En una de las primeras novelas de Ernest Hemingway se
describe un personaje que “primero se desmorona gradualmente y luego en forma
abrupta”. En el campo económico, Rudiger Dornbusch enunció un concepto
similar: “En economía las cosas siempre suceden más lento de lo que uno
supone, pero cuando suceden, lo hacen más rápido de lo que se pensaba”.
En ambos casos, se trata de una dinámica propia de los
sistemas complejos (la vida y la economía lo son, al fin y al cabo), llenos de
exponencialidades, cascadas, puntos de quiebre y escenarios imposibles de
pronosticar. Esto sucede para mal (el lado que más nos llama la atención), pero
también para bien. En el terreno de la pandemia, los casos se dispararon en la
segunda ola siguiendo patrones de los sistemas complejos, pero también la
producción de vacunas da sorpresas positivas: según el sitio Airfinity, las
primeras 1000 millones de dosis de vacunas se produjeron hasta el 12 de abril;
las segundas 1000 millones van a estar listas poco menos de dos meses después,
el 27 de mayo. Como el personaje de Hemingway: “Primero gradual, luego
repentino”.
“En biotecnología hoy podemos hacer cosas que hace un par de
décadas parecían imposibles; y otras que vemos en series de ciencia ficción que
en realidad ya son posibles desde hace mucho tiempo y no se concretan por temas
regulatorios. La línea entre ficción y realidad es difusa”, cuenta el genetista
y emprendedor Esteban Lombardía, experto en biología molecular y fisiología
bacteriana. Junto a su socio Adrián Rovetto, otro exConicet, dirigen Terragene,
desde donde importan un 95% de su producción de indicadores para procesos de
esterilización. “Pero, ciertamente, hoy estamos viendo un boom sin
precedentes anclado en herramientas como la secuenciación, Crispr y
síntesis de ARN, entre otras”, agrega.
Por la cantidad y calidad de recursos humanos en ciencias de
la vida que hay en la Argentina, Lombardía cree que esta es la ola de
cambio donde el país puede estar más cerca de la “cresta”. En otras
tecnologías, como inteligencia artificial (IA) o computación cuántica, ya
estamos muy lejos porque son capital-intensivas (se estima que una ronda de
entrenamiento de GPT4, la próxima generación de lenguaje natural en IA, costará
en el orden de los cientos de millones de dólares, por caso). Hoy, el
genoma humano se puede secuenciar en tres horas y las herramientas de
Crispr (una técnica de edición genética) están al alcance de decenas de
startups y proyectos en la Argentina.
“Los contagios de Covid-19 se dispararon en la segunda
ola, pero la producción de vacunas dio sorpresas y ganó mucha velocidad”
La pandemia puso en un lugar de nuevo protagonismo a
las ciencias de la vida (que exceden al negocio de la salud y
hoy apuntan a disrumpir los de energía, alimentación, almacenamiento de
información y también otros). El ejemplo más conocido es el de la revolución de
la terapéutica con ARN mensajero (detrás de las vacunas de Pfizer y Moderna).
Ya en 2018 la revista Nature había calificado como “brillantes” a las
perspectivas de esta metodología, pero recién en 2020 se pudo desplegar todo su
potencial, que se podrá aplicar a otras enfermedades además del Covid.
Los sistemas complejos (una forma de analizar el mundo, los
mercados, los seres humanos desde la perspectiva de infinitos nodos y sus
interconexiones) conforman un seteo mental mucho más extendido en la biología
que en otras disciplinas. Y la complejidad es la mejor manera de entender este
mundo en el que, como decía Pancho Ibáñez, “todo tiene que ver con
todo”.
Un ejemplo que acerca Lombardía: las limitaciones
regulatorias y la imagen que acumularon en los últimos años los procedimientos
con alteraciones genéticas hicieron que los laboratorios apostaran más fichas
al ARN mensajero (que no modifica el ADN) y por lo tanto estuvieran en la “pole
position” en el primer trimestre de 2020, cuando explotó la pandemia, para
producir en un tiempo mucho más corto la nueva generación de vacunas. Otro
tanto sucede con la inteligencia artificial y el uso de aprendizaje profundo
para predecir dónde vale la pena invertir horas de trabajo humano en biología,
una vía que sirvió para encontrar nuevos tratamientos contra el Covid y que va
a acortar dramáticamente los tiempos en el campo biotech, que siempre fueron
muy extensos y con costos elevadísimos.
La serie alemana Biohackers muestra lo que en innovación se
llama un “próximo adyacente”, un futuro cercano donde
estudiantes de primer año de la Universidad de Friburgo realizan todo tipo de
proezas en el terreno de la biotecnología. La serie fue muy criticada por
biólogos en redes sociales, por sus inconsistencias.
Lombardía, que estudió genética en Misiones, precisa que
varios de los detalles que se cuentan allí como ciencia ficción (un ratón
fluorescente, por caso) son ya posibles desde hace varios años y la velocidad
de cambio está más dada por regulaciones que por disponibilidad tecnológica. En
Corea se clonaron gatos fluorescentes por primera vez en 2007.
“La ciencia ficción es un formato útil para pensar cosas de
a una, pero tal vez la parte más extraña del mundo no sea ninguna innovación o
evento específico, sino la forma en que los cambios se acumulan e interactúan
constantemente, una especie de música de fondo de ‘weirdness’ (rareza) que
subestimamos porque casi que nos acostumbramos a ella”, explica a la nacion el
científico de datos y tecnólogo Marcelo Rinesi. “El cliché es preguntar por los
autos voladores, las inteligencias artificiales con auto-conciencia, o los
viajes a Marte, pero vivimos en un mundo donde todos los días hacemos
masivamente secuenciamiento genético de potenciales variantes de un virus
pandémico, usamos redes neuronales para diseñar redes neuronales, nos vamos
quedando sin juegos donde los humanos no somos obsoletos y los lanzamientos de
cohetes son rutinarios”, agrega.
Para Rinesi, “el impacto más fuerte, más invisible y más
extraño no está en cada tecnología individual, sino en lo que sucede cuando se
hunden en los cimientos del mundo. Lo único más difícil de ver que lo
radicalmente nuevo una vez que se ha vuelto constitutivo del mundo, es lo
radicalmente nuevo una vez que se ha vuelto constitutivo de nosotros mismos”.
“Tanto o más que en un mundo de ciencia ficción
espectacular, vivimos en un mundo de ‘nueva rareza’, uno donde
subestimamos lo radicalmente extraño porque la mayor extrañeza no está en
eventos o tecnologías puntuales, sino en la infraestructura de nuestra
realidad”, continúa el tecnólogo, “Hay más de raro –a veces de horroroso, a
veces sublime, a veces las dos cosas– en lo que sucede todo el tiempo, en los
avances de la ciencia y la tecnología que nunca llegan a ser mencionados en la
televisión porque son simultáneamente fundacionales y esotéricos, que en los
productos o eventos que miramos y pensamos “esto es ciencia ficción.”
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