Hay tres dinámicas
que conducen a cruzar las líneas rojas: el sentimiento
de omnipotencia, el
entumecimiento cultural y la negligencia justificada.
La palabra tirano se suele asociar a alguien que abusa de su
poder en la vida política. Pero eso sucede también en los negocios y en las
relaciones que se gestan en el trabajo. Aunque es difícil encontrar pruebas de
la falta de ética en los líderes, en los últimos años se han hecho públicos
algunos casos que ilustran esta situación: desde las acusaciones de corrupción en Nissan a la venta de datos privados en el escándalo de Facebook y Cambridge
Analytica, “cuyas tácticas siguen siendo utilizadas por compañías de todo
el mundo”, según declaró hace solo unas semanas Brittany Kaiser, exdirectora de
desarrollo de negocio de la empresa británica.
Más allá de los beneficios económicos, hay tres patrones de
pensamiento que conducen a cruzar estas líneas éticas. Se trata de
comportamientos tóxicos que pueden llegar a formar parte de la dinámica de
trabajo si es un jefe quien los lleva a cabo. Por ejemplo, alguien autoritario
que prioriza conseguir unos objetivos sobre el bienestar de los demás. Según
explica Merete Wedell-Wedellsborg, que trabaja como asesora ejecutiva de
líderes y equipos de alto nivel, hay varios mecanismos mentales implicados,
según recoge Harvard Business Review. Uno de ellos es la
omnipotencia, cuando alguien se siente tan engrandecido que cree que las reglas
de comportamiento que rigen su entorno no se le aplican a él. “Muchos errores
morales se remontan a este sentimiento de que eres invencible, intocable e
hipercapaz. Para el líder omnipotente, las reglas y normas son para todos menos
para ellos”, cuenta Wedell-Wedellsborg.
Esta actitud repercute en los demás e influye en la forma de
pensar de quienes rodean al tirano, especialmente si trabajan para él. Así, se
produce un entumecimiento cultural: cuando los demás, gradualmente, comienzan a
aceptar y encarnar normas desviadas. “No importa qué principios tengan, con el
tiempo, los rumbos de su brújula moral cambian hacia la cultura de su
organización, dejan de notar cuándo el lenguaje ofensivo se convierte en la
norma o comienzan a comportarse de una manera que nunca hubieran esperado de sí
mismos”, explica Wedell-Wedellsborg en HBR.
Después de adaptarse inconscientemente al entorno hostil en
el que se desenvuelven, llega la negligencia justificada, cuando las personas
no se quejan de estos comportamientos porque están pensando en recompensas más
inmediatas, como mantenerse del lado de los jefes o de quien tiene más poder.
Las conclusiones de una investigación publicada en Journal of Career
Assessment refuerzan estas ideas. En Un estudio sobre la
reputación negativa en el lugar de trabajo, los investigadores encontraron que
en ocasiones los empleados desarrollan voluntariamente reputaciones negativas
porque, en algunos casos, esos comportamientos pueden alinearse con la
organización y beneficiar al individuo.
Esta investigación muestra que los trabajadores que se
desenvuelven en un entorno en el que una reputación negativa puede ser
recompensada probablemente adapten su comportamiento a este entorno para tener
éxito. “Los empleados pueden ver las acciones de un gerente como negativas,
pero estas mismas acciones pueden ser vitales para tener éxito a los ojos de
los ejecutivos de la compañía”, se lee en el informe. El comportamiento de un
individuo se evalúa según las normas y valores de su grupo. “Aquellos que
desean acelerar sus carreras deben considerar no solo sus acciones, sino
también cómo las recibirán los diferentes grupos dentro de la organización”.
Jefes tóxicos
Si tener un compañero de trabajo que pase por el aro de la
tiranía puede ser dañino para el ambiente de trabajo, imagine si el tirano es
un jefe. Los jefes tienen el poder de crear un entorno que permite a los
trabajadores dar lo mejor de sí mismos o un lugar de trabajo tóxico donde sean
infelices. “La forma en que los ejecutivos terminen usando ese poder, depende
en parte de su salud mental”, explica Manfred Kets de Vries, psicólogo y
profesor de desarrollo de liderazgo y cambios organizacionales en la escuela de
negocios Insead. Aunque, asegura, la mayoría de los jefes no están enfermos,
“hay un número sorprendente de ejecutivos que tiene algún tipo de trastorno de
la personalidad”. Asegura también que algunos jefes tóxicos no podrán cambiar
nunca, pero que la mayoría reconoce cuándo tiene un problema e intenta
solucionarlo.
La peor parte de este asunto es que las emociones tóxicas son contagiosas. Por eso, casi sin
darnos cuenta, nosotros también podemos sentir estrés, volvernos ansiosos,
negativos y destructivos por el estado de ánimo de quienes nos rodean.
Una investigación llevada a cabo por varias universidades
alemanas descubrió que el 26% de las personas muestran niveles altos
de cortisol con solo observar a alguien tenso. El estrés puede olerse. Quienes
lo sufren sudan hormonas que son captadas por los demás, según un estudio del
Monell Chemical Senses Center de Filadelfia. Lo que pasa a nuestro alrededor
condiciona la actividad de nuestro sistema límbico: dependemos de las
conexiones con otras personas para determinar nuestro estado de ánimo. Las
investigaciones más recientes en neurobiología afirman que una persona
transmite señales que pueden alterar los niveles hormonales, las funciones
cardiovasculares, los ritmos de sueño e incluso las funciones inmunes del
cuerpo de otro individuo.
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