"Mata mua" (1892), de Paul Gauguin. Una de las primeras obras
del pintor francés que fue objeto de una curiosa negociación en España, donde
volverá después de estar en la bóveda de un banco en Andorra.
Sin dudas, las principales medidas políticas –después de las
últimas elecciones- y el manejo de la crisis sanitaria son los temas centrales
en la actualidad de España. Pero hace pocos días, todos los ministros del
gobierno de Pedro Sánchez debieron reunirse para firmar otra cuestión: el
acuerdo con Carmen Cervera, la Baronesa Thyssen, para que “Mata Mua”, pintura
de Gauguin, retorne al museo en el corazón artístico y turístico de Madrid.
“Estamos dispuestos a negociar por un acuerdo razonable y en un contexto de
crisis”, había anticipado el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe,
y el Estado pagará unos 6,5 millones de euros por año, durante los
próximos quince, para que el “Mata Mua” se quede en el Thyssen.
La vida de Paul Gauguin fue tan excepcional como su
obra. “Mata Mua”, que en realidad tituló “Autrefois”, se remonta a fines de
1892, en su primera etapa en Tahití. Gauguin buscaba la inspiración en “pueblos
exóticos” o “primitivos”, lo hizo primero por el Caribe y Centroamérica y ahora
lo intentaba en las colonias francesas del Pacífico. “Je veux aller chez les
sauvages” (“Quiero irme con los salvajes”) expresó, al alejarse de Europa.
Jamás encontró el que, suponía, era el “paraíso perdido”. Pero “Autrefois”
representaba, en el idioma local, algo similar al “érase una vez…” o al “pasado
lejano” al que se refería la cultura europea. En concreto, sobre un lienzo de
91 centímetros de alto y 69 de ancho, Gauguin representa un paisaje tahitiano:
un árbol en el centro y el primer plano de dos nativas sentadas, una de ellas
tocando la flauta. Detrás, aparece la estatua de Hina, diosa de la luna, y la
danza de tres mujeres con un fondo de una montaña rosa. Era una
interpretación libre del pintor sobre distintos aspectos de la cultura
polinesia.
Gauguin expuso el “Mata Mua” por primera vez durante una
muestra individual en una galería de París, al año siguiente. Con las ventas de
esos tiempos, pudo retirarse definitivamente a Oceanía en 1895 –murió en 1903
en las Islas Marquesas, en la Polinesia- pero el cuadro tomó su propio rumbo,
integró diversas colecciones como la de Gustav Fayet y galerías hasta que
comenzó su revalorización artística. A principios de los años 80 lo compró el
barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza en una subasta de Sotheby’s, en Nueva
York, y en sociedad con otro magnate, el boliviano Jaime Ortiz Patiño, después
de que lo llevara allí la última propietaria, la viuda del coleccionista Julius
Wolff. Según David Nash, uno de los responsables de aquella subasta, “el barón Thyssen
tenía en el comedor de su mansión ocho cuadros de Gauguin que le había prestado
el Museo Pushkin. Cuando debió devolverlos, se propuso comprar un Gauguin de la
época de la Polinesia y lo consiguió”. Thyssen y su socio boliviano acordaron
que cada uno lo tendría por algún tiempo hasta llegar a un acuerdo definitivo.
Entre ambos, pagaron 3,8 millones de dólares pero en 1989, el barón
decidió quedarse con el cuadro y le abonó a su ex socio… 24,2 millones.
Poco después, al inaugurarse el Museo Thyssen donde anteriormente se levantaba
el Palacio de Villahermosa, en el Triángulo de Oro del Arte madrileño –que
incluye los vecinos museos del Prado y Reina Sofía- “Mata Muha” ya era una de
las joyas de la colección.
“Es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de
ese calibre, del período de Tahití, y por eso Matua Mua es particularmente
valioso” explicó el ex conservador y jefe de investigación del Thyssen, Javier
Arnoldo Alcubillo, catedrático en Historia del Arte. Gauguin había sido
empleado de banco y luego, artista autodidacta. Se marchó de Europa después de
aquel famoso encontronazo con Van Gogh en Arlés. “Se fue en busca de una vida
sencilla, pues llegó a convencerse de que el arte estaba en peligro de volverse
rutinario y superficial, y de que toda la habilidad y los conocimientos que se
habían acumulado en Europa habían privado a los hombres de lo más importante:
la intensidad y fuerza en el sentir y la manera espontánea de expresarlo”,
escribió Gombrich.
El barón Thyssen le vendió al gobierno de España 775
cuadros de su colección, a un valor total de 350 millones de dólares hace casi
tres décadas (1993). Esas obras integran desde entonces el Patrimonio
Artístico de España y muchas de ellas conviven en el Museo con las que el Barón
le dejó como herencia a Carmen Cervera, quien cuenta con unas 400 en su propia
colección, “Mata Mua” incluida. Piezas del temprano Renacimiento, los paisajes
venecianos, el impresionismo o los tiempos modernos hacen del Thyssen uno de
los centros más admirados de Madrid, tanto por expertos del arte como por
simples turistas.
Pero en los últimos tiempos fueron tensas las
relaciones de la viuda con los distintos Gobiernos (además de tensas
dentro de su propia familia, una de las más codiciadas por la “prensa del
corazón”, dado el pasado de Carmen como reina de belleza y actriz). El Gobierno
se hace cargo del mantenimiento y los seguros del Museo, pero en los últimos
años la Baronesa decidió abrir otros museos, uno en Málaga y el otro en Sant
Feliú de Guixols. Y se llevó varias de las obras más admiradas del Thyssen como
“El puente de Charing Cross” (1899), de Monet, y “Caballos de carreras” (1894),
de Degas, ambas del período impresionista, además de una moderna como “Martha
McKeen” (1944), de Hooper. El conflicto recrudeció en plena pandemia, en junio
del año pasado: la viuda sacó el “Mata Mua” para dejarlo bajo custodia
en un banco de Andorra.
El barón y su socio habían pagado los mencionados 3,8
millones, que representaban un récord para un Gauguin en su momento. Ahora,
regresando al Museo, la obra alcanza un valor incalculable. Tanto desde su
dueña como desde las autoridades culturales españolas lo plantean como el
eje de la reconfiguración artística del Museo, un centro de atracción como
La Gioconda pueda representar en el Louvre.
De cualquier forma, no integrará el circuito de las grandes
ventas, allí donde el nombre de Paul Gauguin también reluce entre los más
importantes: su obra “Na fea faa Ipoipo” (¿cuándo te casarás?), del mismo
período tahitiano, fue comprada por la familia real de Qatar en 2015 por 210
millones de dólares. Una cifra que solamente es superada, entre las subastas,
por el “Salvatore Mundi” atribuido a Leonardo Da Vinci, por una obra moderna de
Wilhelm De Kooning y por los 250 millones de dólares que los mismos qataríes
pagaron para quedarse con “Los jugadores de cartas”, de Cezánne, poco antes de
comprar el Gauguin.
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