La tenista Emma Raducanu prevé
volver a sus estudios de economía/Getty
“Tengo unos tubos de pelotas que compré el semestre pasado,
los guardo sin abrir porque cotizan más al alza que bitcoin o ethereum”, tuiteó
días atrás un economista aficionado al tenis. Las restricciones para
importar en la Argentina llevaron a una escasez de pelotitas, que cuando se
consiguen ya cuestan el cuádruple en dólares al paralelo que afuera. “El
sábado pasado presencié la apertura de un tubo en una cancha: los cuatro
jugadores se acercaron a oler la fragancia a auto nuevo, ya no es algo común”,
agregó otro jugador amateur en la misma red social.
Tal vez porque el tenis es un deporte bastante
popular entre economistas y en el mundo de las finanzas, hay más vasos
comunicantes entre el deporte blanco y la disciplina de Adam Smith y Keynes de
lo que uno podría presuponer. Van desde la teoría de los juegos –la dinámica de
saques y devoluciones es modelizable y surgen recomendaciones al respecto–
hasta investigaciones sobre disrupción en el mercado laboral, pasando por
evaluaciones de riesgo para seguir una carrera tenística –versus dedicarse a
los negocios– hasta consideraciones económicas sobre Wimbledon, Roland Garros,
el US Open y los grandes torneos.
“Para los economistas, lo bueno de meternos con los
deportes es que las estadísticas están ahí, por millones”, sostuvo
años atrás el economista Steven Leavitt, de Chicago, autor de Freaknomics. Para
la economía del comportamiento –la cruza de economía y psicología– y la teoría
de los juegos, la alta competencia tiene una ventaja adicional: se pueden ver y
analizar decisiones tomadas bajo presión (sacar en tenis, patear un penal,
intentar un doble o un triple en básquet) bajo las mismas reglas, que resultan
más útiles que las muestras realizadas en laboratorio para las que se reclutan
a estudiantes de grado o posgrado para responder cuestionarios.
¿Qué pasa con el mercado de trabajo cuando llega una
tecnología que cambia las reglas de juego, como puede suceder ahora con la
inteligencia artificial o con requerimientos de conocimientos de programación
por parte de las empresas?
Al economista Jonathan Hall, de la Universidad de Toronto,
se le ocurrió estudiar esta pregunta a partir de una temática poco común: ver
qué sucedió en el mercado de jugadores de tenis a fines de los 70, cuando se
introdujeron en el circuito profesional raquetas de un nuevo material, un
compuesto de grafito y aluminio que reemplazó al marco de madera anterior. El
francés Yanick Noah fue el último profesional en ganar un torneo de Grand Slam
con una raqueta de madera, en 1983.
“¿Qué pasa con el mercado de trabajo cuando llega una
tecnología, como la inteligencia artificial, que cambia las reglas de juego?”
“La innovación tecnológica inesperada puede hacer que las
habilidades de algunos trabajadores suban de precios y que las de otros bajen o
queden obsoletas”, dicen Hall y su coautor Ian Filmore, de la
Universidad de Washington en Saint Louis. Así como la semana pasada Tyler Cowen
contó en una entrevista con la nacion que en el actual contexto de difusión del
teletrabajo “hablar inglés fluido sube de precio”, Hall y Filmore hallaron que
las habilidades requeridas por este cambio inesperado en las raquetas
terminaron beneficiando a los jugadores más jóvenes a expensas de los más
adultos.
“Cambiar el equilibrio de habilidades valoradas hace que aumente
la tasa de salida de jugadores más experimentados del circuito y altera la
desigualdad en favor de los competidores menos experimentados”, dicen los
economistas. Las nuevas raquetas le subieron el precio a la capacidad de pegar
con más fuerza y le bajaron el valor a la variable “control”.
Dilema de carreras
Emma Raducanu nació en 2002 y vivió dos años en su
Toronto natal antes de que su familia (padre rumano y madre china) decidiera
mudarse a Londres. Empezó a jugar al tenis muy chica, a los cinco años,
y en julio pasado dio un batacazo al ganar el US Open: había comenzado el
torneo en el puesto 338 del ranking, con lo cual apenas figuraba en los
mercados de apuestas y futuros. Semanas antes de su increíble aventura
en Nueva York había sacado notas “A” en Matemática y Economía en su carrera de
grado, y en las entrevistas posteriores a su hazaña confesó que piensa
volver a los estudios de economía cuando su carrera se lo permita.
¿Hay más chances de ser una estrella en tenis o en
economía? Una pista llega desde un deporte más popular, el fútbol, a
partir de un caso reciente que también involucra a un atleta joven, de 18 años.
El italiano Alessandro Arlotti, estrella ascendente de la selección azzurra,
decidió el mes pasado renunciar a la carrera profesional de alta competencia
para dedicarse a sus estudios de Economía en Harvard.
“¿Locura o sabiduría?”, se preguntó Guglielmo Briscese,
estudiante de posdoctorado en Economía de Chicago. El economista austríaco
Florian Ederer se puso a ver los números de ambas carreras (la de economista y
la de futbolista profesional) y concluyó que la decisión de Arlotti no fue
desacertada: en términos probabilísticos es extremadamente difícil ser
exitoso en las ligas europeas, incluso para los jugadores que llegan a los seleccionados.
¿Mucha teoría y poco consejo práctico en esta columna? Aquí
va una sugerencia de la teoría de los juegos para quienes tengan cancha
reservada en estos días.
En el tenis moderno, que se juega muy rápido, hay una
ventaja grande en el saque, y particularmente en la capacidad de sorprender al
rival con la trayectoria de la pelota (en este sentido, el modelo es similar al
de los penales de futbol). Por lo tanto, si un jugador no tiene un
flanco mucho más débil que el otro para servir o para recibir, la estrategia
óptima del sacador es “imitar el azar” lo mejor posible, para sorprender al
rival.
“Según descubrieron dos investigadores, los seres humanos
somos muy malos para imitar el azar; cambiamos de flanco más que lo haría un
patrón azaroso”
En un famoso estudio de teoría de los juegos de 2001,
titulado “Minimax juega en Wimbledon”, los economistas Mark Walker y John
Wooders analizaron miles de casos de saque y devolución en varias ediciones del
torneo más famoso de Inglaterra y comprobaron que la mejor estrategia es la que
formuló el padre de la teoría de los juegos, John Von Neumann, en su teorema
minimax. Esta es, imitar lo mejor posible al azar (como dice el economista y
columnista de este suplemento Juan Carlos de Pablo: “La clave para patear un penal
con éxito es hacerlo al lado contrario al que se tira el arquero”).
El problema, descubrieron Walker y Wooders, es que los
seres humanos somos muy malos para “imitar el azar”. Cambiamos de flanco más de
lo que un patrón azaroso (que tiene series largas de repeticiones) lo
haría. El consejo es cambiar la dirección con menos frecuencia. No
será un conocimiento para ganar el Nobel, pero puede sumar algún que otro punto
en el próximo partido de tenis. Eso sí: con pelotas de menor calidad, al
cuádruple en dólares que en otros países y con precio en ascenso.
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