El pasado sábado tras una estupenda comida con un grupo de
ex-compañeros de trabajo y, sin embargo, grandes amigos, decidimos a los
postres ponernos, sin haber recurrido aún a la ayuda de las bebidas
espirituosas más allá de un poco de vino, a resolver el mundo empresarial.
¿Por qué no se toman las decisiones que objetivamente
parecen más adecuadas? ¿Por qué la mayoría de las empresas siguen utilizando
procedimientos (y tecnología) cuya obsolescencia salta a la vista? ¿Por qué se
perpetúan en el mismo puesto personas con mucho potencial? ¿Por qué lo raro es
innovar?
Pues bien, llegamos a una conclusión que da respuesta a
estas y otras muchas preguntas. Podría expresarla de muchos modos, pero creo
que para ser fiel al debate que tuvimos, y para aportar claridad desde el
principio, la trascribiré del modo coloquial en que lo reflejamos allí: A la hora de tomar las decisiones más
importantes se antepone a los posibles beneficios para todos, la necesidad que
tiene el que la toma de poner a salvo su propio culo.
Digámoslo de otra manera más formal, nadie teme consecuencias negativas cuando toma una decisión
conservadora. Pero la innovación puede tener riesgo, sobre todo para el que
decide apostar por ella.
Como si fueras un explorador en la selva, caminar por
veredas previamente transitadas y acondicionadas está prácticamente exento de
peligro, buscar nuevas rutas más óptimas o que te lleven a nuevas metas puede
hacer que te acaben arrojando por el borde de un desfiladero como si fueras un
porteador de una película de Tarzán.
Lo cierto es que, como sucede la mayoría de las veces en la
vida, nuestros temores son mucho más imaginarios que reales, tienen que ver con
esa falsa sensación de seguridad que se tiene cuando se marcha siguiendo al
rebaño. En este caso tiene que ver con la sensación de impunidad que concede
actuar en modo aborregado.
Cuando la opción fácil no sólo está bien vista, sino que en ocasiones
incluso se premia… ¿Por qué querría la gente arriesgarse?
Para dejar huella hay
que meterse en los charcos, pero eso se contradice con algunas prácticas
empresariales que premian la limpieza de tus zapatos. Que
levante la mano quién no haya visto en alguna ocasión como se ha optado por una
opción más cara no por tener la seguridad de que puede ser la que mejor se
adapte a nuestras necesidades sino simplemente por tener bien cubiertas las
espaldas.
Si, sin hacer un análisis de la situación y simplemente por
no complicarte la vida, optas por la opción más cara, tirando de un proveedor
reconocido, y el resultado es malo, la culpa será obviamente de ese proveedor
porque invirtiendo tanto dinero no debería haber fallado. Sin embargo, si se apuesta por una opción menos conocida y más barata, aunque en tu
decisión hayan primado tras un largo análisis, el ahorro para la empresa y la
innovación, la culpa de un posible fracaso será tuya… por salirte del camino
marcado.
La gran paradoja empresarial es que cuanto más dinero tiene la empresa
menos se arriesga porque muchas decisiones se toman bajo este principio del
mínimo esfuerzo para poner el culo a salvo.
Se innova más por
necesidad que por principios. Cuando escasean los recursos se agudiza el
ingenio y se exprime cada gota de los presupuestos.
Esto explica por qué grandes mastodontes empresariales
permanecen anclados en el jurásico en lo referente, por ejemplo, a
transformación digital.
Pero, aunque a corto plazo, para la persona que decide, la
solución más conservadora es la más segura; a largo plazo puede tener
consecuencias. Todos tenemos en la
cabeza nombres de empresas que se han ido a la quiebra por no encontrar el
momento adecuado para apostar por el cambio.
Está muy bien que la
innovación sea una de las competencias más demandadas en las empresas y que
forme parte de sus pilares de cultura corporativa, pero está mejor aún
fomentarla y premiarla.
Resulta imprescindible cierta permisividad con la
equivocación cuando es el espíritu innovador y no la negligencia lo que nos ha
llevado a ella, pero más necesario es aún que se empiece a premiar a aquellos
que se atreven a explorar nuevas rutas y consiguen buenos resultados. Por
supuesto, reconociéndolos por encima de los que han ido por el camino trazado.
O mandamos un mensaje claro a nuestra organización sobre la necesidad
de innovar o acabaremos, cuando menos los esperemos, rezagados respecto al
mercado.
Etiquetas de moda como
VUCA o transformación digital
son sinónimos del modelo de cambio constante en el que ha entrado nuestra
sociedad. Un modelo que tiene todas las papeletas para extenderse en el tiempo.
Así que, volviendo al símil de las películas de Tarzán de Johnny Weissmuller (millennials, buscad en la Wikipedia), mejor caminar por el borde de un desfiladero
con buenas vistas, que adentrarnos en el interior de un selva por un camino
trazado donde podemos acabar hundidos en arenas movedizas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario