Tal vez porque soy un visionario, sueño
con un mundo transformado y radicalmente diferente. En este artículo quiero
compartir mi visión personal sobre cómo dejar atrás la crisis, primero en
nuestras mentes y corazones, y después en las empresas.
Hace 26 años, mi padre me regaló un
reloj que él había guardado durante otros 20. Siempre había tenido la ilusión
de regalárselo al hijo que le diera su primer nieto. Al nacer Mario, mi primer
hijo, mi padre me lo entregó y me pidió que mirara al dorso. Leí: “un árbol, un
libro, un hijo”. Entonces me explicó que Ernest Hemingway dijo que “un hombre
era tal cuando había plantado un árbol, escrito un libro y dado vida a un
hijo”. Me habló de la importancia del legado, de dejar a las siguientes
generaciones el mundo mejor de lo que lo encontramos. Me dijo: “un hijo para
que la vida siga, un árbol para que tus hijos puedan recoger sus frutos, un
libro para que conozcan tu experiencia y les inspire a vivir la suya propia”.
Tal vez esta experiencia, fue la que me inyectó el valor del “legado” y el
interés por las siguientes generaciones.
Aún mantengo el reloj. Tengo dos hijos
de la generación Y para los que quiero “plantar un árbol y escribir un libro”.
Sin embargo, cuando observo la situación actual, no veo los frutos que
supuestamente debíamos dejarles. No hace falta enumerar los retos y las
limitaciones a las que se enfrentan. Basta con ponerse en su piel por un
momento para sentirlo.
Mientras tanto, los “mayores”
(principalmente baby-boomers) estamos entregados a la labor de “salvar” las
empresas y la sociedad. Estamos, probablemente, atrapados en horarios
interminables, en confrontar un problema tras otro, desbordados por la
información que nos llega con cada segundo. Vivimos en una especie de colapso
permanente, y perseguimos con ahínco un objetivo muy a corto plazo, el
beneficio y la eficiencia. Lo más curioso es que decimos que lo hacemos porque
buscamos desarrollo sostenible. ¿Para quién queremos la sostenibilidad si las
generaciones más inmediatas no pueden gozar de ella? ¿No son los jóvenes de la
generación Y, entre otras, para quienes estamos buscando la sostenibilidad?
En esta lucha incesable en la que nos
batimos a diario, decimos que “nos va la vida en ello”. Con ello hemos
desarrollado una mirada ciertamente polarizada (“ellos-nosotros”) sobre la
generación Y. Hay quien dice “no tienen valores”, “no quieren esforzarse”,
“solo se lo quieren pasar bien y disfrutar”, “no quieren responsabilidades”.
Son expresiones que surgen, tal vez, de la voz del cinismo que nos recuerda que
nuestro corazón tal vez esté cerrado a escucharles.
¿Qué importa más, el futuro de las
próximas generaciones o el beneficio (léase el déficit)? He escuchado varias
veces que las Y será una generación perdida. ¿No será que los que estamos
perdidos somos nosotros? ¿No será que la generación Y es un mensaje que
necesitamos escuchar?
Estoy convencido de que tú también
piensas así y de que eres consciente de ello. La intención compartida por todos
es, sin duda, la de dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos al nacer. No
se trata de juzgar a nadie. Simplemente de abrir el espacio al diálogo y a la
reflexión. Todas las generaciones tenemos muchas cosas en común. En particular
el hecho de que compartimos intención, la de un mundo mejor. Vivimos en el
mismo espacio, nuestro planeta.
Al mirar desde una perspectiva global
la situación actual ¿qué se ve? Si dejamos que nuestros corazones se abran
plenamente, veremos probablemente que hay algo que no funciona. Tenemos una
intención clara y sin embargo, no parece que seamos capaces colectivamente de
hacerla realidad. ¿Qué nos pasa? ¿Cuál es el diagnóstico que haríamos desde esa
perspectiva global?
Los seres humanos hemos sabido
adaptarnos a lo largo de la historia. Siempre hemos visto posibilidades y hemos
dado respuestas creativas a los retos que la vida ha ido poniendo en nuestro
camino y desarrollo. Sin embargo, actualmente parece que estemos más enfocados
en “protegernos”, en “controlar”, como si los miedos nos impidieran ver las
posibilidades. Estamos totalmente enfocados en disminuir el “denominador”,
mientras casi nos hemos olvidado de “aumentar el numerador”.
¿Qué creencias y paradigmas alimentan
nuestro pensamiento y acción, y que nos llevan a esta práctica? Es el momento
de dejarlos atrás, de abrirnos a otros nuevos, incluso radicalmente nuevos,
para orientar nuestra acción a lo que realmente importa. Es el momento de
permitir que nuestro liderazgo crezca desde dentro, como decía Kevin Cashman,
revisando nuestras creencias limitantes, y de abrazar el líder creativo que
está tratando de expresarse en cada uno de nosotros. Es el momento de mirar
desde todas las perspectivas, de escuchar todas las voces. Es el momento de un
cambio positivo, para enfocar posibilidades. Es el momento del “numerador”. Al
hacerlo, cada cual necesita hacerse dos preguntas ¿Quién soy? ¿Cuál es mi rol
en este cambio?
Es el momento de volver a
entusiasmarse, de entusiasmarse con el cambio. Es el momento de organizaciones
creativas, con un liderazgo creativo. Necesitamos devolver vitalidad e
integridad a las empresas. Vitalidad que vendrá de organizaciones que inspiren
a las personas, mediante visiones potentes, a dar lo mejor de sí mismas.
Vitalidad que surge del hacer con autonomía y propósito. Vitalidad que se
alimenta del desarrollo y crecimiento personal continuo hacia la maestría
personal. Integridad derivada de la escucha profunda de todas las voces,
externas e internas, en las organizaciones. Integridad alimentada por mantener
una mirada sistémica, y perseguir una “productividad” sostenible, ahora y en el
futuro.
Podrán hacerlo realidad, las empresas
que abran el espacio a la inteligencia colectiva, sentando en el mismo
“círculo” a todas las generaciones. En particular, los jóvenes de la generación
Y pueden aportar, frente a un desafío, colaboración en grupo, creatividad,
maestría en las redes, y espíritu emprendedor. Además, tienen mucho que decir
sobre el mundo que quieren que les dejemos. Existe la oportunidad. Existe la
necesidad.
Ha llegado el momento de entusiasmar a
las personas (de todas las generaciones) e invitarlas a liderar creativamente,
con el propósito de hacer lo que realmente importa, de la manera más fácil
posible.
Un cambio posible, a realizar paso a
paso. Escoge un primer reto, invita el liderazgo colectivo y abre el espacio.
Descubrirás lo que es posible al recuperar el entusiasmo.
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