El Maniquí de vidriera, desde su tendencia expositiva actual, se constituye como un tótem kitsch altamente significado. Exhibido como una representación del ser deseante, vestido con prendas-mercancías diversas, masculinas o femeninas, mostradas con cierto manierismo, como una mueca de la moda vanguardista, tratando de despertar la atención del caminante.
El Maniquí, es parte de un simulacro del ser, un desdoblamiento planeado, donde uno, el ser real está afuera mirando-mirándose y el otro, resaltado y expuesto, se ubica dentro de la vidriera. ¿Quién es esta figura? Un simulador que representando al ser quien lo observa del otro lado del vidrio, como un deseante de productos, como un posible consumidor, quien ve espejada su imagen a partir de esta figura que viste la prenda que él usaría y eventualmente compraría.
El Maniquí como un ente, viste una ropa que se oferta dentro de la vidriera del comercio para ser vendida. Este vendedor fetiche, ha creado una inversión de las relaciones a partir de una prenda que desearía vestir el observador real, que esta del otro lado y que en su búsqueda de consumo se figura él-así-vestido con el ropaje del Maniquí, situación evocativa que repite una y otra vez a medida que recorre los comercios. El Maniquí vestido es un estimulador, un provocador, que se muestra para ser deseado, facilitando así las evocaciones del posible comprador, que se abre a su imaginario frente al expositor, quien con su figura vestida, lo conduce a la ensoñación, a partir de la investidura de vanguardia que le muestra el maniquí y que él compara con otros maniquíes, a veces ubicados unos al lado de los otros. Este “probarse” virtualmente la prenda desde la representación del “Ser-Maniquí”, facilita imaginarse él-vestido-así, a partir del objeto-mercancía, del producto textil, que se expone estéticamente, sobre el ente de la promoción, alimentando cada vez más su deseo.
El Maniquí adopta construcciones típicas del ser-ahí, arrojado al mercado, al despertar del consumo, se lo manipula, dándole poses que acompañan la prenda diseñada, según tendencias de la moda que se intenta imponer. Este objeto humanizado puede adoptar la imagen de maniquí-hombre o maniquí-mujer y plasmar en su ergonometría diferentes máscaras, cuerpos, colores de piel, que simulan una identidad de clases, de niveles sociales, de grupos etarios, que lo constituyen, como una réplica del ser-deseante que lo observa atento, minuciosamente, recorriendo los pliegues y líneas de las prendas que expone, apariencia del vestido real puesto en el cuerpo del otro, para ser visto desde el afuera de la vidriera.
La percepción del Maniquí en la vidriera, como construcción resaltada de la realidad, ofrece una visión-pecera; transparente, iluminada, un pequeño mundo ornamentado, lleno de efectos, con prendas de cuidados diseños, formas y colores, propios de la moda que se vive en el momento de la exhibición. El Maniquí es exhibido copiando poses maniqueas del ser al que se parece, espejándose en él, con escorzos que resaltan la moda que lo viste.
Es notoria la experiencia vivencial que se va construyendo continuamente, desde las diferentes persona que se paran frente a la caja vidriada que lo encierra, observando detenidamente al Maniquí, en sus más variadas posturas, creando con esta situación un acto, una comunicación analógica desde lo postural, que privilegia la imagen quieta, inmóvil, atrapable, mostrado como si fuese una estatua a la que se ha tratado de insuflarle vida y contemporaneidad. El Maniquí esta quieto y expuesto, posando, asequible, se presta a la contemplación sin límites de tiempo. Forma parte del juego humano de vestirse y desnudarse, es ver en él nuestra imagen, como trazas analógicas de una comunicación que si bien lineal, univoca, nos constituyen en ser-vestido, arropado con la prenda del modelo.
Si bien las intenciones de la exhibición del ente están ocultas, se transforma en un representante del consumo, acaso un provocador del consumismo. Tendencia social que lo constituye como representante válido del sistema imperante. Acaso una fetichización de la mercancía que relaciona el mercado desde un Maniquí que se propone al sujeto comprador. Otras veces la intención es directa, tiene un precio, que pretende ser un justo-precio, un valor estratégico, estudiado para convencer a quién lo observa desde el afuera del comercio.
Este modelo como simulación humano, Maniquí humano-inhumano, pretende una realidad esquelética, que tan bien simula la tecnología, dándole un género, una apariencia, una simulación que conmueve con sus correctas proporciones y muchas veces, belleza. Sobretodo, se trata de un rostro que calca agraciadas proporciones femeninas o musculosas proporciones masculinas, sin embargo, la ausencia de lo verdadero lo constituye falso, solo un exhibidor, un display comercial que soporta el producto.
He visto un maniquí de vidriera femenino de particular belleza que ha sido liberado y posa en la vereda, sentado en una silla, vistiendo lencería color negro, traslúcida y sensual. Es inevitable que el transeúnte de ambos géneros se pare a mirar esta estilizada figura. El Maniquí de vereda produce una presencia cercana, directa, una presentación del producto con fuerte presencia, un mensaje impactante.
Este evento experiencial propuesto por el comercio ha liberado al Maniquí de vidriera. Quizás, este simulacro de lo real lo hace atractivo, “se parece a una persona” sin serlo. Su mostración cae en una teatralización de un ser vestido, dotado del privilegio de aislar la prenda, dentro de la escenificación de la vidriera o en la puerta del negocio. Se lo propone como búsqueda de realidad, se lo señala festivamente, se lo privilegia, pero en realidad resulta una falsación fantasmática con esbozos del ser real que lo aprecia pensando que quizás en él, la prenda aún luzca mejor.
El Maniquí de vidriera o de vereda, es un soporte, un medio Complementario o BTL, preparado para disparar el imaginario del observador y venderle una prenda, que por el momento, lo cubre solo a él, provocando el deseo.
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