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En la literatura de impuestos, habitualmente farragosa para
los no especialistas, hay un término que se popularizó para describir la carga
tributaria de un país, provincia o ciudad: el día de la liberación de impuestos
o de la independencia fiscal. Señala el momento hipotético del año (en la
Argentina es a finales de julio) en el que una persona "deja de
trabajar" para pagarle al fisco y comienza a hacerlo para su beneficio.
La más reciente "economía del cambio climático"
(CC) tomó prestado el concepto. Desde hace cinco años la red Global de Huella
Ecológica viene calculando el "Día de sobregiro ambiental" o de
default ambiental: el momento del año en el cual hipotéticamente el planeta
gastó todos los recursos que generará en el año y comienza a vivir "de
prestado" (de las futuras generaciones). En 2019 la fecha fue el 29 de
julio, la más temprana de la historia (en 2018 había sido a inicios de agosto),
lo cual implica que harían falta 1,75% planetas para producir lo suficiente
para las necesidades de la humanidad de forma sustentable.
El indicador une el mundo de la economía con el del cambio
climático, en un puente todavía muy angosto para la magnitud del problema. Un
reciente reporte de los economistas ingleses Andrew Oswald y Nicholas Stern
asegura que esta profesión "viene permaneciendo notablemente callada"
frente a lo que puede considerarse el mayor desafío de política pública de
estos tiempos. Oswald es un académico de muy alto perfil mediático, que en su
momento tuvo mucha repercusión con sus estudios sobre economía de la felicidad.
Lo que hizo con Stern fue relevar miles de artículos del Quarterly
Journal of Economics, la revista académica más citada en la profesión de
Adam Smith y Keynes, para descubrir que ni uno solo trata el tema de cambio
climático.
A pesar de que el problema básico del cambio climático -el
exceso de emisiones de dióxido de carbono- es de incentivos económicos,
"los economistas estamos decepcionando (por la poca investigación) al
mundo y a nuestra descendencia". Oswald y Stern argumentan que en los
últimos 50 años los investigadores de las Ciencias Naturales hicieron su
trabajo demostrando que el problema existe y es grave. Pero que ahora la pelota
está en el campo de las Ciencias Sociales: cómo hacer para coordinar esfuerzos
a una escala nunca vista (las referencias en esta literatura son al "New
Deal", al "Plan Marshall" o al "Programa Apolo") para
llegar a tiempo con alguna solución.
La economía tiene una tradición en "llegar tarde"
a muchas de las megatendencias que se desplegaron en los últimos años. Pasó con
la disrupción tecnológica, la inteligencia artificial y el debate de género:
los tiempos académicos son más lentos que estas olas de cambio, y la disciplina
tiende a quedar en offside.
Oswald y Stern creen que se encuentra encerrada en un
"mal equilibrio de Nash", en el cual los investigadores, presionados
a publicar a toda costa, eligen temas para agradar a los referís y, como nadie
escribe sobre cambio climático, las posibilidades de tener éxito con un paper de
esta temática son menores. Hace falta que editores y jefes de departamentos
"muevan" el punto de equilibrio con los incentivos adecuados para que
la maquinaria arranque.
Al menos por el lado de la opinión pública, hay indicios de
que la crisis climática, después de desastres como el del Amazonas o Australia,
tiene chances de imponerse como "la gran narrativa" de 2020 (y, por
lo tanto, acelerar motores en la economía y en otros ámbitos en donde se
encuentra relegada en relación a su entidad). En el reciente Foro de Davos fue
un tema central de agenda, con CEO de grandes fondos de inversión afirmando que
los mercados financieros van a "adelantar" más temprano que tarde el
riesgo y, por lo tanto, van a generar mayores incentivos a políticas
ambientales. Días atrás, The Guardian, el diario inglés, anunció
que dejó de recibir publicidad de empresas petroleras.
"El estudio de Oswald y Stern tiene un sesgo de ? cherry
picking' -búsqueda de evidencia adecuada para apoyar un argumento y omisión
de la restante-, es muy limitado circunscribir el interés de los economistas a
lo publicado en un journal", dicen a la nacion desde el
Programa de Derecho, Economía y Comportamiento de la Universidad Nacional del
Sur, en Bahía Blanca. "Hay un Nobel reciente sobre el tema (William
Nordhaus, de Yale, que lo ganó en 2018 junto a Paul Romer) y mucha
investigación", agregan.
Nordhaus es el pionero: viene alertando sobre el cambio
climático (y sus crecientes costos asociados) desde 1974, cuando muy pocos lo
hacían, en cualquier profesión. Su modelo (DICE) de equilibro para el
crecimiento de largo plazo que incluye el CC es el más usado hoy en día en este
campo académico emergente.
"Creo que hay mucha investigación en economía sobre el
cambio climático, aunque es cierto que la literatura económica es menos
frondosa que la de los científicos que se dedican a estudiar los fenómenos
naturales", cuenta a la nacion Mariana Conte Grand, de la Ucema, una de
las muy pocas especialistas en la Argentina sobre economía ambiental.
Los costos posibles
La profesión, continúa Conte Grand, destrozó en su momento
el Reporte Stern, de 2006, que afirmaba que los costos de la crisis climática
rondarían a valor presente entre un 5% y un 20% del PBI global y que el costo
de accionar para evitarla estaba en el orden del 1%. Las estimaciones de costos
de la profesión se ubicaron hasta el año pasado más cerca de un promedio del 2%
del PBI global, pero este número está subiendo. Stern dijo meses atrás que si
él y su equipo hubieran tenido los datos que aparecieron luego de su informe,
la estimación habría sido más alta.
Según la economista de Ucema, hoy se da una discusión entre
quienes creen que no hay otra opción que decrecer y vivir en una sociedad más
simple; los partidarios de "crecer verde" y los que dicen que el
crecimiento no es lo relevante, sino el "desarrollo sostenible".
"El problema es cómo definimos este último
concepto", destaca.
La otra gran avenida de la literatura es cómo coordinar
esfuerzos en un mundo cada vez más fragmentado y en el que buena parte de los
costos ambientales se imponen como externalidades desde los países ricos a los
menos desarrollados, con lo cual la problemática está atravesada por debates
distributivos.
El propio Stern, junto a los economistas Richard Layard, Gu
O'Donnell y Adair Turner vienen postulando la necesidad de un "Programa
Global Apolo", para llegar a tiempo a mitigar y, eventualmente, a frenar
el problema. A valores presentes, poner a hombres en la luna en 1969 costó unos
15.000 millones de dólares por año durante una década. Este grupo de
economistas cree que la clave pasa por llegar al punto de quiebre en el cual la
energía limpia resulte más barata que la basada en hidrocarburos: "Esta es
una dificultad científica, que se puede atacar en un horizonte de diez años con
los recursos adecuados", argumentan.
Esta señal concreta de mercado, sostiene este equipo, es la
última manera de resolver el problema de equilibrio intertemporal: cuánto
estamos dispuestos a sacrificar en el presente para que se beneficien
generaciones futuras. Como sostiene el tecnólogo Marcelo Rinesi, la crisis
climática y la trasformación demográfica son dos tipos de desafíos que sufren
la complejidad de ser, a la vez, "demasiado lentos y demasiado
rápidos". Lentos para generar los incentivos políticos y sociales
adecuados, y rápidos porque el punto de no retorno -hacia un futuro distópico-
está a la vuelta de la esquina.
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