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¿Qué hubiera pasado si un determinado suceso del pasado no
hubiera ocurrido, o si se hubiera desarrollado de otra manera? La “historia
contrafactual” tiene una amplia tradición en la academia, con promotores como
Niall Ferguson, y también da el pie para un género literario donde brilló
Philip Dick con su novela El hombre en el castillo. En este libro de 1962 –y en
la serie homónima de Amazon de 2015– se especula con el devenir histórico
alternativo si Alemania y Japón ganaban la Segunda Guerra y se repartían a los
Estados Unidos en dos partes.
Otra obra ucrónica más reciente, Para toda la humanidad
(2019, Apple TV) se plantea un contrafáctico interesante: qué hubiera pasado si
la Unión Soviética llegaba primero con una misión tripulada a la luna.
Probablemente toda la trayectoria geopolítica posterior (incluyendo la debacle
de la URSS) se habría alterado, lo que muestra lo medular que resultan en la sociedad
moderna los hitos espaciales.
¿Qué pasaría si China
llegara antes que Estados Unidos con humanos a Marte? ¿Marcaría eso el final
del siglo de dominio americano?
En un libro lanzado en 2019, a los 50 años de la llegada del
hombre a la Luna, Un paso gigante, el periodista de la revista Fast Company
Charles Fishman repasa el legado de “externalidades tecnológicas” que dejó el
programa Apollo en los 60 y 70, con avances que se pensaron en primer término
para llegar a la Luna pero luego tuvieron un impacto enorme en la tierra. Así
como en el campo de la innovación se habla de “moon-shots” (tiros a la luna)
para caracterizar a una meta grandiosa, su contraparte “earth-shots” sirve para
evaluar cómo esas fronteras tecnológicas que se van corriendo impactan en la
Tierra.
Fishman cuenta que a principios de los 60, cuando se inició
el programa Apollo, que en su cenit ocupó a más de 400.000 personas (fue por
lejos el trabajo colaborativo más ambicioso de la historia de la Humanidad),
los Estados Unidos eran un país “tecnológicamente naif”. La carrera espacial
fue el origen de invenciones como los filtros de agua, el GPS o componentes
claves que hoy usan las cámaras de los celulares.
Pero hay una avenida de innovación vinculada a aquel proceso
que realmente “lo cambió todo”. La NASA fue, durante más de una década, el
único cliente de la naciente industria de los microchips. Este monopsonio
permitió que pudiera crecer desde su fragilidad inicial un sector que luego
tomó la velocidad de la famosa “Ley de Moore” y propició la revolución de las
computadoras personales, internet, celulares, etcétera.
Con más de 50 despegues programados solamente en los Estados
Unidos, 2021 apunta a ser, por la densidad de misiones y la cantidad de
novedades, el año más importante para la carrera espacial desde 1969. El plato
fuerte se dio en febrero con la llegada simultánea de tres misiones no
tripuladas a Marte (de los Estados Unidos, de China y de Emiratos Árabes). Hay
pasos claves en el Programa Artemis (que volverá a poner humanos en la Luna
desde 2024), iniciativas para llegar más cerca del sol, desviar asteroides y
poner en órbita telescopios infinitamente más poderosos que los actuales, entre
otros hitos.
En paralelo, la agenda de la cultura pop acompaña con un
récord de series y películas de esta temática: en octubre, Tom Cruise viajará
al espacio para rodar la primera película de ficción filmada completamente
fuera de la Tierra. Como ocurría con quienes pasaron su infancia en los 70
rodeados de posters de naves espaciales en sus habitaciones, lo nerd vuelve a
ser cool (y esto no es nada trivial, por ejemplo, para la selección de carreras
universitarias).
En este contexto, muchos científicos especulan acerca de
cuáles serán las tecnologías que hoy se están empujando “al límite” y que tendrán
un impacto en la Tierra del nivel de lo que fue la revolución digital.
“Un área donde veo corrimiento de frontera es en robótica e
inteligencia artificial por las misiones no tripuladas a lugares cada vez más
lejanos, donde tienen que tomarse decisiones autónomas cada vez más
sofisticadas”, cuenta Alejandro Repetto, CTO de Inipop y experto en diseño de
futuros. “Lo vemos con todas las iniciativas de Marte, con sensores, robótica y
procesado que luego decanta directamente en autos, aviones o electrodomésticos
en la Tierra”.
“El otro tema fuerte, que impulsa mucho Elon Musk, tiene que
ver con que para poner personas en Marte hace falta producir agua y alimentos
en ambientes muy extremos”, continúa Repetto. “Ese tipo de logros son los que
luego permitirían plantar soja en el Sahara”, agrega.
Prácticamente todas
las tecnologías exponenciales actuales tienen proyectos vinculados a la
exploración espacial que empujan sus fronteras.
Los contratos inteligentes anclados en blockchain resultan
ideales para proyectos logísticos ultrasofisticados, como el minado de
asteroides; o la construcción de bases espaciales (además de que los satélites
se usan como nodos de esta arquitectura de software). De hecho, la empresa
Planetary Resources (de minería de asteroides) fue comprada por ConsenSys (una
compañía de blockchain).
El ida y vuelta con la biotecnología también arde. En línea
con lo que contaba Repetto, la NASA tiene toda una tradición en transferencias
que se aplican tanto a mejora del agua como a mitigación del cambio climático y
desafíos alimentarios. La científica Clara Rubinstein cita por ejemplo el caso
de la “astropatología”, una subdisciplina emergente que usa algoritmos que se
utilizan para identificar cuerpos celestiales en el espacio para hacer lo
propio con células patógenas en pacientes con cáncer.
Para el físico ruso Andrei Vazhnov, “hoy en día se volvió
más difícil de distinguir aplicaciones terrestres de las espaciales. Por
ejemplo, mucho de dinamismo reciente en la industria espacial fue gracias al
mercado de lanzar miles de satélites de bajo costo. Estos, si bien es una
tecnología espacial, tienen aplicaciones directamente terrestres para provisión
de internet o agricultura de precisión”.
Sin embargo, agrega Vazhnov a la nación, “creo que en el
futuro puede haber casos que en sí tienen un potencial impresionante. Por
ejemplo, el SpaceShipTwo de Virgin Galactic está originalmente pensado como
vehículo para turismo espacial pero una vez que los costos bajan puede ofrecer
vuelos de ciudad a ciudad con velocidades orbitales”.
Otras tecnologías “de ciencia ficción” que se planean para
la década que viene contemplan, por ejemplo, motores para viajar varias veces
más rápido que con los actuales y aspirar, en un futuro, a llegar a algún
exoplaneta. Si queremos conocer algún día una civilización alienígena, tal vez
estos viajes largos serán indispensables; porque como dice el chiste de
astrónomos “la mejor prueba de que allá afuera hay vida inteligente es que
nunca visitaron la Tierra”.
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