Olvidamos que uno de los de los
aspectos que nos diferencia del resto de los seres vivos es nuestra capacidad
de crear, producir y, sobre todo, adaptar el entorno a nuestras necesidades, es
decir, nuestra capacidad de innovar. El ser humano no inventó el fuego, éste
estaba presente en la naturaleza, pero desarrolló técnicas para encenderlo y
conservarlo. El control del fuego, implico una serie de innovaciones que
permitió a nuestros antepasados no depender del capricho de la naturaleza para
calentarse en los fríos inviernos, mantener alejados a los animales peligrosos
y cocinar los alimentos. Podemos imaginar que nuestros antepasados se
dieron cuenta de que la tierra de alrededor de las hogueras se endurecía y
comenzó a trabajar el barro, a darle forma moldeándolo y endureciéndolo en las
fogatas, abriendo una nueva senda de innovación al obtener piezas de alfarería,
vasos, vasijas y recipientes, que a la vez les servían para cubrir necesidades
como transportar y almacenar agua y alimentos. El “se dieron cuenta” fue el
resultado de ese instinto natural llamado curiosidad combinado con la capacidad
humana de pensar de una manera abstracta a través de la observación.
La curiosidad y la observación son
las herramientas básicas de la innovación. La curiosidad es la actitud
interesarnos por por todo y visualizar el mundo sin prejuicios fomentando la
observación, la cual hace que nos planteemos cuestiones y busquemos respuestas.
La observación implica pensar, abstraer y relacionar, y, a partir de este
punto, poder crear o modificar si detectamos un desajuste, una carencia, una
laguna, una posibilidad de mejora, un nuevo objeto o servicio… El campo de la
innovación es inmenso.
Innovar es recuperar el espíritu del
niño: tocar todo, conocer, investigar. Lamentablemente, cuando vamos creciendo
el ecosistema sociocultural y económico con sus cánones de comportamiento
subordinados a determinadas estructuras de poder tiende a cohibir a la mayoría
de los seres humanos impidiendo desarrollar sus potencialidades libremente, por
lo tanto, innovar requiere contar con un ecosistema favorable y, en cierta
medida, es la explicación del porqué, en un momento determinado, hay sociedades
que son más innovadoras que otras. Simplemente porque son capaces de generar un
estado de cosas para que las personas den lo mejor de ellos y sean más creativas
(¿Por qué cuesta ser emprendedor en
España?).
Decíamos que el campo de la
innovación es inmenso, podemos innovar en objetos, servicios o procesos.
Podemos innovar individualmente creando, por ejemplo, una aplicación para
móviles o elaborando una nueva receta para la cocina. Pero la innovación es cada
vez más colaborativa en la consecución de retos compartidos y en el progreso
del conocimiento.
Sin embargo, el concepto de
innovación está sobreexplotado, se utiliza de forma abusiva, se aborda con
estrechez de miras y se instrumentaliza de acuerdo con unos determinados
intereses, posiblemente el concepto que debemos reivindicar es el de la
transformación que permita abordar la creatividad de una nueva sociedad en la
que somos, a la vez, productores y consumidores de valor, lo comentábamos en “la innovación ha muerto, viva la transformación”.
El gran reto para superar la crisis
actual es transformar innovando en los modelos de gestión, en el marco
jurídico-político, en el desarrollo de dinámicas colaborativas entre todos los
actores de una sociedad cada vez más compleja. Transformar innovando es ética,
visión, diseño, movilización, catalización, conducción, materialización,
participación, gestión de la emoción, gestión de las relaciones de poder,
gestión del conocimiento, formación y comunicación (La transformación como proceso de construcción creativa).
Las opciones para que podamos innovar
con una visión transformadora son muy variadas y está en nuestras manos. Dos
ejemplos: los espacios colaborativos autogestionados (hacker spaces) y nuestra implicación en la mejora de los procesos dentro de la
organización donde trabajamos.
Seguiremos escribiendo sobre
innovación y transformación, pero lo importante a subrayar es que nuestro
potencial como innovadores requiere únicamente que abramos nuestras mentes y exploremos
el mundo que nos rodea, porque no se desea ni se consigue lo que no se
conoce. Una actitud bastante simple pero, a la vez, compleja porque
requiere madurez, implicación y participación.
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