Crédito: The New York
Times
La literatura económica del "cómo hicieron"
(países, empresas, organizaciones, ejecutivos), con historias inspiradoras y
lecciones que puedan extrapolarse a otros contextos, está superpoblada de casos
exitosos.
A lo sumo, hay descripciones de economías disfuncionales
pero que sirven para dar pie a épicas de redención, que hacen que los logros
posteriores resulten aún más meritorios por contraste con la situación
anterior. En uno de los libros de no ficción más vendidos de 2019, Crisis:
Cómo Reaccionan los Países en Momentos Decisivos (Upheaval,
en inglés, la traducción exacta es Convulsión o Turbulencia),
Jared Diamond identifica los puntos de quiebre en media docena de países que
atravesaron etapas de convulsión extrema y situación desesperante, que aprendieron
y resurgieron con una estrategia de "cambio selectivo": reconocieron
los factores que explicaban el estancamiento y ajustaron las tuercas que había
que ajustar sin tocar otras.
La mayoría de las personas preferimos las historias con
final feliz. El optimismo está asociado a mejores indicadores de salud: un
estudio publicado en julio del año pasado y hecho con hombres y mujeres en
Estados Unidos, detectó una probabilidad entre 11% y 15% mayor entre optimistas
de alcanzar una "longevidad excepcional" (más de 85 años), con
respecto a los pesimistas.
Entre los autores de no ficción, el abanderado en resaltar
indicadores que muestran que el mundo está mejorando es Steven Pinker,
lingüista y psicólogo experimental canadiense. A fin de diciembre pasado, a la hora
de los balances del año (y de la década), Matt Ridley, divulgador inglés y
autor de El Optimista Racional (2010) argumentó en un ensayo
en la misma línea, bajo el título: "Acabamos de tener la mejor década en
la historia de la Humanidad. En serio". Ridley enfatiza que por primera
vez la pobreza extrema cayó por debajo del 10% de la población mundial (era del
60% cuando Ridley nació, en 1958), hubo caídas abruptas en mortalidad infantil,
se curaron enfermedades que diezmaban a la población, etcétera.
Pero el hecho de que haya sido necesario aclarar "en
serio" al final del título, demuestra algo importante: ese no es el
sentimiento mayoritario hoy en día. La crisis climática, la fragmentación
política, los riesgos de una guerra a gran escala y la desigualdad son los
motores de un fenómeno que Gerry Garbulsky llama "pesimismo fractal".
En la edición 2012 del libro Qué lo cambiará todo, el productor
Brain Eno arriesgó una respuesta premonitoria: "la sensación de que las
cosas empeorarán". "Lo que lo cambiará todo no es un pensamiento,
sino un sentimiento. Qué pasaría -se preguntaba Eno- si comenzáramos a vivir
como si no hubiera un "largo plazo", como si en lugar de sentirnos
parados en el borde de un continente nuevo e inexplorado nos sintiéramos en un
bote con gente de más, en aguas hostiles, con pasajeros peleando por mantenerse
a bordo y dispuestos a matarse por el agua y la comida que queda".
En esta proyección de un futuro "tipo Mad Max",
tal vez las economías más interesantes para aprender lecciones no sean las más
exitosas en un sentido tradicional. El economista y divulgador inglés Richard
Davies tomó el guante y publicó Economías extremas (aún no
salió en castellano) justamente con esta idea: analizando en detalle zonas de
desastre, o disfuncionales, o con algún indicador extremo, podemos sacar
lecciones (de resiliencia, de adaptación) para un futuro que muy probablemente
sea igualmente extremo.
En menos tiempo del que pensamos habrá partes del mundo con
una demografía tan desafiante como Akita en Japón (edad promedio: 53 años),
zonas expuestas a desastres climáticos como Aceh (en Indonesia, víctima del
megatsunami de 2004) o la deforestada provincia de Darien (Panamá). O la
extremadamente desigual Santiago de Chile, o las disfuncionales Glasgow (Escocia)
o Kinshasa (Congo).
"Para entender cómo los seres humanos reaccionamos y
nos adaptamos al cambio en economía debemos estudiar sociedades que viven en
ambientes extremos y duros, que ya pasaron por esa experiencia", argumenta
Davies. Desde zonas de guerra, azotadas por desastres naturales o con gobiernos
inexistentes, hasta aquellas con demografías extremas, las nueve historias que
recorre el autor cuentan sagas donde hubo un golpe sísmico (de distinto tipo en
cada caso) que cambió todo.
"La gente que vive en estos lugares extraños y
marginales fue sistemáticamente ignorada por los economistas y organismos. La
ciencia sugiere que esto es un error", apunta el autor. En su comentario
para el Financial Times, Tim Hartford comparó este abordaje con el
de los neurocientíficos que, para entender mejor cómo funciona el cerebro
humano, estudian individuos que sufrieron una lesión severa en la cabeza. Como
el caso de Phineas Gage en 1848, cuyo cráneo atravesado por una viga de hierro
en un accidente (luego siguió viviendo varios años) permitió comprender mejor
el funcionamiento cerebral.
Economías extremas tiene una ventaja adicional
para un libro de economía: cuenta historias que probablemente no conozcamos en
detalle (que pertenecen al cuadrante de "lo que no sabemos que no
sabemos"), y por lo tanto contribuye mejor a cubrir lo que el creativo Nicolás
Pimentel llama nuestras "nerdcesidades básicas".
Una de las extrapolaciones hacia el resto del mundo de
Davies sobre las que tenemos más certeza de ocurrencia es la de Akita y su
población envejecida. En 1975, los gastos de seguridad social y salud de
adultos eran el 22% de los impuestos recaudados en Japón: en 2020 es del 60%.
Para verlo desde el otro lado: hace 40 años en Japón se solventaban todos los
gastos restantes (transporte, infraestructura, educación, cultura) con el 80%
del presupuesto, mientras que en la actualidad solo está disponible el 40%.
El envejecimiento en Japón no se da solo porque la población
viva más años, sino por la brusca caída de nacimientos: en 2019 nacieron solo
900.000 bebés en ese país, el registro más bajo desde... 1874. Para Davies,
este tipo de ecuación está introduciendo una tensión intergeneracional: las
capas más jóvenes se preguntan si es justo soportar una carga fiscal tan
grande, y se comienza a erosionar la confianza en la política pública.
El libro fue publicado antes de los incendios de Australia,
pero tiene casos de resiliencia para lo que el futurólogo Azeem Azhar (el
director de Exponential View) considera la narrativa emergente más
importante de 2020: la preocupación por la crisis climática. Es un tema
protagónico en el Foro de Davos desarrollado en estos días.
La semana pasada, Larry Fink, el número uno de BlackRock, el
fondo de inversión que administra activos en todo el mundo por siete billones
de dólares, advirtió que la agenda climática va a producir cambios sísmicos en
el mundo de las finanzas "mucho antes de lo que pensamos", en buena
medida porque los mercados financieros se especializan justamente en adelantar
esquemas de riesgo.
En 40 años de carrera, contó Fink, vivió media docena de
crisis globales, pero ninguna es comparable a la asociada con el factor
climático, por su característica estructural. Para tener otra medida de la
dimensión de lo que se está hablando: la economista Dina Pomeranz preguntó días
atrás en Twitter qué factor será más disruptivo para la economía global, si la
digitalización o el cambio climático. Ganó la segunda opción por el 75% de los
votos.
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