Cuando la prioridad no pasa por hacer reformas sino por evitar grandes desastres, las personas de experiencia lucen más confiables.
Barack Obama con Paul Volcker, ex jefe reserva federal que fue designado por el presidente a los 82 años.
“Cuando llegó la hora
de formar mi equipo económico, decidí anteponer la experiencia a
los nuevos talentos”, cuenta el ex presidente de Estados Unidos Barack Obama en
su libro Tierra Prometida.
“Me encantaban las numerosas jóvenes promesas que me habían
aconsejado durante la campaña, y sentía cierta afinidad con los economistas
de izquierda y los activistas que consideraban que la crisis era
producto de un sistema financiero inflado y fuera de control
que necesitaba una reforma urgente, pero mi tarea principal no era
construir una nueva versión del orden económico, sino prevenir desastres
peores”.
Obama asumió como presidente en medio de la peor crisis financiera
que se produjo sobre Estados Unidos desde la crisis del 30.
Cuando Obama fue electo, se perdieron 481.000 puestos de
trabajo en un mes, más del 50% de las 25 instituciones financieras de EE.UU.
estaban quebradas, Wall Street había perdido el 40% de su valor y pesaban
ejecuciones hipotecarias sobre 2,3 millones de hogares estadounidenses.
“Señor presidente electo”, le dijo Christina Romer, una
profesora de la Universidad de Berkeley a quien había designado su asesora y
había escrito un trabajo sobre la Gran Depresión del 30. “Este es un
momento de mierda”.
Ahora, ¿a qué economistas convocar en esa instancia?, ¿en
qué expertos confiar? Esas eran las preguntas que se hacía Obama y esboza en su
libro.
El líder demócrata no dudó, según asegura en sus memorias. “Necesitaba
gente que hubiese gestionado crisis anteriormente, personas que pudieran
dar tranquilidad a unos mercados al borde del pánico; gente,
en síntesis, probablemente manchada por los pecados del pasado”.
Así la cosa, la contienda sobre quién sería el ministro de
Economía de Obama (ese cargo lo ocupa el secretario del Tesoro de Estados
Unidos) se resumió en dos nombres: Larry Summers y Tim Geithner.
El primero había ejercido ese rol ya con Bill Clinton. Para
muchos era número puesto. Hijo de economistas reconocidos (su tío fue Kenneth
Arrow, Nobel en Economía), fue uno de los profesores más jóvenes en la historia
de Harvard además de ser su presidente, fue cerebro de los planes de rescate
financiero como el Tequila. Summers era como un seguro para el presidente de
EE.UU. en medio de una crisis así.
Geithner, por otro lado, era más joven (la misma edad de
Obama), aunque con una trayectoria no menor. En la academia sí era menos
reconocido pero había tejido una carrera sin fisuras en el servicio civil del
Tesoro, más precisamente en la sección de asuntos internacionales de la mano
del propio Summers cuando era su secretario. Llegó a visitar la
Argentina cuando Washington apoyaba la convertibilidad en la crisis de 2000.
Obama se inclinó por Geithner. Ambos tenían experiencia, no
eran novatos. “Igualar el conocimiento que tenía Tim de la crisis financiera en
tiempo real, o sus vínculos con la actual camada de actores financieros
globales, llevaría meses, y no teníamos ese tiempo”, insiste Obama.
¿Pero qué factor pudo desempatar entre uno y el otro? Obama
dice sobre Geithner en detrimento de Summers. “Su carácter estable y la
habilidad para resolver problemas no se verían afectados por el ego ni por
miramientos políticos, y eso le convertía en alguien de valor incalculable para
la tarea que teníamos por delante”.
Geithner fue secretario del Tesoro y Summers director del
Consejo Económico Nacional, principal cargo de la Casa Blanca en economía.
Volcker, el economista de 82 años
Paul Volker.
Otro ‘nene’ que convocó Obama fue Paul Volcker,
quien en 1980 había sido presidente de la Reserva Federal, el Banco Central de
EE.UU. Aquel veterano aumentó las tasas de interés durante la era de Ronald
Reagan para bajar la inflación (13,5%) provocando una recesión dura y una tasa
de desocupación de 10%. El economista había apoyado a Obama durante la campaña,
algo que despertó la atención porque era republicano.
“Tras escucharle en una reunión privada en el despacho
Oval, me quedé convencido de que su propuesta tenía sentido”,
cuenta Obama tras convocarlo. Volcker estaba a favor de regular a los bancos,
aunque sin llegar al extremo de reformas grandilocuentes como las de los
economistas de izquierda o de Bernie Sanders.
Y Volcker sabía cómo hacerlo, sin estridencias en las redes
sociales. De 82 años, imaginó que tal vez aquella era su última oportunidad de
estar al lado de un presidente (falleció en 2019). ¿Qué tenía para perder? Como
dijo el economista y periodista Sebastián Campanario en su libro Revolución
Senior (Random), “empezar a multiplicar los espacios para escuchar las
enseñanzas de las personas de más de 70, 80 o 90 años de
manera honesta es otra vía válida para combatir prejuicios”.
Volcker no tenía nada para perder y Obama todo para ganar.
La regla Obama sugiere que en las crisis aplica la propuesta Campanario:
confiar en la experiencia.
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