Nuestras mentes y, por tanto, nuestras vidas como están
comprobando, actualmente, los científicos están condicionadas por un
desequilibrio evidente: lo malo es más fuerte que lo bueno.
Este poder de lo malo se recoge con varios nombres en la
literatura académica sobre el tema: el sesgo de la negatividad, la dominancia
de lo negativo o el efecto de la negatividad. Sea cual sea el nombre que se
emplea se refiere a la tendencia universal a que los hechos y emociones
negativas nos afecten con más fuerza que las positivas. Por ejemplo, nos
sentimos devastados por una palabra de crítica pero no nos afecta una cascada
de halagos o nos fijamos en una cara hostil en la multitud y nos perdemos
todas las sonrisas amistosas.
Reconociendo el efecto de la negatividad y anulando nuestras
respuestas innatas podemos romper los patrones destructivos, pensar con
mayor eficacia sobre el futuro y explotar los beneficios evidentes de este
sesgo. La mala suerte, las malas noticias y los malos sentimientos generan
poderosos incentivos para hacernos más fuertes, inteligentes y amables. Lo malo
puede tornarse en bueno pero solo si nuestra mente racional es capaz de captar
su impacto irracional.
El efecto de la negatividad responde a un principio simple
pero que puede tener consecuencias no tan simples. Cuando no somos conscientes
de cómo lo malo nubla nuestro juicio podemos tomar decisiones terribles. Puede
destruir reputaciones, hundir organizaciones, promover el tribalismo y la
xenofobia, etc.
El mal tiene un poder universal pero no es invencible. Nos
sentimos más influenciados por este efecto de la negatividad en nuestra
juventud cuando más tenemos que aprender de los errores y de las críticas. Al
madurar nuestra necesidad de aprendizaje va disminuyendo mientras nuestra
perspectiva aumenta. Las personas mayores se suelen sentir más satisfechas que
las jóvenes porque sus juicios y emociones no están tan condicionadas por sus
problemas y contratiempos. Neutralizan el poder de lo malo apreciando los
placeres que la vida les brinda diariamente y recordando los buenos momentos en
lugar de recrearse en pasadas miserias. Sus vidas puede parecer que no son
mejores, al menos en relación con estándares objetivos pero suelen sentirse
mejor y tomar decisiones más acertadas porque pueden permitirse el ignorar las
oportunidades de aprendizaje desagradables y centrarse en aquello que les
ocasiona bienestar y alegría.
El efecto de la negatividad es un aspecto fundamental de la
psicología pero ha sido descubierto recientemente y de forma bastante
inesperada. Las investigaciones de Roy Baumeister comenzaron porque en la
década de los 90 del pasado siglo se sintió intrigado ante un par de patrones
presentes en los eventos buenos y malos. Los psicólogos que estudiaban las reacciones
de las personas habían encontrado que una mal primera impresión tiene mucho más
impacto que una buena, y que, por ejemplo, una pérdida financiera se
recuerda durante más tiempo que una ganancia. Para analizar este hecho
Baumeister y sus colaboradores comenzaron a
intentar identificar patrones contrarios que les permitiesen
desarrollar una teoría sobre cuándo el mal es más fuerte y cuándo lo es el
bien. Pero a pesar de revisar todas las investigaciones sobre el tema desde el
punto de vista psicológico, económico, sociológico, antropológico y de otras
disciplinas no encontraron ejemplos consistentes que demostrasen la mayor
fortaleza del bien. Los estudios mostraban, por ejemplo que la mala salud o la
mala educación por parte de los padres tienen más influencia que la buena salud
o la buena educación. El impacto de los eventos negativos dura más que el de
los positivos. Por ejemplo una imagen negativa (como la fotografía de un animal
muerto) estimula mayor actividad eléctrica cerebral que una positiva (como un
helado). El dolor que provocan las críticas es mucho mayor que el placer que
producen las alabanzas.
Este efecto de la negatividad es adaptativo para mejorar las
posibilidades de supervivencia de un individuo o grupo. Nuestros antepasados
que lograban sobrevivir en la sabana eran aquellos que prestaban más atención a
las plantas venenosas que a saborear las que podían ser deliciosas y a los
depredadores en lugar de disfrutar de la visión de las gacelas. Reconocer la
amabilidad de un amigo no era cuestión de vida o muerte pero ignorar la
animosidad de un enemigo podía resultar fatal.
Un pequeño error todavía puede ser letal, un enemigo puede
hacernos la vida imposible y una pérdida puede borrar muchas ganancias previas.
El prestar atención a las amenazas sigue teniendo un sentido en este momento de
la evolución. Pero nuestra fina capacidad de detectar lo negativo puede
debilitarnos, por lo que debemos aprender a superar el efecto desproporcionado
que tiene lo que consideramos malo.
Este efecto como hemos visto nos lleva a prestar especial
atención a las amenazas externas y de esta forma las incrementamos pero nos
puede ocasionar un prejuicio diferente si miramos hacia dentro de nosotros
mismos. Normalmente exageramos nuestras virtudes y nuestra capacidad para
autoengañarnos puede llegar a ser asombrosa. Tendemos, pues, a sobrestimar
nuestras habilidades así como nuestro poder para controlar nuestro destino.
Éste sesgo hacia el optimismo hace que subestimemos los riesgos de determinado
tipo de efectos negativos en nuestras vidas.
Un concepto que se utiliza para ver cómo se puede minimizar
el efecto de la negatividad es el de “ratio de positividad” que consiste en
registrar el número de eventos positivos por cada negativo. Uno de los
investigadores pioneros de este ratio es Robert Schwartz, psicólogo clínico,
que se planteó hasta qué punto estaban ayudando él y sus compañeros a sus
pacientes con sus terapias. Buscaba una medida más precisa que la de “el
paciente se siente menos deprimido tras el tratamiento”. Durante varias décadas
comenzando en la de los 80 del siglo pasado comparó el número de sentimientos
positivos y negativos que manifestaban tener las personas sometidas a
psicoterapia. Encontró que las personas que se sentían muy deprimidas tendían a
experimentar el doble de sentimientos negativos que positivos y que este ratio
podía mejorar mediante charlas y antidepresivos.
En el otro extremo se encontraban las personas que refieren
que el 90% de sus sentimientos son positivos que por tanto se mostraban
peligrosamente poco realistas y con propensión hacia el egocentrismo, actitudes
maniacas y de negación. La vida no puede ser siempre feliz y las personas sanas
muestran algunas reacciones ante lo negativo, pero no demasiadas. Schwartz como
conclusión de su estudio plantea que las personas que experimentan el mismo
número de sentimientos positivos que negativos son ligeramente disfuncionales,
mientras que las “normales” serían aquellas con 2,5 sentimientos positivos por
1 negativo y los pacientes que lograban el “funcionamiento óptimo” tendrían 4
sentimientos positivos por uno negativo.
Barbara
Fredrickson ha realizado numerosas investigaciones para la medida del
bienestar emocional. Por ejemplo, tras realizar tests diagnósticos a los
estudiantes de en la Universidad de Michigan los clasificó en dos categorías:
los que florecían y los que languidecían. Los primeros mostraban un fuerte
sentido de un propósito y de control sobre sus vidas, se aceptaban como eran y
se llevaban bien con los demás mientras los que se encontraban en el segundo
grupo según los resultados de las pruebas tenían más problemas personales y no
estaban muy bien integrados en su comunidad.
Durante un mes ambos grupos de estudiantes registraron
diariamente su estado anímico: los altos y bajos y cada noche se conectaban a
una web en la que valoraban el grado en el que habían experimentado diversas
emociones durante el día. La lista incluía emociones positivas como alegría,
diversión, asombro, compasión, gratitud, cariño y negativas como ira, tristeza,
desdén, vergüenza, culpa o temor. Cuando Fredrickson analizó los resultados
encontró que los estudiantes que languidecían experimentaban más emociones
positivas que negativas pero el ratio de positividad era de 2 a 1 y que los
estudiantes que florecían, en cambio, tenían un ratio de positividad de un poco
más de 3 a 1.
Por tanto, para que lo positivo venza a lo negativo los
autores proponen seguir la regla del 4: buscar 4 cosas positivas para superar a
una negativa. Esta regla es relevante solo cuando los eventos se pueden
comparar en magnitud, como pueden ser las situaciones cotidianas y
contratiempos en el trabajo o las muestras de afecto u hostilidad en el hogar.
También puede resultar de utilidad para valorar lo bien que
le va a una organización o producto. Las compañías que tienen éxito normalmente
tienen al menos tres o cuatro clientes satisfechos por uno insatisfecho, como
muestran las encuestas.
Una lección positiva que debemos tener en mente cuando
gestionamos nuestras reacciones ante los problemas externos es que debemos
recordar que el efecto de la negatividad puede distorsionar nuestro juicio y
que podemos ignorar los impulsos irracionales de nuestra mente. Las
supersticiones se basan en gran parte en este efecto. Si nos han pasado algunas
cosas buenas después de haber visto un gato negro no nos habremos dado cuenta
pero si ocurre una sola cosa mala podemos volvernos permanentemente
supersticiosos. Aunque existen algunas supersticiones positivas como el hecho
de encontrar una herradura la mayoría son negativas.
Aunque no invoquemos a lo sobrenatural seguimos concediendo
mucha importancia a eventos negativos aislados, pero podemos evitarlo teniendo
la regla del 4 en mente. Si nos sentimos desolados por un insulto o crítica
podemos recordar que este sentimiento puede ser debido a nuestra tendencia a la
negatividad en lugar de exclusivamente a nuestros fallos o deficiencias. En
lugar de obsesionarnos por un comentario sarcástico sobre nosotros en una red
social podemos buscar 4 que sean agradables o si nos sentimos furiosos con un
amigo porque pensamos que se ha portado mal con nosotros podemos procurar
recordar todas las ocasiones en que nos ha apoyado.
Debemos ser especialmente cuidadosos al hacer juicios sobre
grupos externos. Por ejemplo antes de sacar conclusiones sobre una historia
horrible en que intervenga un inmigrante pensar en 4 inmigrantes con los que
tengamos relación cotidianamente.
Tenemos que aceptar que un evento negativo va a tener mayor
impacto normalmente que dos positivos pero no debemos hacer juicios a largo
plazo por ello. Si algo va mal no debemos interpretarlo como un destino
inevitable sino que debemos centrarnos en las cosas buenas que ocurren todos
los días
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