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Un mundo dividido por una enorme barrera de
oscuridad y niebla perpetua, donde dragones y otras criaturas
sobrenaturales se deleitan atacando a los humanos que la quieren cruzar. El
argumento de la serie Sombra y hueso, estrenada en abril y basada en los libros
de fantasía de Leigh Bardugo, también sirve para describir a otra
sombra que acecha en la frontera entre la pandemia y la salud mental: la
denominada “niebla cerebral” o “niebla mental”, un conjunto de
síntomas que aquejan a un tercio de las personas que atravesaron el Covid-19 y
que empezaron a ser estudiados por neurólogos, psicólogos y psiquiatras ya
desde las primeras cuarentenas.
El término se puso de moda en el terreno de la salud mental
en los últimos meses, cuando un creciente número de pacientes llegó a
hospitales reportando problemas cognitivos, mareos, dificultades persistentes
con la memoria, falta de energía y desmotivación. “La palabra que mejor
describe este estado para mí es el de un ‘anestesiamiento’, falta
de ganas y problemas para hacer foco”, cuenta a LA NACION la
neuróloga Lorena Llobenes, que estudió medicina en la UBA y luego se dedicó a
incorporar elementos de sabiduría oriental en una nueva agenda de bienestar.
“Lo noto sobre todo en adolescentes que llegan al consultorio”, agrega.
De acuerdo con un estudio reciente de la Universidad de
Columbia, un 30% de quienes tuvieron Covid, incluso en versiones muy
leves, continúan en los meses siguientes con dolores de cabeza, fatiga, mareos
y dificultades de atención. No son cuadros extremos de angustia y
depresión, y por eso en muchos casos vuelan “por fuera del radar” de los
expertos. Pero está claro que esta “niebla mental” hace que quienes la sufren
no funcionen al 100% y se alejen de un estado de bienestar físico y emocional.
A nivel global, un 70% de las personas con algún problema de
salud mental no recibe tratamiento. Los motivos son varios: fallas para
reconocer el diagnóstico, falta de acceso a profesionales, o miedo a ser
estigmatizados. El dato surge de un estudio publicado en 2013 en la revista
académica de la Asociación Americana de Salud Pública, pero es probable que
esta “brecha de tratamiento” haya aumentado todavía más con las sucesivas olas
de la pandemia.
En términos económicos, los costos son
gigantescos, a tal punto que los especialistas ya hablan de “la otra
pandemia”. Seis de cada diez enfermedades que causan mayor discapacidad en la
población laboralmente activa son enfermedades de salud mental. Para 2030, el
Foro Económico Mundial estimó que los costos asociados a problemáticas mentales
superarán los seis billones (millones de millones) de dólares. Si además del
valor de los tratamientos se toma en cuenta el impacto de la pérdida de la
productividad y el disvalor en deterioro de la educación, la comisión de
Psiquiatría de The Lancet elevó esta estimación a 16 billones
de dólares para 2030. Y todos estos cálculos se hicieron antes de que llegara
la enorme pared sombría de la “niebla mental”.
La economía académica comenzó a tomarse en serio el
territorio de la salud mental en los últimos años. Un trabajo de
Martin Knapp y Gloria Wong dio cuenta de que las evaluaciones económicas sobre
salud mental en los principales journals de la profesión pasaron de solo 100 en
1999 a 4000 en 2019, antes de que estallara la pandemia.
Lo que en el campo de la psiquiatría se bautizó como “niebla
mental” y que la neuróloga Llobenes describe como “anestesiamiento”, tuvo su
abordaje en una nota del divulgador estadounidense Adam Grant, publicada el 19
de abril en The New York Times. Grant alude a esta zona
intermedia entre los cuadros severos y el bienestar: “No estamos
quemados, todavía tenemos energía. No es depresión: no estamos completamente
desesperanzados. Solo nos sentimos algo desanimados y hay un nombre para eso:
languidecer”. Es una sensación de estancamiento y vacío, como caminar en el
barro y ver todo a través de un bloque ventoso y de niebla.
Al igual que sucede a menudo con los hijos del medio, a los
que se les suele dedicar menos atención, y a la relaciones intermedias, que son
las que más sufrieron con la pandemia (a los íntimos los seguimos tratando y a
los desconocidos los vemos en reuniones de zoom laborales), estos
cuadros intermedios de salud mental tienen el mismo problema de subestimación,
de pasar inadvertidos.
La buena noticia, dice Grant, es que nada indica que
sean situaciones irreversibles. El primer paso es identificar a la
“niebla mental” como un problema existente, con síntomas definidos y que son
compartidos por mucha gente. El “ahí andamos, remándola”, entra en una
categorización. Luego, todas las herramientas de la agenda de bienestar sirven
para disipar la niebla: meditación, ejercicio físico, buena alimentación,
higiene de sueño, hidratación, respiración guiada, etcétera. Las favoritas de
Llobenes: contacto con la naturaleza y un retiro de meditación grupal, si se
puede, al año, contó el lunes pasado en una charla en el seminario Proxi sobre
futuro del bienestar, en el Instituto Baikal.
En un Álter Eco de fines de 2020, el psiquiatra de Ineco y
de la Universidad Favaloro Julián Bustin trajo el concepto de “reserva
cognitiva”, una suerte de escudo contra deterioros de salud mental que se
engrosa con hábitos saludables, relaciones sociales y educación formal, todos
aspectos que se deterioraron con la pandemia. Como sucede con las empresas y la
economía familiar, esta reserva cognitiva tenía algo de resto para
afrontar la primera ola de la pandemia, pero quedó con el tanque en rojo para
el segundo embate. A principios de marzo, antes de que los números de
contagio mostraran indicios de la nueva ola, las consultas para profesionales
de Ineco se multiplicaron y se llenó la agenda de abril (tuvieron que ampliar
horarios), como una suerte de premonición ante la inminencia del renovado
estallido viral.
Claro que no todo está dentro de nuestro cerebro: hay un
contexto único que le abre la cancha a la niebla mental. En Esto va a cambiarlo
todo, una compilación de más de 125 ensayos que publicó John Brockman en 2012,
pensadores como Richard Dawkins, Freeman Dyson o Steven Pinker especulan sobre
un único evento con el potencial de cambiar por completo la historia de la
humanidad en el corto o mediano plazo.
Entre los ensayistas invitados a aportar al libro estaba el
artista, músico y compositor Brian Eno, quien produjo, además, discos de U2,
Talking Heads y Coldplay. La respuesta de Eno al interrogante sobre qué lo
cambiará todo fue: “La sensación de que las cosas empeorarán. Lo que lo
cambiará todo no es un pensamiento, sino un sentimiento”. Otro que la pegó con
el pronóstico, porque la niebla mental es, sin dudas, la “sensación-sensación”
de 2021.
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