En 1950, antes de morder la manzana, Alan Turing escribió un
artículo desafiante preguntándose si las máquinas podían pensar. Setenta años
después la inteligencia artificial empieza a darle la razón al padre de la
computación moderna y, para la comunidad científica reunida en la Universidad
de la Singularidad, estamos a pocos años de que los algoritmos reemplacen a los
humanos, generando una revolución que modifiquen de manera dramática la
creación de riqueza y el mundo del trabajo, con profundas implicancias en
materia de los derechos de propiedad y del funcionamiento del Estado.
La inteligencia artificial permitirá crear valor sin costo
adicional, como ya lo hacen las industrias culturales y las basadas en el
conocimiento, a diferencia de lo que pasa con la economía tradicional. Para
muestra basta un botón; Toyota facturó US$241.200 millones durante el último
año, ganando US$13.300 millones (5,5% de rentabilidad), mientras que Apple tuvo
ingresos por US$294.100 millones, pero reportó utilidades por US$63.900
millones (21,7%).
La empresa de la manzanita mordida vale 10 veces más que la
automotriz japonesa, porque no tiene que volver a fabricar su producto de cero
cada vez que consigue un cliente y ese es el modelo de un futuro que ya llego.
Al mismo tiempo, la uberización se expandirá a todas las
actividades de intermediación, poniendo en jaque al comercio tradicional, pero
también a los bancos, a los medios de comunicación, a las inmobiliarias y a
todos los negocios que hoy conectan a productores con consumidores,
transformando el proceso de formación de precios, con algoritmos que expriman
los recursos sacándoles cada vez más valor.
Las plataformas nos conducen a un mundo de capitalismo con
esteroides, pero al mismo tiempo abren la oportunidad a la economía
colaborativa, que permite consumir sin comprar, compartiendo desde la ropa
hasta el auto, pasando por la comida y el tiempo, con bancos de favores y
vacaciones para perros.
Más recursos y, a la
vez, mayor desigualdad
Vamos hacia una economía que generará recursos suficientes
para terminar con la pobreza, pero que al mismo tiempo será de una desigualdad
brutal, similar a la que observamos en el mundo de las superestrellas del
deporte, los espectáculos y los influencers de las redes sociales. Según
Forbes, en 2020 Kylie Jenner fue la celebridad que más dinero ganó, amasando
nada menos que US$590 millones luego de vender su empresa de cosméticos y
apoyarse en sus 212 millones de seguidores de Instagram, para facturar más de
un millón por cada posteo. En el otro extremo, hay 30 millones de
microinfluencers que tienen hasta 100.000 seguidores y que pueden cobrar US$350
por campaña.
Hoy hay 2153 billonarios y 46 millones de millonarios en el
mundo, y si el crecimiento se torna exponencial como sugiere la teoría de la
singularidad, vamos a un mundo de 100 millones de ricos y 33.000 mega ricos en
los próximos 15 años. Pero al mismo tiempo, los Estados tendrán cada vez mas
dificultad para cobrar impuestos, porque la descentralización de las finanzas
que permiten los contratos inteligentes estructurados sobre blockchain hará que
las monedas virtuales como el Bitcoin y los derechos de propiedad pasen por
debajo del radar de los gobiernos
Habrá, por supuesto, factores culturales e institucionales,
desde las religiones hasta los gremios, que frenarán la expansión de la inteligencia
artificial y la uberización en muchos sectores de la economía, haciendo que la
estructura de creación de valor del futuro sea mucho más heterogénea que la
actual, como una suerte de autopista con varios carriles de distintas
velocidades y colectoras de transito lento con muy pocas subidas a la
principal.
Una parte de la sociedad se resistirá al cambio y vivirá de
las rentas generadas por las regulaciones que los sindicatos y los gobiernos
puedan sostener. Otra parte quedará marginada. En el medio y contra todo
pronóstico del fin del trabajo, una inmensa clase social de alta movilidad
aprovechará los algoritmos y las plataformas para potenciar su productividad y
multiplicar sus ingresos.
Las dos grandes instituciones que le dan forma a nuestra
sociedad y organizan el tiempo, la escuela y el trabajo, están en el centro del
huracán y ya vimos un trailer de los cambios que tenemos por delante, con el
experimento natural que resultó la pandemia. Porque si las cuarentenas nos
demostraron la capacidad tecnológica para trabajar desde el hogar o para tomar
clases por zoom, también nos enfrentaron con las contradicciones de un sistema
social que trasciende la producción de bienes y la transmisión de contenidos, a
punto tal que mucha gente que soñaba con abandonar la oficina ahora la extraña,
y aunque los chicos aprendan a sumar y a restar, se estancan en su desarrollo
social y emocional dentro de la casa.
Las batallas de la singularidad no disputarán el acceso a
fuentes energéticas no renovables como el petróleo, sino la propiedad de los
datos, porque a partir de ellos se construirán la mayoría de los bienes, y
porque es sobre la base de la información de cada clik, de cada elección, de
cada consumo, que la inteligencia artificial aprenderá nuestras preferencias y
patrones de comportamiento, ordenando desde el tránsito a las inversiones,
pasando por la política, la comida, el chequeo de la salud y el diseño de la
mejor estrategia de prevención para cuando llegue la próxima pandemia.
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