La muestra se cerró en marzo de este año y tuvo un resultado que sorprendió a muchos: consultados acerca de si preferirían que sus diputados sean reemplazados por algoritmos, la mitad de los ciudadanos europeos entrevistados contestó que sí, que estaban “ok” con que esa actividad sea realizada por inteligencia artificial. Y el porcentaje crece al 60% en la franja de personas contactadas de entre 25 y 34 años.
El dato, que figura en un informe reciente de IE, un centro
de estudios europeo “para la gobernanza del cambio” que codirige la ex
canciller Susana Malcorra, muestra una arista de un debate que está al rojo
vivo: el de si los seres humanos somos, con todas nuestras emociones, mejores o
peores que la inteligencia artificial para tomar decisiones en entornos
complejos.
“Claramente la IA va a ganar. Cómo las personas nos
ajustaremos a eso es un problema fascinante”, sostuvo semanas atrás el
psicólogo y Nobel de Economía Daniel Kahneman, en uno de los varios reportajes
que dio por el lanzamiento de su nuevo libro Ruido, que co escribió junto a
Cass Sunstein y Oliver Sibony. Para Kahneman, la actual aceleración del proceso
de cambio es difícil de procesar para cerebros acostumbrados a dinámicas
lineales, y no a la exponencialidad. “Habrá consecuencias masivas, y esto ya
está sucediendo”, afirma el padre de la economía del comportamiento.
Kahneman cree que la adopción de IA para toma de decisiones
es más lenta que su propio avance tecnológico porque la sociedad es menos
tolerante con los errores de un algoritmo que con los de los humanos. Por
ejemplo, no va a ser suficiente que los accidentes de tránsito se reduzcan a la
mitad con vehículos automanejados, sino que será necesario que tengan una tasa
de siniestros de casi cero para que la población finalmente los valide.
En Ruido, Kahneman
se mete con un tema que comenzó a estudiar hace menos de una década: los
errores que no aparecen sesgados hacia un lado determinado, sino que se
presentan como grandes divergencias que pueden partir de aspectos triviales en
las condiciones de base (si la persona que toma la decisión está de buen o mal
humor, si durmió o comió lo suficiente, el clima, la subjetividad del modelo
mental, etc.). La chispa que encendió la curiosidad del académico fue advertir
que pólizas de seguro para riesgo de fraude bancario diferían en un 50%
dependiendo del especialista que las cotizara, cuando la percepción de la
varianza dentro de este grupo no superaba el 10%.
En los últimos 50 años, la economía del comportamiento, que
se nutre de enseñanzas de la psicología, se dedicó a analizar más de 200 sesgos
que nos apartan de la racionalidad y nos llevan a cometer errores, la mayoría
de las veces de manera inconsciente. Por “ruido”, los autores se refieren a
errores sistémicos, en un fenómeno estadístico. No se analiza un comportamiento
individual, sino la varianza que surge de un conjunto, en campos donde
supuestamente hay expertos que saben lo que hacen.
Hay sectores donde el
ruido es particularmente alto, como el judicial (ante la misma evidencia la
sentencia varia un montón, dependiendo de cada juez), el de la medicina, en las
políticas públicas, entre otros
En todos hay “expertos” de sueldos elevados que se supone
que deciden bien, pero eso no ocurre cuando se analizan expost estos procesos.
“Creo que hay menos diferencia entre las religiones y otros sistemas de
creencias de lo que si ponemos a todos nos gusta creer que estamos en contacto
directo.
Hay sectores donde el ruido es particularmente alto, como el
judicial, el de la medicina y el de las políticas públicas, entre otros Las
habilidades cognitivas tradicionales explican hasta 14 veces más los
rendimientos en el trabajo que la inteligencia emocional con la verdad. Yo digo
que en muchos aspectos mi fe en la ciencia no es muy distinta del de otra gente
en la religión. La arrogancia de los científicos es algo en lo que pienso
mucho”, sostuvo el Nobel en una charla con el diario inglés The Guardian.
Parte de este ruido o varianza en los resultados tiene que
ver con las emociones humanas. “Está claro que las emociones impactan en la
toma de decisiones. Decidimos diferente si estamos enojados que si estamos
contentos”, dice a la nación el especialista en Teoría de la Decisión Ernesto
Weissmann (de hecho, las últimas investigaciones concluyen que decidimos mejor
cuando estamos de mal humor).
“Si tu estado de ánimo cambia, tus decisiones también lo
harán y esto puede ser un problema para un sistema que debería decidir de
manera consistente. No es razonable que un médico prescriba diferente según
cómo se sienta en un día particular, o que la suerte de un acusado en un
juicio, la nota de un alumno en un examen o la aprobación de un proyecto
corporativo dependa de si el decisor tuvo un buen día”, explica el director de
Tandem.
Los estudios sobre inteligencia emocional tuvieron su auge
desde los 90, cuando muchos en el campo de los Recursos Humanos pensaban que
era un atributo más importante que el tradicional coeficiente intelectual. Sin
embargo, investigaciones posteriores pusieron en seria duda esta afirmación. En
particular, un meta-estudio de Dana Joseph y Dan Newman relevó docenas de
papers (que a su vez hicieron foco en 191 tareas laborales distintas) y
hallaron que las habilidades cognitivas
tradicionales explican hasta 14 veces más los rendimientos en el trabajo que la
inteligencia emocional.
Ambos campos de atributos, por supuesto, no son excluyentes,
y en general hay correlación positiva entre el IQ y la inteligencia emocional.
Para la economista especializada en comportamiento Daniela Olstein, “sabemos
que las emociones y la razón no están separadas e interactúan permanentemente
en nuestro cerebro. Pero tomamos la mayor parte de las decisiones guiados por
el sistema límbico, donde residen las emociones, y luego las justificamos
mediante la razón”.
El neurólogo Claudio Wainsburg remarcó en un artículo
titulado La emoción en la toma de decisiones. ¿Perjuicio o beneficio? que la
razón y emoción van juntas en los principales procesos cerebrales, y que las
decisiones tomadas sin ningún tipo de emoción también presentan una alta tasa
de errores. Todo depende del contexto y del tipo de decisión. Como en la frase
de Silvio Soldán en el “Yo sé” de Feliz Domingo, “las dos a la final” (la razón
y la emoción).
En Ruido, Kahneman
acepta que en determinadas profesiones es muy importante la intuición del
experto. Por ejemplo, para los bomberos, médicos de emergencias o deportistas
de alto rendimiento, que tienen que decidir rápido. Pero en la mayor parte de
los casos de determinaciones empresariales o de políticas públicas conviene
respirar, contar hasta diez y decidir de manera más racional y reflexiva.
El Nobel de Economía es el primero en reconocer que tal vez
se habló demasiado de sesgos en los últimos años. “Los sesgos tienen un carisma
explicativo que el ruido no tiene”, sostuvo. Tal vez haya habido una burbuja
con este tema que explotó en libros, charlas y medios. El propio Kahneman lo
acepta en cada entrevista que da. Como decía Groucho Marx, “estos son mis
principios, sino les gustan… tengo otros”.
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