Un chiste conocido entre economistas dice que las estadísticas son como las salchichas: pueden resultar muy ricas y sabrosas, pero mejor ni preguntar qué tienen adentro. En el caso de la medición de la “nueva economía”, hay varios ingredientes que pueden llevar directamente a indigestar. ¿Cómo estimar el tamaño real de la creciente porción de intangibles, de la inteligencia artificial, del cripto-mundo, o de opciones más futuristas (pero no tan lejanas), como las transacciones en el metaverso o las tecnologías cuánticas?
“Los economistas ya teníamos un problema serio con las
mediciones antes de la pandemia, y con la digitalización acelerada del último
año esta agenda de desafíos se agigantó”, explica Gabriel Sánchez, economista
del BID.
El experto en estadísticas Ariel Coremberg coincide: “La
realidad es que todas las avenidas de cambio de 2021 llevan a un replanteo
serio de las cuentas nacionales, no solo la de la digitalización”. ¿Ejemplos?
El profesor de la UBA, de la Udesa y de la Ucema menciona las externalidades
(muy subestimadas) del cambio climático, las modificaciones de hábitos de las
nuevas formas de trabajo aceleradas con la pandemia –medimos muy mal el trabajo
doméstico y el bienestar que genera el ocio– y la estimación de sectores más
tradicionales. “Seguimos calculando al segmento de salud y al de educación en
base a los costos, y con la pandemia y el protagonismo que tuvieron todos
tenemos la sensación de que hay una brecha grande con el valor real que
aportan”, marca Coremberg.
A nivel global la discusión por las mediciones está que
arde. En su libro Capitalismo sin Capital, los autores Jonathan Haskel y Stian
Westlake argumentan que el ascenso irreflenable de la economía de los
intangibles está lejos de ser un problema acotado a las oficinas de
estadísticas. Los intangibles –capacitación para nuevas tecnologías,
estrategia, branding, lobby, etcétera– no solo son difíciles de estimar sino
que tienen, desde un punto de vista económico, características muy distintas a
las de los bienes tangibles, empezando porque son mucho más difíciles de vender
en el mercado (no son un tractor que se puede adquirir de segunda mano, sino
entes más a medida de cada empresa) y que generan más efectos derrame sobre
toda la firma.
De acuerdo con un estudio de Morgan Stanley, un 80% del
valor de las S&P 500 hoy está compuesto por intangibles. Un reporte del
primer semestre de Mckinsey, titulado Volviéndonos tangibles sobre los
intangibles, indica que en el año del Covid se aceleró una tendencia hacia la
“desmaterialización” que muestra la economía ya desde hace 25 años. Y que según
un análisis que involucró a 860 firmas, aquellas que tienen un abordaje más
estratégico hacia los intangibles son por lejos e independientemente del
sector, las que más crecen e incrementan su productividad.
“Uno de los grandes temas en esta última década fue que el
aumento del excedente del consumidor que generan las redes sociales y las
aplicaciones no se ve reflejado en el PBI de los países”, agrega Sánchez. En
esta línea, uno de los investigadores estrella es Erik Brynjolfsson, que viene
publicando trabajos que abordan el famoso dilema de “la paradoja de Solow”, en
referencia al Premio Nobel que hace 30 años dijo que había “computadoras por
todas partes menos en las estadísticas de productividad”.
¿Cómo estimar el
tamaño real de la creciente porción de los intangibles, del cripto-mundo o de
las tecnologías cuánticas?”
“Si se ve el vaso
medio lleno, la digitalización embarra la cancha de las estadísticas
tradicionales, pero también acerca nuevas herramientas”
Para Brynjolfsson, si bien es cierto que una cantidad de
“bienes gratuitos” (Facebook, Gmail, Wikipedia) está financiada de manera
cruzada con publicidad, esta variable solo no llega a captar ni por lejos el
valor real de las nuevas herramientas digitales. Para eso viene realizando
encuestas en las que se le pregunta a la gente por cuánta plata aceptaría
quedarse un mes sin una red social, o sin Wikipedia, o sin una aplicación.
“Nuestras investigaciones sugieren que hubo un aumento significativo del
bienestar que no es captado por las mediciones tradicionales de PBI o de
productividad”, afirma.
En la respuesta a la paradoja de Solow, sin embargo, la
subestimación de la nueva economía es solo una de las respuestas, pero no la
única ni la más importante, sostiene Brynjolfsson. Para el académico y director
del Laboratorio de Economía Digital de Stanford, el factor preponderante en
esta dinámica es el rezago de tiempo que suelen tener las grandes olas
disruptivas que involucran lo que se conoce como “tecnologías de propósito
general” (en su momento, la electricidad y el motor de vapor, y en la
actualidad, la digitalización y la inteligencia artificial). En otras palabras,
que las grandes invenciones tardan años o décadas en desplegarse y que, por lo
tanto, estamos ahora entrando recién en el “codo de la curva”, hacia una
tendencia de transformación más vertical.
La lista de zonas pantanosas para las cuentas nacionales
tradicionales con la nueva economía es interminable. “Imagínate que en la Argentina
estamos midiendo con precios de 2004, y en sectores nuevos vemos que los
precios tienden a caer muy rápido”, ejemplifica Andrés Borenstein, director
asociado de Econviews. “Un caso: baterías de litio. En 2024 vamos a tener autos
eléctricos al mismo costo que los de motor de combustión, cuando una década
antes costaban tres veces más. Esto en Cuentas Nacionales equivale a tomar un
dólar a 40 pesos o a 150, distorsiona absolutamente todo”.
Viendo el vaso medio lleno, la digitalización embarra la
cancha de las estadísticas tradicionales, pero también acerca nuevas
herramientas, remarca Gonzalo Ranirez Muñoz de Toro, cofundador de Ipconline.
“La cantidad de datos que hay en Internet es enorme y de fácil acceso, el
problema es que un gran porcentaje todavía está en formatos no estructurados.
Pero con inteligencia artificial esto se está pudiendo resolver”.
Tomás Castagnino, economista jefe de Acenture Research,
viene siguiendo este debate de cerca, y tiene una analogía que describe muy
bien la entidad del desafío: “Los astrofísicos no pueden observar directamente
un agujero negro con sus instrumentos de medición convencionales. Pueden
inferir su presencia y estudiarlos mediante la medición de su influencia sobre
la materia que tienen cerca. Los ganadores del premio Nobel de Física en 2020,
Reinhard Genzel y Andrea Ghez, descubrieron que un objeto invisible y
supermasivo gobierna la órbita de las estrellas en el centro de nuestra
galaxia. Aunque no lo observan directamente, es el primer registro de un
agujero negro”, dice Castagnino a la nación.
Y completa: “La migración masiva al trabajo remoto, el boom
del uso de tecnologías en la nube, entre otros desarrollos comprimidos en
cuestión de meses que de otra forma hubiesen llevado años, no son otra cosa que
una ‘supermasiva’ transformación tecnológica que va a gobernar, para bien o
para mal, la nueva economía de los años que vienen”.
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