Estudios de Cepal y la OIT calculan que en los próximos diez años el cambio tecnológico y las nuevas plataformas eliminarán, en el peor de los casos, el 4% de los puestos de trabajo en las economías desarrolladas y el 2% en América Latina.
Cambiará el mercado de trabajo en el futuro próximo?
¿Aumentarán las contrataciones precarias? ¿La informalidad acaso? ¿O, por el
contrario, habrá nuevos y mejores empleos?
Las respuestas a estos interrogantes influirán en la vida de
los tres millones de mujeres y varones que, según la última encuesta del INDEC,
no tienen ocupación aun cuando la buscan o trabajan menos horas de las que
desean. Y, además de estar vinculadas a la evolución económica de nuestro país,
requieren tomar en cuenta distintos estudios sobre el tema.
En la década pasada, por ejemplo, los expertos afirmaban que
los movimientos en el mercado de trabajo estarían sujetos a los últimos avances
tecnológicos. Y a las modificaciones que se iban introduciendo en los oficios y
en las relaciones de los seres humanos con las máquinas y herramientas. A
semejanza, o con mayor intensidad aún, de lo ocurrido en la primera revolución
industrial y en las siguientes etapas históricas.
Y, en la suposición de que transitábamos hacia nuevas
realidades, señalaban los progresos habidos en los usos de la inteligencia
artificial, la robótica y la automatización de procesos. En particular, en la
industria manufacturera, el almacenamiento de productos, la administración, la
minería y las comunicaciones.
Asimismo, destacaban la destrucción y, al mismo tiempo, el
desarrollo de otras actividades y ocupaciones que esto supone. Al interior de
cada emprendimiento o en las cadenas de suministros. Y, por ende, la necesidad
de una mayor eficacia en algunas intervenciones humanas. Entre ellas, la
resolución de problemas, el diseño, la planificación y la búsqueda e
interpretación de datos.
En este sentido, la comunicación digital junto a las
interacciones virtuales facilitó durante la pandemia que los lugares, los
horarios y los días laborables se distribuyeran de forma distinta. Y se
generalizaran los repartos online, el comercio electrónico y el teletrabajo.
A tal punto que algunos estudios de la Universidad de Yale
aseguran que las oficinas no volverán a ser lo que eran. Y que la ventaja de
trabajar a distancia, ya sea desde la casa o desde pequeños sitios alejados de
las zonas céntricas, llegó para quedarse. Por implicar menos costos, menores
desplazamientos, más comodidad.
Lo que configuraría el ocaso de las plantas abiertas y comunes
que supieron impulsar Frank Wright, Le Corbusier y otros arquitectos a
principios del siglo pasado. Junto con el declive de las ideas que proponían
reunir al personal en un solo sitio como única manera de estimular la
productividad, la innovación y el espíritu de equipo.
Las investigaciones
de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y de la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (CEPAL) aportan puntos de vista un tanto
diferentes.
Por un lado, ponen en duda que las labores de la mayoría de
los seres humanos sean sustituidas en el corto y mediano plazo por los robots y
los frutos del progreso científico. Y, en esta dirección, calculan que en los
próximos diez años el cambio tecnológico y las nuevas plataformas eliminarán,
en el peor de los casos, el 4% de los puestos de trabajo en las economías
desarrolladas y el 2% en América Latina. Sobre todo, los vinculados a
quehaceres rutinarios y repetitivos.
Circunstancia que permitiría disminuir el tedio de algunas
ocupaciones a la vez que acortaría o eliminaría los derechos laborales y los
momentos de descanso en otras. Aumentando de este modo las cargas y el estrés
asociado al trabajo.
Por otro lado, resaltan que en los tiempos de crisis,
conforme se ha visto en la pandemia, se amplían las desigualdades económicas.
Situación que implica mayores penurias para los jóvenes, los trabajadores
autónomos y las mujeres que poseen menor educación y calificaciones.
También para las personas que deben retirarse del mercado
para realizar labores de cuidado y del hogar. O no tienen la posibilidad de
adquirir nuevas competencias para encontrar empleo en otros sectores.
Aunque todas estas instituciones coinciden en señalar que la
gran pregunta del mañana no es si estamos frente al fin del trabajo tal como lo
conocemos. Sino qué tipo de trabajo habrá, para quién y en qué condiciones. Y,
a ese respecto, subrayan dos desafíos cardinales para nuestra región.
Fomentar el consumo y las inversiones con el fin de revertir
el retroceso productivo de los años recientes. Y fortalecer los esfuerzos
públicos y privados destinados a brindar y perfeccionar las competencias
profesionales de una buena parte de la población. En especial, la de menores
recursos.
Ya sean competencias fundamentales, es decir la capacidad de
aprender, aplicar conocimientos, comunicarse, negociar, tomar decisiones y
prever conflictos o dificultades. O bien, las técnicas analíticas,
especializadas en innovar y diseñar productos o en utilizar tecnologías
digitales en la industria, el comercio y los servicios.
En pocas palabras, formación
y capacitación profesional de calidad. Dos materias en las que Argentina,
más allá de algunos programas vigentes, debería esmerarse. Porque los problemas
de su mercado de trabajo lo exigen. Y también porque a ciertos establecimientos
industriales, como ocurrió recientemente en Zárate, les cuesta dar con el
personal indicado.
Es una tarea a ser encarada por el Estado, empresarios,
sindicatos y las organizaciones sociales. Y, tal vez, una de las pocas que
puede contribuir de manera genuina al crecimiento inclusivo.
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