Al describir los principios básicos de la naturaleza del hombre, el psiquiatra Viktor Frankl trazó un mapa preciso de sí mismo, a partir del cual empezó a desarrollar el primer y fundamental hábito de las personas que en cualquier medio son altamente efectivas: el hábito de la proactividad.
Si bien la palabra proactividad es ahora muy común en los textos de dirección de empresas, se trata de un término que no se encuentra en la mayoría de los diccionarios. Stephen Covey indica que esa palabra no significa solo tomar la iniciativa. Significa que somos responsables, como seres humanos, de nuestras propias vidas.
Las personas muy proactivas no dicen que su conducta es la consecuencia de las condiciones, el condicionamiento o las circunstancias. Su conducta es un producto de su propia elección consciente; se basa en valores, y no es producto de las condiciones ni está fundada en el sentimiento.
La capacidad para subordinar los impulsos, los sentimientos, a los valores es la esencia de la persona proactiva. En cambio, los individuos “reactivos” se ven impulsados por sentimientos, por las circunstancias, por las condiciones, por el ambiente.
Las personas proactivas también se ven influidas por los estímulos externos, sean físicos, sociales o psicológicos. Pero su respuesta a los estímulos, consciente o inconsciente, es una elección o respuesta basada en valores.
De hecho, nuestras experiencias más difíciles se convierten en los crisoles donde se moldea nuestro carácter y se desarrollan las fuerzas internas, la libertad para abordar circunstancias difíciles en el futuro y para inspirar a otros la misma conducta.
Tomar la iniciativa significa reconocer nuestra responsabilidad de hacer que las cosas sucedan. Muchas personas esperan que suceda algo o que alguien se haga cargo de ellas. Pero las personas que llegan a ocupar los buenos puestos son las proactivas, aquellas que son soluciones para los problemas, y no problemas para ellas mismas, que toman la iniciativa de hacer siempre lo que resulte necesario, congruente, con principios correctos y, finalmente, realizan la tarea.
Las empresas, los grupos comunitarios, las organizaciones de todo tipo –incluso las familias– pueden ser proactivas. Pueden combinar la creatividad y los recursos de los individuos proactivos para crear una cultura proactiva dentro de la organización.
La organización no tiene por qué estar a merced del ambiente; puede tomar la iniciativa para llevar a la práctica los valores compartidos y alcanzar los propósitos compartidos de todos los individuos implicados.
El enfoque proactivo consiste en cambiar de “adentro hacia fuera”: ser distinto y, de esta manera, provocar un cambio positivo en lo que está allí fuera: puedo ser más ingenioso, más diligente, más creativo, más cooperativo.
Las personas proactivas centran su esfuerzo en el círculo de influencia. Hay muchos modos de trabajar en ese círculo: ser un mejor oyente, un esposo más afectuoso, un empleado más cooperativo y dedicado.
En el corazón mismo del círculo de influencia se encuentra nuestra aptitud para comprometernos y prometer, y para mantener compromisos y promesas. Los compromisos con nosotros mismos y con los demás y la integridad con que los mantenemos son la esencia de nuestra proactividad.
Óscar Rodríguez Vargas. Periodista
Fuente: elperuano.pe
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