Los nuevos movimientos sociales rechazan las jerarquías y
liderazgos tradicionales y proponen un modelo de participación ciudadana
transparente y horizontal.
En el último tiempo y en distintos lugares del mundo
aparecieron movimientos sociales que cuestionan la vieja forma de hacer
política y proponen una nueva: las recientes protestas en Chile, las protestas
en Hong Kong 2019-20, el movimiento Indignados en España, Occupy Wall Street en
Estados Unidos.
Algunos explícitamente y otros de modo más implícito, todos
estos movimientos rechazan las jerarquías y liderazgos tradicionales y proponen
un modelo de participación ciudadana mucho más transparente y horizontal.
A diferencia de lo que ocurre en los partidos políticos
tradicionales, estos movimientos no tienen estructuras piramidales formales,
desprecian la figura del político profesional y usan las tecnologías digitales
para movilizar la mayor cantidad de gente de manera rápida y barata.
¿Cuáles son las implicancias de este nuevo modelo de
participación? ¿Podemos pensar que de ahora en más la política tendrá una forma
cada vez más horizontal?
Sí y no. Por un lado, la rapidez y facilidad con que la
información corre y las personas se movilizan alrededor de consignas comunes es
una novedad que llegó para quedarse. Por el otro, el sueño de una política
totalmente horizontal pareciera ser más bien eso: un sueño.
Mientras los movimientos permanezcan en el lugar de protesta
es posible mantener la esperanza de horizontalidad total, pero apenas un
movimiento adquiere poder político la desigualdad se vuelve inevitable. Como ya
lo dijo el sociólogo alemán Robert Michels en 1911, toda organización trae
aparejados verticalismo y desigualdad.
No importa si la organización levanta banderas progresistas
o conservadoras, socialistas o capitalistas: quien dice organización dice
desigualdad, la desigualdad básica entre el líder y los liderados. Pero ¿es la
presencia de liderazgos necesariamente mala?
Según Michels y muchos otros, incluidos varios de los
movimientos de protesta contemporáneos, sí. En esta visión, la desigualdad
inherente al liderazgo es en sí misma nociva, y el desafío de una sociedad
democrática es aplanarlos lo máximo posible. Hace unos años, la politóloga
estadounidense Nannerl Keohane, ex presidenta de la Universidad de Duke y del
Wellesley College, escribió un libro que cuestiona de fondo esta idea.
El liderazgo, dijo Keohane, no es solamente inevitable sino
que también es necesario y muchas veces positivo.
Los líderes desarrollan una tarea fundamental: son quienes
se encargan de proponer soluciones a problemas comunes y de movilizar las
energías del grupo para llevarlas a cabo. No todos los liderazgos son positivos,
claro, y en muchos casos un liderazgo negativo puede destruir la democracia.
En muchos otros, sin embargo, grandes líderes pueden generar
grandes avances. Los casos más obvios son Gandhi, Martin Luther King o Nelson
Mandela. Siguiendo a Keohane, podemos pensar que el objetivo entonces no es
tanto eliminar a los líderes sino prestarles especial atención para asegurarnos
de que esos líderes sean constructivos.
En democracia, ¿Qué tipos de liderazgos queremos fomentar y
cuáles no?, ¿Qué mecanismos de control podemos desarrollar para contener a
nuestros líderes?, ¿Cómo vamos a asegurarnos de producir no uno, sino varios y
varias líderes y lideresas de distintos colores, personas que recojan
experiencias diversas y las pongan en conversación? Michels tenía razón pero
también estaba equivocado: el liderazgo es inevitable, pero no todos los
liderazgos son iguales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario