El gasto global en salud mental se acercará a los US$15
billones en 2030 y será la principal causa de incapacidad laboral, según el WEF
Los poderes de expansión de la mente y mejora del bienestar a partir de
hongos se conocen –según algunos historiadores del tema– desde hace decenas de
miles de años.
¿Qué planes se pueden hacer el viernes a la tardecita,
cuando termina la semana laboral, para relajar un poco? ¿Salir a un bar lindo a
tomar una cerveza o un trago? ¿Apuntar a una comida temprano con amigos? Varias
empresas de tecnología de la costa oeste de Estados Unidos instauraron en los
últimos meses una fórmula menos tradicional: los “viernes de microdosis”. La
costumbre viene a tono con la nueva revolución de los psicodélicos que
está estallando en distintos puntos del planeta y que amenaza con
poner patas arriba el mercado multimillonario de medicamentos y tratamientos
para la salud mental.
Lo de “nuevo” es relativo, porque los poderes de
expansión de la mente y mejora del bienestar a partir de hongos se conocen
–según algunos historiadores del tema– desde hace decenas de miles de
años. En su libro Supernatural, Graham Hancock relaciona el momento
bisagra para el cerebro humano (hace 50.000 años creció mucho de tamaño en poco
tiempo y surgieron el lenguaje, las religiones y el arte simbólico, entre
otros) con el consumo de hongos, a partir de pinturas rupestres de esa época en
la península ibérica. El exitoso documental de Netflix Hongos mágicos también
hace referencia a estos saberes ancestrales.
“Desde hace unos dos años vemos un boom de negocios
y de empresas que, a la espera de la aprobación de tratamientos con
psicodélicos, que avanza a pasos agigantados y que va a permitir que estas
iniciativas se moneticen, están en una carrera frenética por acumular patentes,
a veces con ribetes insólitos”, cuenta a LA NACION el físico Enzo Tagliazucchi,
profesor de la UBA y de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Tagliazucchi reside actualmente en Berlín y publicó el libro
El nudo de la conciencia (El Gato y La Caja). Junto con la neuróloga Lorena
Llobenes y la física Carla Pallavicini están haciendo experimentos de
vanguardia mundial acerca de lo que Tagliazucchi describe como la “ingeniería
de la experiencia psicodélica”, en el cruce con la meditación y el uso de
psilocibina, una droga de origen natural. “Como se trata en muchos
casos de compuestos milenarios presentes en la naturaleza, que no se pueden patentar,
la pelea por la propiedad intelectual pasa en buena medida por lo que se conoce
como el setting: la música que se usa, la ambientación y
la síntesis con otros agregados (hay startups que apuntan a comercializar
productos con cacao o en spray nasal)”, agrega Llobenes.
Aunque muchas propiedades de estos compuestos vienen del
mundo natural y se conocen desde hace miles de años, la revolución
psicodélica moderna tuvo su segundo big bang en Suiza, en abril de 1943, cuando
el científico Albert Hofmann decidió, por un “extraño presentimiento”, volver a
una molécula que había sintetizado en 1938 y que había sido descartada por
aparente inutilidad cuando trabajaba para el laboratorio Sandoz. Hofmann se
tomó 0,25 miligramos de esa sustancia (LSD-25) y tuvo el primer “viaje”
conocido en el mundo occidental moderno.
“Durante dos décadas hubo investigaciones con resultados
exitosos con el uso de psicodélicos para salud mental y adicciones, pero en
los 60 todo este avance científico se canceló porque se lo identificó con la
contracultura hippie y se terminó prohibiendo en Estados Unidos y en el resto
del mundo”, cuenta Andrés López, profesor de la UBA y experto en la
economía de los psicodélicos.
Buena parte de esta demonización se debió a los excesos de
Timothy Leary, un académico de Harvard que levantó el perfil del tema y
ambicionaba cambiar la sociedad por esta avenida. El cálculo de Leary era que
el “punto de aceleración” (tipping point) de esta
revolución se iba a dar cuando cuatro millones de norteamericanos probaran este
camino, según cuenta Michael Pollan en su libro de divulgación Cómo cambiar la
mente. Pollan es un autor superexitoso de no ficción que tuvo su primera
experiencia psicodélica a los 60 años.
Un capítulo aparte de esta historia es la relación entre las
drogas de “manifestación de la mente” (este concepto está en la etimología de
la palabra “psicodélico”) y el mundo de la innovación. La
movida entró en las empresas de tecnología de la costa oeste de EE.UU. mucho
antes de que la zona se bautizara Silicon Valley, en 1971. Buena parte del
romance actual del mundo emprendedor y de startups con el fenómeno tiene que
ver con este vínculo que lleva más de 50 años y que continuó en ámbitos
subterráneos aun después de la prohibición.
“Son famosas las sesiones de ideación de
Steve Jobs, el fundador de Apple, con psicodélicos”, aporta ahora
Demián Bellumio, quien lidera, junto a su socio Juan Pablo Cappello, NUE Life,
una empresa basada en Miami que combina inteligencia artificial con medicina
personalizada y psicodélicos.
La firma recibió una ronda de inversión de US$5 millones y
ya lleva realizados unos 1500 tratamientos. “Con entre cuatro y seis
sesiones logramos pasar pacientes con una depresión severa a una
manejable”, asegura Bellumio, que en el último año cobró notoriedad
porque es uno de los protagonistas de la movida de Miami para captar proyectos
que se mudaron desde el oeste. El fenómeno, que se conoce como Tech-xodus,
incluye, entre otros, al legendario Peter Thiel, ex-PayPal, que compró meses atrás
una mansión en Miami Beach por US$18 millones y que es uno de los más agresivos
inversores en el (futuro) mercado de la psilocibina.
Bellumio cuenta a LA NACION que su socio le propuso
inicialmente poner una clínica de ketamina, pero finalmente se inclinaron por
una aplicación y un esquema más escalables.
En esta nueva agenda de bienestar hay cruces de todo
tipo. Desde emprendimientos que trabajan la experiencia con realidad
virtual hasta –lo último y de lo que todos hablan por estos días en el
ambiente– una propuesta de Aelix Therapeutics, que se aseguró dos semanas atrás
US$70 millones para desarrollar un análogo de la psilocibina “sin los efectos
alucinógenos”. Tagliazucchi es escéptico con esta vía: “Creo que los cambios
que se experimentan en la conciencia son una parte fundamental de los
resultados positivos que se obtienen en salud mental a largo plazo”.
Lo cierto es que se trata de un mercado multimillonario, explica
López: “Pensemos que, en cuadros de salud mental, como la depresión, una
persona puede tomar un remedio durante décadas y queda cautiva de un
laboratorio. Aquí estamos hablando de mejoras con pocas experiencias”. Según el
World Economic Forum, el gasto global en salud mental se acercará a los US$15
billones (millones de millones) en 2030 y será la principal causa de
incapacidad laboral. El tercer viaje de los psicodélicos viene con combustible
económico de sobra.
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