"No hay casualidades, sino causalidades", insisten en decir los defensores de la responsabilidad humana, convencidos de que las contingencias pueden dominarse. Después de todo, no es fácil encontrar dispositivos totalmente aleatorios. El lanzamiento de un dado, la mezcla de un mazo o la función "aleatorio" del Excel son meras aproximaciones. Objetivamente, solo existe la verdadera incertidumbre en el nivel cuántico, muy lejos de nuestra realidad diaria.
La dificultad humana para construir mecanismos aleatorios
convenció a varios de que se podía vencer a la ruleta sin ninguna martingala
mágica. Los físicos, que siempre supieron esto, empezaron desde temprano la
carrera para conquistar la rueda de la fortuna. A fines de los años 40, el
físico Albert Hibbs analizó la mecánica de las ruletas y desarrolló modelos
predictivos. Ganó mucho, pero cometió un error definitivo cuando comentó sus
hallazgos en televisión y advirtió a los casinos.
Edward Thorp y Claude Shannon (pionero de la teoría de la
información) estudiaron el lanzamiento de la bola por parte del croupier, y
determinaron patrones explotables, pero prefirieron el reconocimiento
académico. En cambio, el astrofísico Doyne Farmer acudió a los casinos con las
mismas técnicas, y usando, al modo del Superagente 86, una minicomputadora en
su zapato, obtuvo jugosas ganancias. Más conocido fue el intento de un profesor
y alumnos del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts, según sus siglas en
inglés) de hacer saltar la banca en el BlackJack. Un libro y una película
protagonizada por Kevin Spacey (21 Blackjack) narraron la idea, que era
bastante simple: contar las cartas, esperar una tirada larga con cartas
favorables a la banca y empezar a apostar tras ella.
La mala noticia es que, en el largo plazo, pelear contra la
banca es inútil, porque casino que pierde, casino que cierra. Una alternativa
es apostar contra otros humanos, como en el póquer. Según contó en una
conferencia Aaron Brown, especialista en finanzas y viejo lobo de las cartas,
este juego se desarrolló entre 1800 y 1880 en el lejano noroeste americano,
donde predominaban la soledad y la violencia.
Pero en lugar de reproducir holgazanería, vicio y
borracheras, el póquer parece haber ayudado a la región, que produjo negocios
prósperos y grandes fortunas. Parece que en cada juego las ganancias y pérdidas
se anotaban en registros estandarizados, creando créditos para el ganador, que
en lugar de efectivo se llevaba un papel con una promesa de pago. Estos
"cheques" eran usados a su vez para participar de una inversión, o
cambiarlos por bienes. El inesperado resultado fue una activación de los
negocios.
No fue el único efecto económico positivo del póquer. En una
época en que las deudas se pagaban hipotecando toda riqueza disponible, las
ganancias de póquer no eran reclamables porque no provenían de una actividad
legal. Y también están los contactos. Las largas noches de apuestas eran
ideales para crear conexiones sociales. Cuando se comparte, como le pasó a
Brown, una mesa con George W. Bush y Bill Gates, las oportunidades no suelen
desaprovecharse.
El póquer moderno quizá no ayude demasiado a la economía,
pero para Maria Konnikova resultó una experiencia personal única. Konnikova es
psicóloga y escritora, y si bien nació en Rusia, vive desde los cuatro años en
Estados Unidos. Leyendo un libro sumamente abstracto de teoría de los juegos de
Von Neumann y Morgenstern, se sorprendió cuando en el capítulo 19 aparecieron
varias aplicaciones al póquer. Esto la decidió a aprender a jugar para
comprender mejor las decisiones humanas, su tema de cabecera. En su último
libro, The Biggest Bluff (el "bluff" en póquer es el
equivalente a cantar retruco con dos cuatros), Maria cuenta su meteórico
ascenso. Con la ayuda de Erik Seidel, una leyenda del juego, pasó en apenas un
año de no saber cuántas cartas tiene un mazo, a ganar un torneo grande con un
premio de 85.000 dólares.
Pero Konnikova nunca perdió de vista su verdadero interés.
El póquer es un juego único porque combina azar, capacidad técnica y
psicología. Y gana el que logra resignarse a lo primero, trabajar duro en lo
segundo y lograr buenas intuiciones en lo tercero.
Reconocer el azar y controlar las emociones es fundamental
para poder realizar un análisis frío de las decisiones a tomar. Maria describió
en su libro Cómo pensar como Sherlock Holmes las técnicas del
famoso detective, un paradigma del desapego de las sensaciones y el apego a la
lógica. Sentada a la mesa de póquer, Konnikova debió lidiar no solo con sus
emociones, sino con los constantes ataques de género. El 97% de los jugadores
son hombres, y, entre lances, bravuconadas y desprecios, su gran desafío fue
lograr abstenerse y concentrarse en su estrategia. También debió luchar contra
un sentimiento propio de querer agradar, lo que la volvía menos agresiva en sus
apuestas.
El póquer moderno se volvió una actividad más técnica que
lúdica. Las mesas se llenan de jóvenes calculistas que aplican la teoría y la
estadística para hacer la jugada óptima en cada mano. Claro que cuando el
conocimiento de la técnica es generalizado, el pozo se lo lleva quien tiene más
suerte.
Aun así, en la práctica todavía hay gente dispuesta a
divertirse arriesgando (y perdiendo) su dinero.
Como afirma la teoría económica, la utilidad del dinero es
menor cuanto más rico es el individuo, lo que predice que habrá muchos
"pescados" dispuestos a jugar sin preocuparse y ser atrapados por los
profesionales. Varios millonarios famosos han provisto sustento a los jugadores
experimentados, pero el caso más resonante es el del fundador del Cirque du Soleil,
Guy Laliberté, por lejos, el jugador que más dinero perdió jugando póquer online.
Y, si bien cedió la friolera de 31 millones de dólares en siete años, ese monto
equivale apenas al 3% de todo su patrimonio.
Finalmente, la psicología también juega. Quienes desean
evitar que se detecten sus emociones lucen anteojos oscuros, tapan sus oídos
con auriculares (como hace Konnikova) y hablan lo estrictamente necesario. En
cambio, los ostentosos pretenden intimidar con su imagen, con su charlatanería
permanente y con sus amenazas. El ejemplar más peculiar es quien finge no
conocer el juego, para luego pescar incautos con apuestas en apariencia
desatinadas. Vale preguntarse si es posible explotar estos comportamientos para
acumular fichas.
En un juego donde el bluff es vital, el protagonista
de Lie to Me, aquel detective que mirando gestos adivinaba si se
mentía o no, debería hacerse un festín. Las técnicas de la serie han sido
puestas en duda por la ciencia, pero algunos experimentos modernos trajeron una
sorpresa. El profesor Michael Slepian, de la Universidad de Columbia, halló que
es posible cazar mentirosos, pero que para hacerlo se debe mirar menos la cara
y más los movimientos del cuerpo, en especial de las manos. Como ocurrió con
los físicos pioneros que trataron de domar el azar sin interés en hacer dinero,
Slepian también publicó sus estudios, invitando a los jugadores a trabajar para
limitar estas señales comprometedoras.
Extremar la técnica estadística, controlar las emociones,
conservar una apariencia lo más neutra posible. Una tendencia que podría dejar
el placer del póquer solo para aquellos que no tienen demasiado que perder, y
que todavía disfrutan de la esperanza de creerse capaces de vencer al azar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario