Muchas veces, por no querer enfrentar un problema a
tiempo, ese problema se puede duplicar; eso es lo que estamos viendo hoy en la
economía de la Argentina.
Si el Gobierno logra que salta todo como fue planeado y al implicar eso un ajuste, lo mejor que podemos esperar es una recisión, por un menor poder de compra de los ciudadanos.
Cuenta la historia que un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día en que ambos iban camino a la ciudad con una carga desigual, el asno,
sobrecargado y sintiéndose cansado, le dijo al caballo: “Toma una parte de mi
carga si te interesa mi vida, no doy más y si no me ayudas con algo, creo que
no llego”. El caballo se hizo el sordo y no dijo nada. Y el asno cayó, víctima
de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima
del caballo, incluso el cuerpo del asno. Y el caballo, suspirando dijo: “¡Qué
mala suerte tengo! ¡Por no haber querido ajustar antes el sobrepeso, ahora
tengo que cargar con todo! ¡Hasta con el cuerpo del asno encima!”
Moraleja: muchas veces, por no querer enfrentar un problema
a tiempo, ese problema se puede duplicar y su carga, entonces
sí, volverse ingobernable.
Con el placer de saludarlos nuevamente en este espacio y
recibiéndolos esta vez con esta fábula que refleja, según mi criterio, el
desafío económico actual. Porque reaccionar, pero tarde, no evita tener
que pagar las consecuencias.
Contaba un humorista alemán que uno puede estar a dos metros
de un lugar si toma el camino correcto, o estar a 44.000 kilómetros si toma el
camino opuesto y da la vuelta al mundo para llegar. Creo que, en los dos
primeros años del actual gobierno, se cometió un error de diagnóstico y, para
llegar a un plan de estabilización, tomaron el camino que tenía 44.000
kilómetros de longitud.
Parece que ahora sí los gobernantes tienen un buen
diagnóstico, pero pasó tanto tiempo que las complicaciones se
multiplicaron. Y eso nos complica mucho más a nosotros, los
ciudadanos, que, como el caballo, vamos a tener que llevar el doble de carga
(tarifas de servicios públicos más elevadas, mayor costo financiero,
combustibles más caros), porque no hubo una reacción a tiempo.
“Parece que en la gestión económica hay ahora un buen
diagnóstico, pero pasó tanto tiempo que las complicaciones se multiplicaron”
Creo que a todos los que nos encontramos en este espacio nos
conviene que a la nueva gestión económica las cosas le salgan bien.
Finalmente, administran nuestra casa. Los mercados se calmaron
porque veníamos con dos neumáticos pinchados, pero, hasta ahora, solo
disminuyó la expectativa de un choque inminente. Pero seguimos con los
mismos neumáticos.
Repasemos juntos por qué solo tener un buen
diagnóstico no alcanza y por qué reaccionar tarde no evita pagar las
consecuencias.
El contexto internacional se complica, la suba de tasas de
interés en el mundo más la propia inflación, restan poder de compra a la gente.
Y, así como vivimos un largo año con restricción de oferta (por la falta de
productos), ahora viviremos un año con restricción de demanda (por un menor
poder de compra de los ingresos que perciben los ciudadanos).
En Estados Unidos, por ejemplo, actualmente el índice de desempleo
está en el número más bajo de los últimos 50 años. La inflación está en el
punto más alto de los últimos 40 años. Claramente, el problema es la
inflación y no el empleo. Como parte del ajuste podemos esperar que,
para bajar el nivel del incremento de los precios, haya que aceptar un menor
nivel de actividad económica. Definitivamente, vamos hacia un escenario global
más recesivo.
Este contexto es malo para nosotros, porque pierden
terreno los precios de las materias primas (ya vienen bajando hace un tiempo,
de hecho) y suben a la vez los costos de financiamiento por la
ya mencionada suba de tasas. Y eso afecta los que están endeudados y, ¿saben
qué? Somos uno de esos que están muy, pero muy endeudados.
“Si aumenta el precio de la carne, la leche, los neumáticos,
la nafta, la ropa, las prepagas, etcétera, no es que sube todo; simplemente,
baja el valor del peso”
El contexto local no da tregua. Por fin, el Gobierno
entendió (al menos, eso parece) que no puede seguir emitiendo pesos, porque la
población ya no los acepta y se los saca de encima. Si aumenta el precio de la
carne, la leche, los chocolates, los neumáticos, la nafta, la ropa, el aceite,
los zapatos, las tarifas, la prepagas, etcétera, no es que sube todo;
simplemente, baja el valor del peso, porque la devaluación no
es solo contra el dólar. Es contra todo.
Para dejar de emitir pesos, inevitablemente tienen
que disminuir el déficit fiscal. Para eso, o bajan gastos o suben
impuestos, y es lo que están haciendo. O sea: AJUSTAN. Sí,
ajustan.
Uno de los caminos para reducir el gasto del sector público
es eliminar subsidios, y para eso suben las tarifas. El Estado
se ahorra una interesante cantidad de dinero, pero lo paga el ciudadano. Si
alguien pagaba 5000 pesos de luz y ahora va a pagar 10000, esos 5000 pesos de
“redistribución de subsidios” –como prefieren llamarlo los funcionarios–
significa menos poder de compra para el ciudadano.
En simples palabras, si lo logran y si todo sale como fue
planeado, lo mejor que podemos esperar es una recesión por menor poder
de compra. Porque el ajuste siempre lo pagamos nosotros.
Otra estrategia es subir las tasas de interés, de
manera tal de generar una motivación extra para que los inversores quieran
retener pesos por un tiempo; eso se consigue ubicando esas tasas por encima de
la inflación. Lo lograron con el lanzamiento de los bonos duales, instrumentos
con los cuales el inversor puede elegir la mejor opción para percibir su renta:
que se siga la inflación o que se siga al dólar. Es un sistema que pone un piso
de rendimiento para el inversor, o un costo para el Estado, de 90% de tasa
anual. Se duplica la deuda en pesos en un año. Y ya no hay
forma de licuarla, porque la devaluación potenciaría esa deuda. La suba de ese
costo financiero se traslada a toda la economía, ya ni cuotas hay.
En simples palabras, si lo logran y todo sale como fue
planeado, lo mejor que podemos esperar es una recesión por menor poder de
compra. Porque el ajuste siempre lo pagamos nosotros.
El Banco Central tiene ventas de futuro de dólares por 7500
millones; eso desalienta cualquier movimiento brusco del tipo de cambio, pero incrementa
las expectativas del mercado a que esto suceda. Llegamos a un punto en
el cual la devaluación es muy costosa, pero no hacerla, también lo es.
En una economía donde las empresas se las rebuscaban para
sobrevivir en el día a día, esta recesión podría provocar un freno muy
perjudicial, porque gestionar una empresa es como andar en bicicleta.
Por más que vayas lento, siempre podrás mantener el equilibrio. Pero,
si te frenan de golpe, es inevitable que termines con un pie en el piso. Es lo
que las reacciones políticas tardías van a terminar logrando.
Personalmente, creo que el diagnóstico esta vez es el
correcto y las medidas son las que se pueden tomar en este contexto. Pero el
tiempo, el bien más escaso, no alcanza para lograr un cambio en las
expectativas de los inversores en la economía real, porque reaccionar
tarde no evita pagar las consecuencias.
Perdemos tiempo, porque todavía nuestro poder de
autodaño es mucho mayor que nuestro poder de construcción. Preferimos
el mal de nuestro adversario antes que nuestro propio beneficio.
Perdemos tiempo, porque gestionamos mal los riesgos. Cuando
se gasta dinero ajeno sin valorar el esfuerzo que representa obtener esos recursos
escasos, deberíamos tener claro que, cuando el ingreso de un individuo es
independiente del esfuerzo realizado, o cuando se utilizan los recursos sin
contemplar ni su nivel de escasez, ni el esfuerzo que lleva conseguirlos, tarde
o temprano se produce algo peor que una crisis, que es la destrucción
de nuestra cultura del trabajo y del esfuerzo, el mejor legado que
nuestros abuelos nos dejaron.
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