Fuente: LA NACION
La pandemia revivió el drama de la pobreza en el mundo. De
acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, como consecuencia del virus el
planeta habrá sumado alrededor de 100 millones de nuevos pobres durante el
fatídico 2020. La esperanza es que estas familias retornen rápidamente a sus
empleos, pero si esto no ocurre su condición puede tornarse estructural.
Varias investigaciones caracterizan a la pobreza como una
trampa, pues todo lo que la rodea funciona para hacerla perdurar. Ha sido bien
documentado que cuando el sostén del hogar queda sin empleo se producen
situaciones traumáticas, conflictos familiares y daños psicológicos. Y por
supuesto, costos económicos. Tras un recorte de ingresos, los pobres pueden ser
dados de baja de los servicios públicos por falta de pago, lo que significa
mayores costos para vivir, elevados pagos de reconexión y una deuda con
intereses punitorios. En la pobreza, además, el margen de error es escaso. Una
familia con ingresos holgados puede incurrir en un gasto frívolo que luego
corrige, y aquí no ha pasado nada. Pero el pobre no puede darse ese lujo.
Estos aprietos afectan de lleno la capacidad de los pobres
de salir de su infierno económico. Así, la imagen de que con esfuerzo y
creatividad personal la situación se puede revertir es ciertamente dudosa.
Desde luego, no hay nada de malo en que los pobres intenten valerse por sí
mismos, pero normalmente las condiciones que rodean a las familias en esta
condición no les permiten escapar tan fácilmente.
Los contextos de pobreza están plagados de malas decisiones.
La gente en condiciones de escasez es más impulsiva, tiene un peor desempeño en
la escuela y sus elecciones financieras suelen ser equivocadas. ¿Puede haber
una relación entre malas decisiones y pobreza? La respuesta es sí, pero lo más
probable es que la causalidad no vaya de las malas decisiones a la pobreza,
sino de la pobreza a las malas decisiones.
Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir son dos profesores de
Princeton especialistas en economía de la conducta (el cruce entre economía y
psicología), y la aplican a tópicos poco comunes, entre ellos, a la pobreza.
Estos economistas escribieron en 2013 un libro llamado Escasez: por qué tener
tan poco significa tanto, donde presentan numerosos estudios que destacan la
relación entre falta de recursos y capacidad cognitiva.
Su hipótesis, conocida hace rato por los psicólogos, es que
nuestra capacidad de atención tiene un límite físico. Cuando la mente se satura
con un tema, el resto de nuestras capacidades sufren, y como una computadora
con muchos programas funcionando a la vez, el cerebro empieza a trabajar más
lentamente. Ser pobre significa tener que prestar atención permanente a las decisiones
más acuciantes, lo que implica un mayor uso de la carga cognitiva. En un
entorno de pobreza, las familias suelen saturar sus pensamientos con una idea
predominante: llevar comida todos los días a sus hijos. Y esta
"obsesión" condiciona su capacidad para resolver en otros ámbitos.
Los autores insisten en que esta limitación no es particular
de los pobres. Los estudios señalan que la escasez cognitiva afecta las
capacidades mentales de cualquier persona. De hecho, un individuo educado que
cae en la pobreza tiene las mismas chances de equivocarse que un pobre de toda
la vida. En un estudio directo de este efecto, individuos sometidos a una
fuerte carga cognitiva, en este caso una dieta estricta, tendían a gastar
demasiado, y mal. Una mente ocupada decide peor que una mente libre de
presiones.
A principios de los 60, el psicólogo Stanley Milgram realizó
un experimento donde se le solicitaba a varios sujetos que administraran cargas
eléctricas crecientes a un individuo que debía aprender "por las buenas o
por las malas". Todo era un teatro: el destinatario de las descargas era
otro experimentador y no recibía corriente eléctrica alguna, aunque lo simulaba
muy bien. Mientras tanto, un supuesto científico daba órdenes enfáticas a los
sujetos de aumentar la corriente, y varios terminaron aplicando cargas letales.
Diez años después, Philip Zimbardo reclutó voluntarios para
desempeñar los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Este
particular juego del "poliladron" pronto se fue de las manos debido a
la violencia de los carceleros con los reclusos, y debió cancelarse tras apenas
una semana. Estos polémicos experimentos, disponibles en sendos documentales de
Netflix, ilustran dramáticamente que los juicios están moldeados
irremediablemente por el entorno, que dificulta el despliegue de la
racionalidad. Ninguno de los sujetos era pobre, pero sus decisiones en medio de
la exigencia resultaron trágicas.
Aunque parezca secundario, uno de los caminos para sortear
la pobreza generacional es el ahorro, pues permite invertir en la educación de
los hijos. El ahorro también es fundamental si la familia está al límite de sus
necesidades, porque un evento adverso puede llevarla a la indigencia. Pero
ahorrar, como sabemos todos, es difícil. Como explica el Nobel Richard Thaler,
plata en mano es plata que se gasta, y plata en el banco es plata que se
guarda, de modo que depositar parte del ingreso ayuda a cuidarlo.
Como estos grupos no tienen acceso al crédito, están
obligados a acumular si quieren acceder a comprar bienes durables. Cuando la
opción bancaria no existe, los pobres suelen "apostar a la lotería",
buscando ganar sumas intermedias que les permitan acceder a un
electrodoméstico. Kaushik Basu, ex-economista jefe del Banco Mundial, explica el
fenómeno de las ROSCAs, populares en la India. Se trata de acuerdos entre
varias familias que aportan a un fondo común, cuyo "pozo" se gana mes
a mes por sorteo o licitación. Esto permite contar con una suma suficiente para
adquirir, por ejemplo, una heladera.
El ahorro también evita endeudarse en condiciones adversas.
Como decíamos, la necesidad de los pobres de resguardar a toda costa su único
"capital", que son sus hijos, omite todo cálculo de sostenibilidad
financiera. Los prestamistas marginales entienden bien esta psicología, y por
eso prestan a los pobres a tasas usurarias. Si el crédito no se devuelve, se
corre el riesgo del embargo de los pocos activos que tienen, o incluso alguna
amenaza a la integridad física del deudor o de integrantes de su familia.
Las escasas alternativas de ahorro de los pobres
convencieron a varios economistas de la importancia de incorporarlos al sistema
financiero. No se trata de recomendarles que compren bitcoins o apuesten a
GameStop, sino de promover una mínima disciplina de ahorro. A los ojos de una
persona financieramente frágil, incluso un banco es una institución extraña,
confusa y especulativa. Los costos fijos de acceso a una cuenta de ahorros a
menudo son elevados y sus requerimientos no son fáciles de cumplir. En la Argentina,
incluso cuando los ingresos formales se depositan obligatoriamente, buena parte
es retirada completamente casi de inmediato. Esto es consecuencia, en parte, de
la inflación y de los costos de ir al cajero automático, pero también de una
cultura de la desconfianza, sumada al hecho de que los bancos no suelen pagar
interés por esos saldos.
El ahorro se suele sindicar como la base de la fortuna, pero
tal como se presenta en la práctica, es más bien la consecuencia de la fortuna.
Para que sea lo primero, hay que ayudar a decidir a aquellos que no tienen la
fortuna de contar con un entorno favorable.
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