Desde
la guardería hemos sido duramente
entrenados para memorizar, para ser ordenados, para no cometer faltas de
ortografía o resolver funciones matemáticas… Enseñanzas que más tarde se
complementaron con una especialización técnica profesional.
Pero se olvidaron de enseñarnos aspectos básicos sobre nuestra
motivación y emociones, de cómo aprendemos de nuestra realidad en
función del filtro de nuestro cerebro, de nuestras atribuciones, de nuestra
capacidad de cambiar, de crear y adaptarnos a nuestro entorno cambiándolo.
“Es tan importante saber que no
sabemos.”
La psicología (especialmente la denominada psicología positiva) en los
últimos años nos está dando pistas sobre cómo estos aspectos tan relevantes para nuestro
éxito profesional, como la creatividad y la innovación, extrañamente
se relacionan con nuestro éxito personal y nuestra felicidad.
El reto de nuestro siglo es reinventarse
Poco a poco la experiencia y el conocimiento que habían sido tradicionalmente
considerados las claves del éxito profesional han sido relegados a un
segundo plano por otro tipo de características personales que se consideran más
relevantes.
Mclleland, el padre de las competencias, nos ayudó a
entender que lo que distingue a los mejores no son sus conocimientos, sino sus
competencias. Daniel Goleman nos mostró que la
inteligencia que contaba para el éxito no era la inteligencia general sino la
inteligencia emocional y que las emociones tienen un enorme impacto en
nuestro éxito social.
Pero están siendo otros grandes psicólogos cómo Seligman y
Csikszentmihalyi, Sheldon o King, desde corrientes como la Psicología Positiva,
los que nos muestran cómo nos enfrentamos a nuestra realidad más compleja
y sobre nuestra capacidad de adaptación al entorno: la resiliencia. Este tipo de cualidades
lo que permiten es no tanto “ser un buen profesional”, sino cómo “poder
seguir siendo un buen profesional”, probablemente la cualidad más valiosa de la
era de la innovación.
La psicología en los últimos años está centrándose en este tipo de
cuestiones que tiene que ver más con favorecer el desarrollo de las
capacidades humanas, para que la vida sea más creativa, productiva y tenga
más sentido.
Las claves del éxito profesional en la era del cambio continuo están
relacionadas con la innovación de nuestro entorno, con nuestra capacidad de
adaptación personal para llevar nuevas ideas al terreno de la realidad:
la principal característica del liderazgo.
La psicología positiva
El estudio de la motivación y la emociones, de cómo aprendemos de
nuestra realidad, está dando pasos agigantados en la última década. Entre
los múltiples conceptos que hay detrás de estos paradigmas es interesante
destacar dos conceptos muy relacionados entre sí: la resiliencia y el optimismo (pensamiento
positivo).
La resiliencia es la capacidad humana universal para hacer frente
a las adversidades y los cambios en la vida, superarlos y ser transformado por ellos. La
resiliencia tiene que ver con aspectos como expectativas, sensación de control
(locuscontrol interno), autoestima, autoeficacia y autonomía, e incluso
otros aspectos como el sentido de la vida.
Es decir, depende de cómo nuestro cerebro nos atribuye un papel u otro
en el desarrollo de los acontecimientos vitales que nos suceden, utilizando de
forma positiva las emociones, como un sistema de guía, una brújula de
aproximación, a la búsqueda de nuevas soluciones. Este
concepto está estrechamente relacionado con el denominado pensamiento positivo
u optimista.
Las personas que poseen este pensamiento positivo son más creativos, les
resulta más fácil encontrar soluciones (sopesan aspectos positivos y negativos) y el locus de
control interno y la confianza en uno mismo además les protege en mayor
grado contra los problemas, pues los orienta más a la acción.
Ser positivo es útil
Las emociones positivas, tal y como señala Fredrickson, aumentan
el repertorio de pensamiento, aportan más creatividad, neutralizan los
efectos de las emociones negativas y, por tanto, potencian la
capacidad de acción para enfrentarse a la innovación.
Un profesional, un directivo con pensamiento “positivo” es más probable
que sea un líder transformador. No son directivos cuyo cerebro les
proporciona unas gafas para ver la vida en rosa, sino que miran hacia al futuro
pensando en que pueden hacer lo que se propongan, y eso les hace al menos
intentarlo. Es un primer paso que salta la barrera del inmovilismo al que
condena el pesimismo del “nada tiene remedio”: las ideas y la acción
son la clave de la innovación.
Pero son optimistas inteligentes, conscientes de la realidad y saben
que, a veces, moverse implica riesgos: los nuevos optimistas no viven de
ilusiones; evalúan su situación, prevén las consecuencias de sus actos y no
esperan a que el azar les ayude.
El optimista realista ve la realidad tal cual es, no se pone vendas en
los ojos por el miedo. Esto le permite trabajar para que sus circunstancias
cambien a mejor, le es más fácil avanzar al ritmo de su sociedad, pues analiza
los problemas sin tener la mirada en el pasado, es más probable que
mire al futuro y crea en el éxito, sin ser irrealista. Son personas cuyos
cerebros les hace ver la realidad de otra forma. Son mecanismos cerebrales que
en buena parte se podrían desarrollar.
Este tipo de pensamiento potencia la felicidad, tal como está enfocando
más recientemente la psicología, centrada cada vez más en el desarrollo de las
capacidades humanas y el crecimiento personal, que depende en buena parte de
este pensamiento positivo y del flowen
palabras de Csikszentmihalyi.
Creatividad, innovación, felicidad, crecimiento personal y optimismo son
conceptos relacionados. Progresar profesionalmente, nuestra capacidad para
crear, innovar, puede ser curiosamente una de las claves para ser más
felices como personas… Extrañas cosas que quizás nunca nos hayamos
planteado, que quizás nunca nos enseñaron.
Virginio Gallardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario