En estos tiempos en los que el
concepto de innovación ocupa, sin exagerar, el 90% de los escritos del
management (exagerando supongo que ocupará más), nos encontramos que el 90% de
dichos escritos (nuevamente sin exagerar, exagerando, serían muchos más) se
dedican a lo que podemos denominar la función OÉ.
Por decirlo de forma llana. El 90% de los escritos dedicados a innovación se pueden resumir en la siguiente frase: ¡¡INNOVEMOS, OÉ, INNOVEMOS, OÉ, OÉ, OÉ…!!
Es el nuevo Bálsamo de Fierabrás “con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar morir de ferida alguna” (Alonso Quijano dixit) y que, parafraseando a Cervantes servirá para que la empresa que va mal, se convierta en rentable gracias a una sabia e innovadora renovación de productos y procesos comerciales y para el que ya ha cerrado la suya sea capaz de reinventar el negocio en base a un producto revolucionario para el que existe un nicho de mercado aún virgen.
La innovación, al igual que el Bálsamo de Fierabrás, únicamente presenta un ligero inconveniente: “si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, que con sólo una gota se ahorraran tiempo y medicinas” se quejaba lastimoso D. Quijote.
En palabras modernas: si a mí se me ocurriera la idea innovadora del nuevo producto, estaríamos salvados.
¿Cómo idear algo innovador? Esa es la clave. A este punto solo llegan el 10% de los escritos que OÉ, OÉ, hablan de innovación.
Para que no se pueda decir lo mismo de éste, dos sugerencias para poder tener ideas innovadoras:
- ¡Piense! Obsesiónese con el problema. Para ser más exactos, obsesiónese con la solución. No piense en términos de problema, piense en términos de objetivo no alcanzado. Y obsesiónese. Piense, duerma, coma, sueñe, hable dándole vueltas a la situación y a las posibles soluciones. Ponga por escrito todo lo que se le ocurra, por disparatado que le parezca. La gran idea vendrá del modo más inesperado, cuando menos se le ocurra y de la forma más inopinada: durmiendo la siesta (el cerebro emite ondas alpha), en la ducha o en un baño relajante… Pero para que pueda ser posible, es preciso, previamente, focalizar el cerebro y toda su energía a un punto concreto.
- Cuestiónese todo. Como hábito mental. Las ideas originales se dan cuando se pone en cuestión el modo tradicional de hacer las cosas. Solo cuando dudas surgen respuestas nuevas.
Por último y para que lo anterior no caiga en saco roto: ¡Trabaje! Decía Picasso que procuraba que la inspiración le pillara trabajando. Toda idea por buena que parezca, si no se lleva a la práctica será un disparate surgido de la imaginación. Toda idea por extravagante que parezca si se lleva a la práctica con sentido común tiene una elevada probabilidad de convertirse en innovadora.
En definitiva, que no nos pase como a Sancho:
“Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor (…) ¿Pues a qué aguarda vuestra merced a hacerle y a enseñármele? Calla, amigo, respondió Don Quijote, que mayores secretos pienso enseñarte”
Por decirlo de forma llana. El 90% de los escritos dedicados a innovación se pueden resumir en la siguiente frase: ¡¡INNOVEMOS, OÉ, INNOVEMOS, OÉ, OÉ, OÉ…!!
Es el nuevo Bálsamo de Fierabrás “con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar morir de ferida alguna” (Alonso Quijano dixit) y que, parafraseando a Cervantes servirá para que la empresa que va mal, se convierta en rentable gracias a una sabia e innovadora renovación de productos y procesos comerciales y para el que ya ha cerrado la suya sea capaz de reinventar el negocio en base a un producto revolucionario para el que existe un nicho de mercado aún virgen.
La innovación, al igual que el Bálsamo de Fierabrás, únicamente presenta un ligero inconveniente: “si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, que con sólo una gota se ahorraran tiempo y medicinas” se quejaba lastimoso D. Quijote.
En palabras modernas: si a mí se me ocurriera la idea innovadora del nuevo producto, estaríamos salvados.
¿Cómo idear algo innovador? Esa es la clave. A este punto solo llegan el 10% de los escritos que OÉ, OÉ, hablan de innovación.
Para que no se pueda decir lo mismo de éste, dos sugerencias para poder tener ideas innovadoras:
- ¡Piense! Obsesiónese con el problema. Para ser más exactos, obsesiónese con la solución. No piense en términos de problema, piense en términos de objetivo no alcanzado. Y obsesiónese. Piense, duerma, coma, sueñe, hable dándole vueltas a la situación y a las posibles soluciones. Ponga por escrito todo lo que se le ocurra, por disparatado que le parezca. La gran idea vendrá del modo más inesperado, cuando menos se le ocurra y de la forma más inopinada: durmiendo la siesta (el cerebro emite ondas alpha), en la ducha o en un baño relajante… Pero para que pueda ser posible, es preciso, previamente, focalizar el cerebro y toda su energía a un punto concreto.
- Cuestiónese todo. Como hábito mental. Las ideas originales se dan cuando se pone en cuestión el modo tradicional de hacer las cosas. Solo cuando dudas surgen respuestas nuevas.
Por último y para que lo anterior no caiga en saco roto: ¡Trabaje! Decía Picasso que procuraba que la inspiración le pillara trabajando. Toda idea por buena que parezca, si no se lleva a la práctica será un disparate surgido de la imaginación. Toda idea por extravagante que parezca si se lleva a la práctica con sentido común tiene una elevada probabilidad de convertirse en innovadora.
En definitiva, que no nos pase como a Sancho:
“Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor (…) ¿Pues a qué aguarda vuestra merced a hacerle y a enseñármele? Calla, amigo, respondió Don Quijote, que mayores secretos pienso enseñarte”
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