Luciano Marraffini, microbiólogo e investigador argentino que trabaja
en la Rockefeller University, en Nueva York
En el tiempo que le quedaba entre cursar una muy exigente
carrera de grado de biotecnología en la Universidad Nacional de Rosario y su
pasión por Newell’s Old Boys, el científico Luciano Marraffini
estimulaba su curiosidad leyendo artículos en revistas de divulgación como la Muy
Interesante, sobre temas que por entonces parecían de ciencia
ficción y lo fascinaban. “Tener un reloj inteligente, como los que usamos hoy,
o poder editar nuestros genes”, recuerda, por citar dos ejemplos de lo que
leía. Décadas más tarde, esas ideas fueron realidad.
En la segunda historia, la de la edición génica, Marraffini
terminó convirtiéndose en una figura protagónica y estelar. En 2006,
cuando era un estudiante de posdoctorado, comenzó a investigar la habilidad
natural que poseen las bacterias para “cortar” el material genético del virus
que ingresa en la célula. “No solo los humanos nos infectamos con virus, sino
que las bacterias también. Para defenderse crean sus propios sistemas inmunes,
y este (CRISPR-Cas) es uno de ellos”, explica el microbiólogo rosarino que
investiga y dirige un laboratorio de la Rockefeller University, en Nueva York.
En los 15 años que siguieron a aquel 2006, la técnica tomó
notoriedad global, debido a que estos sistemas se pueden trasportar y poner en
células humanas, llevando a cabo lo que se denomina la edición génica.
Pero, a nivel económico, la revolución CRISPR va mucho más allá del segmento de
la salud: “Creo que en el corto plazo veremos el mayor impacto en el
terreno de la industria de alimentos, donde hay menores controversias éticas
que en las intervenciones en humanos”, cuenta Marraffini a la nacion,
desde su casa en Nueva York.
El autor Walter Isaacson (quien escribió las biografías de
Steve Jobs y de Leonardo da Vinci, entre otras) puso en su último libro el foco
en Jennifer Doudna, la bióloga que nació y creció en Hawaii y que ganó el Nobel
en 2020 por sus trabajos en las nuevas tecnologías de modificación genética. En
el libro, titulado El Código de la Vida (Debate), el
científico argentino aparece en un lugar central, en el primer pelotón de
investigadores. En 2008, “Luciano Morraffini y su director de tesis, Erik
Sontheimer, de Chicago, demostraron que el objetivo de CRISPR es el
ADN. El hecho tenía tremendas implicancias, porque significaba que era
posible convertirlo en una herramienta de edición genética. Este
descubrimiento trascendental fue la chispa para que el interés por el CRISPR
aumentara aún más en todo el mundo”, describe Isaacson.
El nombre CRISPR se le ocurrió al científico español
Francisco Mojica, de la Universidad de Alicante: se pronuncia “crisper” y alude
a las siglas en inglés de “repeticiones palindrómicas agrupadas y regularmente
interespaciadas”. En una cena con su esposa le preguntó qué le parecía
esta identificación, y ella le contestó que era un buen nombre para un perro:
“¡Crisper, Crisper, ven pequeñín!”. Se rieron y concluyeron que el
nombre podía funcionar.
El científico rosarino Luciano Marraffini se dedica a
investigar la técnica de edición de genes y dirige un laboratorio de la
Rockefeller Universtiy
Luego sucedió una explosión económica, con startups y
cotizaciones que se dispararon, traiciones entre colegas y guerras de patentes
por un negocio multimillonario, que incluye tratamientos para enfermedades
genéticas, modificación de órganos para trasplantes, diagnóstico, alimentos y
energía, entre otras avenidas de transformación. El tema terminó de
posicionarse en la opinión pública con la controversia por la manipulación
genética de embriones de gemelas en China, que hizo en 2018 el biólogo He
Jianku, que provocó un cataclismo en la opinión pública y fuertes
sanciones (hasta de carácter penal) para su responsable.
Marraffini se involucró como fundador en tres
empresas: Intellia Therapeutics, Eligo Biosciences y Crispr
Biotechnologies. “El mundo de los negocios no es mi foco, me gusta la
investigación”, dice a la nacion el microbiólogo, de muy bajo perfil. Cada
tanto no le sale alguna palabra en castellano y pide disculpas, ya que vive en
los Estados Unidos (primero en Chicago y luego en Nueva York) desde hace más de
20 años. El “Messi de la biotecnología” dio muy pocas entrevistas, aunque se lo
puede ver en una charla TExRiodelaPlata que está online.
¿Qué le falta a la “revolución CRISPR para desplegarse? El
investigador cree que la parte difícil no está en “cortar” la secuencia, sino
el traslado (“el delivery”) del material a un órgano para reemplazar células
dañinas. “Ahí creo que hay aún un trecho por recorrer y, aunque soy
optimista, en ese lugar está el riesgo de que esta revolución se quede a mitad
de camino”, dice. La otra fricción tiene que ver con los debates éticos y las
restricciones que se pusieron luego del caso de las gemelas chinas, y que hacen
que ni Europa ni Estados Unidos puedan avanzar con la manipulación de
embriones.
“Hoy la ciencia no tiene el conocimiento para saber qué
genes están asociados a la fuerza o la inteligencia de una persona; apenas se
sabe eso para el color de ojos. Hay a veces mucha exageración mediática con el
potencial de algunos descubrimientos científicos”, dice Marraffini. CRISPR
voló durante varios años por fuera del radar de los grandes medios, y solo
saltó a las tapas de los diarios cuando a un biólogo se le ocurrió especular
con “revivir” mamuts lanudos.
Con la pandemia, las “ciencias de la vida” protagonizaron
las grandes historias de innovación (vacunas en mucho menos tiempo, ARN
mensajero, etcétera), con lo cual muchos tecnólogos creen que la actual
será la gran década de la biotecnología. La casa de inversión
Andreessen Horowitz reemplazó la famosa frase de Marc Andreessen en 2011 que
indicaba que el “software se está comiendo el mundo” por la que indica que “la
biología se come al mundo”.
La gran mayoría de las ideas exitosas surgen de manera
colaborativa; detrás de los avances hay decenas de actores principales
Para Marraffini, se
trata de un vertical donde América Latina y la Argentina en particular pueden
tener un rol relevante. Otras tecnologías (computación cuántica,
inteligencia artificial, etcétera) exigen niveles de inversión tales que quedan
cada vez más limitadas a los países y las empresas con mayor riqueza en el
mundo. “CRISPR hoy requiere un equipamiento que es barato”, dice. Hay
cada vez más startups en la Argentina basadas en esta
tecnología, como New Organs (modificación de órganos de cerdos para trasplantes
en
En el libro de
Isaacson queda muy clara una máxima que repite el divulgador Steven humanos),
Caspr Biotech (diagnóstico), Michroma (desarrolla colorantes con hongos), o
Bioheuris (reducción de herbicidas en cultivos). Jonhson: el 90% de las
ideas exitosas surgen de forma colaborativa. Aunque el Nobel fue a Marraffini. El
“efecto Eureka” queda para detalles como la etiqueta CRISPR, que a la
familia Doudna, la revolución CRISPR tiene decenas de actores
principales. “La noción del científico solitario, que de golpe tiene una
epifanía, ya no existe en la ciencia moderna”, dice de Mojica le sonó a nombre
de perro. El resto es trabajo en equipo.
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