trampas. En definitiva: “Haz lo que digo, porque lo hago”.
3. Sensibilidad: La virtud está en los detalles, que es donde
un líder se pone a prueba. Empatía, sensibilidad, calidez y humanidad son atributos
que le pediría, empezando por esta pregunta que dice mucho de cualquier
persona: ¿Cómo trata al eslabón más débil? También observaría
otras cuestiones, por ejemplo: ¿jerarquiza en exceso su agenda? ¿tiene la
generosidad de separar la forma del contenido? ¿escucha fuentes alternativas,
de gente que está a pié de calle? ¿escucha de verdad, o hace el paripé de que
escucha? Esta sensibilidad es paradójica, y puede interpretarse por algunos
como debilidad, al moverse por territorios hostiles (“los mercados”) donde se
adiestra al líder para mantener distancia y ser suficientemente frío en la toma
de decisiones duras. Nadie dice que este equilibrio sea fácil, pero el líder
humanista juega con una baza a su favor: al poner siempre en el centro a las
personas, sabe a qué atenerse en última instancia.
4. El mérito como fuente de autoridad: Entiende que “poder” no es
lo mismo que “autoridad”, así que procura cultivar una autoridad legítima, que
se base en la confianza y en la transparencia. Se le respeta porque en su
itinerario vital consta haber tomado más buenas decisiones que malas. Los
hechos hablan por el/ella, en lugar de las palabras. Pero aquí de nuevo corre
el riesgo de ser tachado de “débil”, porque la sociedad está demasiado
acostumbrada a un poder-que-ladra, que alardea de sus prerrogativas, y que
apela a unos “derechos” que son más fáciles de documentar que los méritos.
El
líder humanista no se siente cómodo en entornos donde las fuentes de poder se
basan en la coerción, el mandato o el dedazo.
5. Valentía para navegar contra corriente: La gente cobarde, calcúlalo-todo,
no es líder, ni es nada que se le parezca. El que gestiona a base de estudios
de mercado, o lanzando globos-sonda para ver cómo reacciona el personal, no va
a hacer cosas diferentes, ni va a transformar nada. El líder humanista siente
miedo, como cualquiera, pero sabe gestionarlo porque la armonía que encuentra
entre pensar, decir y hacer, le aporta un extra de energía que a otros les
falta.
Es
gente que escucha, pero que otorga prioridad a sus propias convicciones, por
las que se guía mientras no le convenzan de lo contrario.
6. Optimizadores de la diversidad: Ésta es otra de las
habilidades que yo destacaría más. Las líderes humanistas entienden las zonas
grises, que nadie es perfecto, ni horroroso; y que todo el mundo tiene cosas
que aportar. Saben gestionar la diferencia, y valorizar lo mejor de cada
talento. Howard Gardner habló de las “inteligencias múltiples”, y ésta es probablemente la
teoría que mejor empaque metodológico aporta a este rasgo del directivo
humanista.
Su
desafío está en conseguir cosas significativas con el material que tienen, en
lugar de quejarse de lo que le falta.
7. Generosidad, y… carisma en su justa medida: El nuevo liderazgo mira con
desconfianza al “chupa-cámaras”, al careto tan seductor que ciega
las entendederas, y anula la capacidad de pensar de los demás. Vale, el carisma
está bien, ayuda e inspira, pero esto no va de colonizar revistas en plan Steve
Jobs, sino de que mucha gente se reparta las portadas, que las medallas se
socialicen, y que cada uno/a sea atribuido/a con la cuota de reconocimiento que
merece.
Los
excesos de personalismos dan repelús, y son una tomadura de pelo a la condición
humana que es esencialmente social.
8. El fin no justifica los medios: Esto es importante, muy
importante. Un canalla despótico que consigue arrastrar a su organización al
top de su mercado para algunos será un líder, pero para mí no. Habrá que ver
cómo lo ha conseguido, qué hay detrás de la historia oficial, y si
el coste pagado (socialmente hablando) para llegar allí no ha sido excesivo.
Sé que
estos rasgos pueden parecer ridículamente “buenistas” para
algunos. También que este perfil entra en conflicto con el escenario ferozmente
competitivo en el que vivimos hoy, y que quizás prima otros atributos. Pero no
quiero que se vea como algo binario, ni como una carta a los Reyes Magos.
Creo en líderes así, porque conozco a personas que se mueven según estos
referentes y que gracias a eso forman equipos eficaces. En ese menú de virtudes
también caben debilidades. Lo que yo veo como positivo, otros pueden percibirlo
como un hándicap. En algunos casos nos movemos en equilibrios inestables de
difícil gestión. Pero de eso se trata, de despertar el imaginario y reflexionar
sobre un nuevo liderazgo más abierto, participativo y humanista, que desmonte
el divismo machista y egocéntrico con que nos siguen presentando a los líderes
las revistas de Management.
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