Se ha
perdido el interés por ella. Se observa indiferencia y desgana por los
programas de formación empresarial.
Esta
situación es parcialmente comprensible. En los últimos años hemos conocido el
uso inapropiado e ineficaz de los fondos, la irrelevancia de sus contenidos y
la desviación del propósito original. Muchas empresas lo estiman como una
pérdida de tiempo y dinero a la que se resignan.
Incluso
los propios participantes, obligados a asistir, se lamentan del retraso que
ocasionará en sus compromisos y tareas habituales por lo que tratan de escurrir
el bulto en cuanto pueden.
Sin
embargo, la capacitación de los componentes de la empresa es un
elemento primordial de la estrategia. En la medida que se orienta a que todos y
cada uno de ellos estén en disposición de asumir nuevas y mayores
responsabilidades, es una inversión realmente valiosa. Resulta vital para
cualquier organización que desee progresar y particularmente en tiempos de
mudanza como los actuales.
Los
cambios tecnológicos, la necesidad de aumentar la productividad, la mejora de
la toma de decisiones, el desarrollo de la creatividad o la capacidad directiva
justifican la importancia de la formación. Y sus efectos no se
limitan a la adquisición de unas competencias específicas, sino que genera una
satisfacción intrínseca en cuantos se benefician de ella, lo que refuerza el
compromiso con su trabajo y con la organización.
Sus
efectos se extienden a su vez fuera de la empresa. Su impacto en la mejora de
productos y servicios acrecienta la satisfacción de los clientes y contribuye a
su fidelización.
Hay que
tomársela en serio y llevarla a cabo de manera rigurosa y exigente, evitando
favoritismos que perjudiquen a los mejor dispuestos.
Cuanto
más preparados estén tus colaboradores, mejor será su desempeño y mayor su
disponibilidad para asumir cualquier responsabilidad para la que se les
precise.
Si no se
hace así, todos perdemos…, y no sólo la Seguridad Social.
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