Ana cambió de trabajo en busca de crecimiento; al
principio le encantó la relación con su jefe, pero eso se modificó hasta el
punto de que sólo se contactaba con ella para marcarle los errores
Ana es analista de Presupuesto y
Control Presupuestario en una empresa petrolera. Como profesional ya recibida
había tenido un buen desempeño en otra compañía y decidió iniciar un cambio
laboral como una forma de crecimiento. Luego de un exhaustivo proceso de
selección que incluyó una consultora y encuentros con José, quien luego sería
su jefe, ingresó a la empresa.
Las reuniones posteriores a su
contratación superaron ampliamente sus expectativas. Esto auguraba el inicio de
un buen vínculo. José se mostró sumamente cordial en los primeros encuentros.
Lejos de sentirse avasallada en su plano personal valoró mucho la manera en que
se iniciaba esta nueva relación y la consideración que su nuevo jefe tenía no
sólo a su trayectoria laboral, sino a sus aspectos personales.
Sin embargo, unas semanas después
del ingreso todo comenzó a cambiar. El diálogo se había cortado, las reuniones
casi habían desaparecido y se limitaban al intercambio de información, el que
muchas veces se hacía de manera virtual. Esta circunstancia se prolongó en el
tiempo.
Durante los años siguientes Ana no
sólo contribuyó como empleada, sino que también tuvo una vida llena de
circunstancias. Estudió una maestría en Negocios, se casó, tuvo que mudarse
cuando su familia creció, falleció su padre y tantas otras cosas. Sin embargo,
ninguna de esas ocasiones fue motivo de conversación con José ni causa de un
reconocimiento o justificación para un acercamiento.
Ello no ocurría a medida que Ana
se desarrollaba profesionalmente y como fruto de ese crecimiento tenía
aciertos, pero también cometía errores. Era en esas instancias cuando parecía
que cobraba importancia frente a su jefe, y ahí sí era objetivo de sus
reproches y reprimendas.
Más que enojarse, Ana se
desconcertaba. En fin, no era este tipo de comunicación lo que había aprendido
en los libros o en la Facultad, mucho menos aún lo que las primeras entrevistas
le habían sugerido. Pero, sobre todo, Ana sentía desazón.
Esta forma de liderar de José no
es una excepción en el mundo de las empresas. Por el contrario, es moneda
corriente. Aun las más grandes que se jactan de invertir grandes presupuestos
en capacitar a los líderes, en crear culturas y atmósferas adecuadas.
Y entonces, ¿cómo lo resolvemos?
Sin dejar de lado las prácticas oficiales y necesarias de nuestras empresas,
trabajar sobre lo más importante del liderazgo: rescatar el vínculo como
elemento esencial poniendo énfasis en las ventajas que trae poder tener buenas
relaciones personales en ambientes profesionales.
No sólo por el bien de Ana, sino
por el de José y el de la compañía donde se desempeñan.
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