El sociólogo del siglo XIX Ferdinand Tönnies es recordado
por la distinción que estableció entre dos tipos de grupos humanos. En el
primero que llamó comunidad o gemeinsachaft los lazos sociales se definen
en función de la alta valoración de las relaciones cercanas y del bienestar del
grupo que tiene precedencia sobre el del individuo.
El segundo tipo conocido como sociedad o gesellscahft tiene
una naturaleza más impersonal y se caracteriza por las interacciones indirectas
y los roles formales.
Mientras el gemeinschaft se aplicaba a las comunidades
campesinas (familias, tribus o pueblos), gesellschaft venía a representar
entornos más urbanos y cosmopolitas con un enfoque más individual.
Cada una de estas orientaciones tiene sus ventajas y
desventajas y pueden de algún modo considerarse las dos caras de
una misma moneda. El desafío está en encontrar un modelo social que consiga
el equilibrio entre las dos y que, por tanto, sea capaz de dar respuesta
tanto a las necesidades individuales como sociales. Pero en el último
siglo se está observando una transición clara hacia gesellschaft, proceso que
se ha acelerado en las últimas décadas. La auto-promoción y la individualidad
son las reglas actuales.
El resultado es que el descenso de los lazos sociales ha
creado sensación de soledad y de desconexión social, alimentando una cultura de
narcisismo, con su correlato de indiferencia, egocentrismo y falta de respeto
por los demás, junto con la ausencia de compasión, empatía y tolerancia.
Esta tendencia hacia el mundo del yo se manifiesta, por
ejemplo, en la forma de educar a los niños. Los padres dan más valor a los
logros individuales de sus hijos, dejando de lado sus responsabilidades
cívicas, apoyados en algunos estudios que parecen sugerir que existe una
correlación entre la elevada autoestima y el éxito en la vida. Pero la realidad
muestra que los padres no deben aislar a sus hijos de las experiencias
negativas si quieren facilitar su crecimiento y resiliencia. La autoestima se
consigue al superar adversidades y correr riesgos. La confianza surge de la
competencia.
Las redes sociales están acentuando los patrones de
comportamiento narcisistas al permitir a los narcisistas el mostrar al mundo lo
buenos que son. El problema es que todos presentamos versiones irreales y
asépticas de nosotros mismos y que con frecuencia tendemos a compararnos
negativamente con respecto a los demás, sobreestimando la diversión de los
demás y minusvalorando las experiencias propias, lo que ocasiona soledad, ira o
frustración si dedicamos mucho tiempo a las redes sociales.
Otra cuestión negativa es que las redes sociales hacen que
sea fácil establecer relaciones superficiales con otras personas y las ricas
relaciones comunitarias o familiares se sustituyen por tiempo de conexión
on-line. Al tener cada vez menos relaciones presenciales los adictos a las
redes sociales no desarrollan las habilidades de comunicación y empatía que les
permiten entender y conectar con otros.
Si queremos neutralizar esta tendencia debemos comenzar por
favorecer la verdadera autoestima en los niños a través del reconocimiento
ligado a comportamientos y éxitos observables. También tenemos que realizar
grandes esfuerzos para incrementar la cantidad de interacciones humanas entre
los niños y promover las experiencias necesarias para el desarrollo de las
habilidades sociales, tales como la empatía y la compasión. De esta forma
fomentaremos que las nuevas generaciones tengan una orientación mayor hacia el
civismo y hacia el compromiso social y político.
En el mundo de las organizaciones el reto lo
encontramos en lograr que los negocios estén enfocados hacia el bien
social. Para ello debemos primero estar alerta ante los altos directivos
narcisistas ya que bajo un liderazgo de este tipo los subordinados optan por
decir sólo lo que los jefes quieren oír y terminan viviendo en una cámara de
resonancia que promueve las decisiones y los patrones de comportamientos
descarriados y erráticos, incluyendo las actividades fraudulentas. Los
líderes narcisistas pueden manifestar su lealtad con la organización pero sólo
están comprometidos con sus intereses.
También tenemos que diseñar y fomentar los entornos de
trabajo humanos en las que los profesionales tengan voz así como amplias
oportunidades para aprender y expresar sus capacidades.
El autor concluye resaltando que no tenemos nunca que
olvidar que el mundo “yo” saca lo peor de las personas y genera entornos
sociales, políticos y económicos tóxicos, por lo que todos tenemos la
responsabilidad de ayudar a construir comunidades en las que los lazos sociales
y las interacciones se encuentren guiadas por un sentido de responsabilidad y
deber cívico.
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