Hay buenos motivos para pensar que los negocios y la tecnología vinculados al cambio climático son candidatos fuertes a quedarse con el título de “la década de…”
Hay fuerzas de mercado concretas: una clase global
(mayoritariamente el segmento más rico) que demanda productos y servicios
sustentables, y, principalmente, talento de las generaciones más jóvenes que ya
no quiere trabajar en empresas que contaminan.
No falla: la mayor parte de los consultores o especialistas
en un determinado tema en el último año tienden a asegurar que su tópico de
interés “ganó mucho más protagonismo” o fue puesto en mayor relevancia durante
la pandemia. De la misma forma, las distintas tribus de las tecnologías
exponenciales tienden a proclamar que “comienza, definitivamente, la década de
X”, donde “X” puede ser inteligencia artificial, biotecnología,
criptomundo o el tema que convoque a los incumbentes.
Hay buenos motivos, sin embargo, para pensar que los
negocios y la tecnología vinculados al cambio climático son candidatos fuertes
a quedarse con el título de “la década de…”. “Siempre estuvimos
acostumbrados a hablar del tema en términos de trade-off (cuando una variable
sube, la otra baja) entre rentabilidad y responsabilidad ambiental. Vemos que
ahora esta relación se desvanece por varios motivos y entramos en una nueva
era”, explica a LA NACION Tomás Ocampo, experto en inversiones y tecnología
ambiental, con estudios en Stanford en esta materia.
Hay fuerzas de mercado concretas: una clase global
(mayoritariamente el segmento más rico) que demanda productos y servicios
sustentables, y, principalmente, talento de las generaciones más jóvenes que ya
no quiere trabajar en empresas que contaminan. Por ejemplo, ingenieras
e ingenieros dispuestos a ganar menos si trabajan para Tesla que para otras
firmas. “El talento es el factor fundamental que hoy define el éxito de un
proyecto de negocios”, completa Ocampo, que dirige actualmente YPF Ventures.
El otro factor que juega a favor de terminar con este trade
off tradicional tiene que ver con las economías de red (Ley de
Metcalfe): “Si Apple y otros gigantes anuncian que van a ser neutrales
en carbono para 2030, eso implica enormes movimientos en sus cadenas de proveedores
y clientes”, agrega Alexis Caporale, emprendedor y autor de El Futuro de la
Energía. Caporale actualmente vive en Barcelona y trabaja en el equipo de
inversión de World Fund, uno de los fondos más renombrados en el terreno de lo
que se conoce como climate-tech.
“La aceleración es brutal. En mi trabajo diario, vemos
alguna empresa promisoria y si no nos movemos rápido nos enteramos de que a la
semana siguiente levantaron US$200 millones. Todo lo que uno haya leído sobre
almacenamiento en baterías hasta 2020, por ejemplo, ya está desactualizado”,
dice Caporale. En el primer bimestre de 2021 se reportaron varios
avances que apuntan a una revolución en almacenamiento de energías, uno
de los cuellos de botella y obstáculos más importantes en el campo de los
renovables.
El “riesgo político”
Esta aceleración repercute sobre la matriz económica
argentina. Un ejemplo: el litio del norte del país para empresas como
Tesla es atractivo en todas sus dimensiones, salvo en la de “riesgo político”,
en buena medida porque implica un proceso lento que, luego de la inversión, da
sus frutos a cinco años. Una startup llamada Lilac Solutions patentó una
tecnología que reduce este proceso radicalmente (a unos dos años), con lo cual
el riesgo político empieza a pesar menos en la ecuación. Los directivos de
Lilac estuvieron semanas atrás en Salta hablando con las autoridades
provinciales.
“Estamos entrando en la década del clima”, asegura
Andrew Beebe, inversor de Obvious Ventures y especialista en agenda de
sustentabilidad. “La escala de trasformación está a la par de lo que sucedió
con la revolución digital”, dice. De hecho, ambas tienen trayectorias
paralelas: una etapa de inmadurez y burbuja (el exvicepresidente de EE.UU. Al
Gore produjo su famoso documental Una verdad incómoda en 2003)
y ahora un crecimiento mucho más robusto.
A los factores que mencionaban Ocampo y Caporale (economías
de red, preferencias de consumidores y trabajadores, aceleración), Beebe suma
la baja exponencial de costos (el de producción de energía solar
cayó un 90% en la última década), la popularidad de los autos
eléctricos (evidenciada con el salto de la capitalización de Tesla),
los avances en baterías, la aparición de nuevos fondos multimillonarios
focalizados en cambio climático y las nuevas políticas y regulaciones de los
países centrales.
Beebe habla de una “zona de oportunidad en lo bajo de la
pirámide de Maslow”, que se usa tradicionalmente para describir nuestras
necesidades. Según esta visión, así como Amazon sacó el “.com” de su marca (porque
lo digital ya es la norma y no hay por qué enfatizarlo), lo mismo sucederá con
dinámicas neutrales en emisiones de carbono a medida que avance esta
década. “Esta vez, al contrario que el primer boom de
la agenda verde, todo es diferente. El panorama involucra ahora a toda la
economía, no sólo al sector de energía”, agrega.
Puntos de despegue
Con la victoria a fin de 2020 del demócrata Joe Biden en
Estados Unidos, el ciclo político también empezó a jugar a favor de las
acciones a escala para mitigar el cambio climático. “Inclusive estamos
viendo que dentro del partido republicano el péndulo se aleja cada vez más de
los negacionistas”, apunta Ocampo. Si tiene que citar un teórico de influencia
en este terreno en el partido de Donald Trump que hoy represente la “media” de
las posiciones, el argentino que investiga la agenda verde en Stanford se
inclina por George Shultz, un ex marine que fue secretario de Estado en la era
Reagan y falleció el 8 de febrero, a los 100 años. Shultz reconocía que el
clima está cambiando y abogaba por una “teoría de seguros” (hay una posibilidad
de costo enorme y hay que tomar seguros), que incluían impuestos a las
emisiones.
En el campo de los futurólogos y tecnólogos, la
coordinación y lo rápido que actuó la ciencia frente al desafío del Covid-19 es
un aliciente para pensar que esta misma dinámica se podría dar con el cambio
climático. Llegar a las vacunas contra el Covid-19 tomó 310 días, diez
veces más rápido que lo habitual. ¿Qué pasaría si esa urgencia por encontrar
una solución se trasladara a la agenda de clima? En una reciente charla larga
en la plataforma de audios ClubHouse, ya valuada en mil millones de dólares,
Elon Musk se mostró optimista en esta dirección: si no hacemos “locuras” con
las emisiones, la tecnología va a llegar a tiempo.
Muchas de las acciones gubernamentales o
intergubernamentales, bien coordinadas, podrían significar “puntos de despegue”
(tipping points), de acuerdo a un reciente estudio realizado
por Tim Lerton, de la Universidad de Exeter, y Simon Sharpe, de la jefatura de
Gabinete en Inglaterra. El trabajo se basa en sistemas complejos, donde una
intervención en algunos nodos puede producir efectos de cascada y trayectorias
exponenciales. En definitiva, puntos de despegue consolidados que doten al proceso
de mayor velocidad todavía.
El problema es que, en esta complejidad, las cascadas pueden
ir para abajo o para arriba. Esto es, también puede haber tipping
points que vuelvan el panorama mucho peor. Que el derretimiento del
permafrost (la capa de suelo permanentemente congelado) deje al descubierto
virus de antaño desconocidos que causen nuevos estragos, por ejemplo. De hecho,
una reciente investigación de Robert Beyer, del departamento de Zoología de
Cambridge, muestra cómo el calentamiento global enriqueció la población
mundial de murciélagos en varios países asiáticos, un factor
determinante en el origen del Covid. Todo tiene que ver con todo, como diría
Pancho Ibáñez.
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