No son las únicas "vías de escape". Estamos
teniendo sueños muy raros también. A fines de abril una decena de medios
gráficos de los Estados Unidos (entre ellos Time, The New
York Times y Fast Company) dieron cuenta del fenómeno de
los "cuarensueños": reportes de miles de sueños y pesadillas
"raras y vívidas" (mucho más que en épocas de normalidad) que vienen
compilando científicas de esta área como Lauri Loewemberg (en Florida) y
Deirdre Barrett (psicóloga de Harvard).
"No es algo que sorprenda: cuando nos dormimos, nuestro
cerebro no se 'apaga', sino que hay una interacción con el contexto. Si un
perro ladra en la casa de al lado es probable que lo incorporemos a lo que
estamos soñando, y de la misma manera pasa con nuestros miedos y angustias ante
una incertidumbre y un contexto inéditos", explica a LA NACION el experto
en cronobiología Diego Golombek.
Hay un segundo motivo importante, agrega. La
cuarentena está haciendo que la población duerma cerca de una hora más, y
ese tiempo extra es de sueño REM, de movimiento rápido de ojos, el que habilita
los sueños que recordamos tan bien al despertar.
Golombek publicó días atrás un estudio hecho junto a sus
colegas Mariano Sigman y María Luliana Leone, que logró medir con la evidencia
más robusta lo que el Covid-19 está provocando en materia de
sueño. Hasta ahora, lo que existía en este sentido eran trabajos en
los que se le preguntaba a la gente cuánto duerme ahora y cuánto pensaba que
dormía antes. Con un mapa del sueño que ya tiene 25.000 casos en la Argentina,
los tres investigadores tomaron una submuestra de 1000 personas que habían
contestado antes de la cuarentena y lo compararon con las respuestas dadas
ahora. Conclusión: se agregó en promedio casi una hora de sueño. La Argentina
es un país habitualmente con déficit en este aspecto (en promedio, menos de
siete horas, que es lo que se recomienda como mínimo para los adultos), y se
pasó a siete horas cuarenta minutos.
Una de las consecuencias de esta extensión es que se eliminó
lo que se denomina "jet lag social", equivalente al que se produce
cuando uno viaja, pero en este caso sin moverse, porque los horarios de la
semana no son los "naturales" y se modifican los sábados y domingos.
Pero hay dos malas noticias que surgen de este estudio. Una
es que los momentos de acostarse y levantarse se corrieron y hay menos sueño
durante las horas de oscuridad. Eso va contra una característica evolutiva del
cuerpo humano, que posee una "economía diurna". "No estamos
acostumbrados culturalmente, como en Europa o los Estados Unidos, a cenar con
luz solar, y eso hace que toda la vida familiar se estire hasta muy
tarde", sostiene el director de la serie Ciencia que Ladra, de
Siglo XXl. La otra mala noticia es que, por el estrés, este mayor tiempo de
sueño es de mala calidad, con lo cual no hay una extrapolación a un mayor
descanso.
El estudio de Leone, Sigman y Golombek no se metió con el
contenido de los sueños, como los casos citados al principio de la nota. En
América Latina, quien está sumergiéndose en este tema es el neurocientífico
brasileño Sidarta Ribeiro, de Natal, quien está trabajando sobre los relatos de
sueños, con nubes de palabras que contienen una mayor cantidad de términos
relacionados con el miedo, la angustia y la tristeza que en épocas de
normalidad.
Esta toma de conciencia sobre la verdadera dimensión del
problema de dormir mal llegó a fines de 2019 al foco de interés de los
economistas. Hay un campo emergente de "economía del sueño" que está
cuantificando costos a nivel micro: cuántas horas de trabajo se pierden por
menor atención o cuántas vidas se cobran los accidentes de tránsito
relacionados con el déficit de descanso. Marco Hafner, economista de Rand, un
centro europeo, midió el costo del déficit de sueño sobre el PBI de cinco
países.
En Japón se encontró el peor resultado, con una pérdida
estimada en un 2,92% del PBI (casi 140.000 millones de dólares al año). En
Estados Unidos la pérdida fue del 2,28% del PBI; en Inglaterra, del 1,86%; en
Alemania, del 1,56%, y en Canadá, del 1,36%. Si la población durmiera bien, la
riqueza adicional creada equivaldría a todo un presupuesto de educación, por
ejemplo.
Hay un vínculo de círculo vicioso entre el déficit de sueño
y la desigualdad. Estudios con miles de casos en barrios muy pobres de la
Argentina y de la India muestran una relación directa entre poco sueño y bajos
ingresos, en un circuito de pobreza que se retroalimenta. También hay alta
correlación entre zonas de elevada inseguridad y déficit de sueño, y esta
dinámica es aún más perversa para las mujeres.
A nivel de atención social, el tema sueño está explotando.
En los últimos meses hubo tres libros en las listas de más vendidos de no
ficción en Estados Unidos que tienen prácticamente el mismo título con alguna
variación mínima: Por qué dormimos (de Matthew Walker, el más
conocido), Por qué no podemos dormir (de Ada Calhoun), y otro
homónimo con un cambio en el fraseo en inglés (Why we can't sleep versus Why
can't we sleep), de Darian Leader.
Todos advierten que la sociedad moderna padece una epidemia
de sueño que se va agravando, y que tiene sus orígenes en la Revolución
Industrial. No existe en el corto plazo la perspectiva de reemplazar con
medicación los costos asociados a la falta de sueño en el cerebro y en el resto
del cuerpo. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos desarrolló tiempo
atrás una droga, el modafinilo, por la cual los combatientes en zona de guerra
pueden estar hasta dos días despiertos en estado de alerta y que se prescribe
para casos graves de narcolepsia (gente que se queda dormida de golpe). Pero
este químico no repara los beneficios neurológicos del buen dormir.
Por lo tanto, la batalla para revertir este resultado tiene
que ver con cambios de hábito que empiezan con una toma de conciencia desde la
edad más temprana posible. Series como los Piyanimales (en
Netflix, de la escuela de los Muppets) enseñan a los chicos hábitos saludables
en materia de sueño. Figuras públicas como Manu Ginóbili, los basquetbolistas
de la Generación Dorada o el periodista Juan Pablo Varsky tienen esta
problemática como eje de su discurso. Todos ellos usan el anillo
"Oura", que sirve para medir la extensión y la calidad del sueño,
fijarse objetivos y mejorar, como ocurre con las aplicaciones para correr y
hacer ejercicio.
Golombek cuenta que trata de adoptar en su vida personal lo
que va aprendiendo para mejorar su sueño, pero no siempre con suerte. "En
casa de 'sueñólogo', sueño de palo", dice. "A fin de cuentas, el
principal explicador del déficit de sueño es el estrés, y en ese aspecto me
declaro humano".
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