Aunque a los amantes de la ópera los últimos tiempos de
Luciano Pavarotti podían provocarles dudas, o hasta un cierto desencanto, la
reciente difusión del documental firmado por Ron Howard seguramente les
devolverá la antigua pasión. La infancia de Big Luciano en medio de las
bombas y las masacres de la Segunda Guerra Mundial, sus triunfos en las
principales salas del mundo, sus conflictos y sus romances, su angustia y su
carisma, la relación con los managers y con el público, su identificación con
personajes como Bono y Lady Di, su obra solidaria y un doloroso final desfilan
durante dos horas, como un retrato del primer cantante lírico –y tal vez único
hasta hoy- que alcanzó la categoría de un “rockstar”.
“Me interesaba mucho la idea de explorar el mundo de la
ópera a través del punto de vista de Pavarotti y en conocer cómo era su figura.
Sobre todo, cómo consiguió llevar la ópera hasta el más alto nivel”, señaló
Howard, el celebrado director de “Una mente brillante”, “Nixon vs. Frost” y “El
Código Da Vinci”, cuyo antecedente inmediato a este tipo de documentales sobre
la música fue “The Beatles: Eight Days a Week”.
A nivel de estrellas que trascendieron el ambiente de la
clásica, la medida de Pavarotti sólo podrían darla uno de sus ídolos, Enrico
Caruso, un siglo atrás, o Maria Callas, más cercana a nuestro tiempo. Pero la
expansión del negocio musical, la influencia de los nuevos medios y el
managment llevaron a Pavarotti hasta otra dimensión, al único capaz –no
solo de compartir escenarios- sino de gozar de la popularidad (y las ganancias)
de una estrella de rock.
Pavarotti falleció el 6 de septiembre de 2007, víctima de un
cáncer de páncreas. Tenía 72 años. Su testamento, estudiado y negociado
en los meses siguientes y finalmente acordado entre las partes, abarcaba
propiedades, millonarios derechos de grabación y reliquias como sus trajes de
escena (“no cuantificables”, según los peritos). La valuaron en 100 millones de
dólares, aunque también acumulaba unos 20 millones de dólares en deudas,
principalmente con el fisco italiano. Ya a principios de siglo, Pavarotti
afrontó reclamos del fisco, que fue saldando. “Yo gano dinero en el exterior y
lo traigo a Italia. No creo que sea justo que me juzguen mal por esto. No me
siento un evasor fiscal", señaló aquella vez.
La mitad de aquella herencia quedó para su segunda mujer,
Nicoletta Mantovani, mientras que la otra correspondió a sus cuatro hijas:
Lorena, Cristina y Giuliana, del primer matrimonio con Adua Verona, y Alice,
del segundo. Se repartieron entre aquellas propiedades la finca de
Módena, la imponente villa en las colinas de Pesaro y la residencia oficial de
Pavarotti sobre el Boulevard Princesa Charlotte, en Montecarlo, donde atesoraba
su colección de arte. Pavarotti también poseía diez departamentos en Módena y
tres en Nueva York, con vista al Central Park, donde pasó la mayor parte de sus
últimos años.
Pavarotti, cuyo debut registrado en la ópera remite al papel
de “Rodolfo” en La Bohéme a comienzos de los 60, se afirmó como la
mayor estrella de la música clásica a partir de la década del 70. Pero sus
ganancias treparon a otra escala a partir de la serie de conciertos de los Tres
Tenores, aquella idea que motorizó su manager Tibo Rudas y que lo unió por más
de una década y en varias giras con sus colegas Plácido Domingo y José
Carreras. El debut, con la batuta de Zubin Mehta, ocurrió durante el Mundial de
Fútbol Italia 90, con el inolvidable concierto junto a las Termas de Caracalla.
Fue pocas horas antes de que las selecciones de la Argentina, liderada por
Diego Maradona, y Alemania se enfrentaran por el título en el Estadio Olímpico
de Roma. Las ventas inmediatas del álbum alcanzaron los 11 millones de
copias, una cifra inigualada hasta hoy en la música clásica.
El trío Pavarotti-Domingo-Carreras repitió aquel recital en
los tres Mundiales siguientes: convocaron a 50 mil espectadores en Estados
Unidos en 1994, con una audiencia estimada de mil millones de personas por TV.
Pero Rudas les gestionó aún más: 33 conciertos en 16 países, entre
1996 y 2003, garantizando un cachet de un millón de dólares para cada uno de
los tres cantantes en las presentaciones en los estadios mundialistas, cifra
algo menor en las otras salas.
“Pavarotti era un privilegiado, alguien en un millón. Un
valor atípico que salió de un pequeño pueblo de Italia y que alcanzó la
grandeza gracias a su voz y su talento, que tuvo el coraje de utilizar para
intentar cambiar el mundo. Intentó democratizar la ópera, la llevó a países
como China. Lo que consiguió junto a Los Tres Tenores nunca se vio y, tal vez,
nunca más se verá”, sintetizó Howard.
Su obra solidaria abarcó desde Camboya y el Tibet
hasta Guatemala, los ya famosos conciertos en Módena a beneficio de las
víctimas de la guerra en la ex Yugoslavia, la promoción de concursos entre
jóvenes cantantes. Parte de la recaudación en los ciclos de los Tres Tenores se
destinó a las organizaciones de lucha contra la leucemia, de la cual emergió
José Carreras. “Luciano grabó muchos discos para ayudar a personas con
dificultades y para reunir fondos para las víctimas de la guerra, porque él
mismo fue un niño de la guerra. Cantar junto a otros, le ayudó a sobrellevar
esto”, contó su viuda.
Bono, Eric Clapton, Sting, Steve Wonder, entre otros, se le
sumaron en aquellas gestas. «Su voz te tocaba muy dentro, te llegaba, porque
Luciano hablaba desde el corazón. Y eso lo intentó aprovechar para llevar la
ópera a todo el mundo. Me contaba que cuando él era niño, la gente cantaba
ópera en la calle y que muchos sonreían gracias a eso. Por eso quiso que en
todo el planeta conocieran y amaran el género, por lo que la ópera era capaz de
conseguir”, agregó.
Fortunas, repercusiones mediáticas o algún escándalo, son
parte de la inserción de Pavarotti en el “star system”. Mucho más valioso, y
medida que transcurre el tiempo se hace nítido, es su verdadero legado,
su arte incomparable, el que regaló en decenas, centenares, de funciones de
Turandot, Rigoletto, La Hija del Regimiento y otras de las obras maestras del
canto lírico.
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