Max Park, de 20 años, bate récords de velocidad resolviendo el cubo de
Rubik / Fuente: LA NACION
Los movimientos son tan hipnóticos y rápidos que la
habilidad parece de otro planeta para quienes no compiten a nivel profesional
con el cubo de Rubik. En este terreno brilla el estadounidense de padres
coreanos Max Park (20), quien a los dos años fue diagnosticado con un autismo
de moderado a severo y desde los diez juega torneos como parte de su terapia.
Su increíble historia, y la de su rivalidad con el australiano Feliks Zemdegs,
puede verse en un documental corto de Netflix, The Speed Cubers,
estrenado en julio del año pasado, poco antes de que Park batiera un nuevo
récord mundial (esta vez en una competición online, por la
pandemia) de 5,9 segundos para resolver un cubo tradicional.
Los padres de Park cuentan cómo la competencia lo fue
ayudando a mejorar sus habilidades sociales y a expresar algunas emociones. En
lo que el joven campeón de cubo de Rubik posee una capacidad única es en
detectar patrones a una velocidad que parece sobrehumana.
En este punto se concentró el psicólogo de Cambridge Simon
Baron-Cohen para publicar, meses atrás, su libro Los buscadores de
patrones: cómo el autismo fue clave para las invenciones humanas (aún
no traducido), en el cual sostiene la hipótesis de que la gran divergencia que
se dio entre el Homo Sapiens y el resto de los animales hace
decenas de miles de años (la emergencia de la cultura, el lenguaje, etcétera)
vino de la mano de un "mecanismo sistematizador", que es
particularmente elevado en inventores, científicos, músicos, deportistas de
alta competencia y, con frecuencia, en personas de espectro autista de alto
funcionamiento.
De manera muy simplificada, el mecanismo opera de la
siguiente manera: los humanos observaron el mundo y se preguntaron por qué y
cómo sucedían ciertas cosas. La respuesta llegó del análisis de patrones con la
estructura de "si pasa esto, sucede aquello". Por ejemplo: si un
huevo se pone en agua hervida ocho minutos, se transforma en un huevo duro. Así
se consolidaron teorías testeadas que luego permitieron el avance y progreso.
Velentín Muro tiene 31 años, estudió Filosofía en la
Universidad de Buenos Aires (UBA) y desde 2017 escribe reflexiones semanales en
su sitio "Cómo funcionan las cosas". Es un pionero en el campo de la
"economía de la pasión": desde 2019 vive un esquema de
micro-mecenazgo en "El Club de la Curiosidad". Con un diagnóstico en
el espectro autista, Muro leyó a fines del año pasado el texto de Baron-Cohen y
encontró más de un paralelismo con su vida.
Muro le contó a la nación que se independizó económicamente
de sus padres a los 16 años, cuando comenzó a recibir dinero por programar.
"Aprendí a escribir con teclado antes que con lápiz, porque recién a los
cinco años notaron mis problemas de la vista y me era más sencillo ver en la
pantalla (y coordinar mis dedos para tipear) que lo que requiere escribir a
mano alzada. Esto sucedió porque cuando tenía tres años "hice trampa"
en mi examen de la vista, al memorizar las secuencias de imágenes y repetirlas
a pesar de no poder verlas. En cualquier caso, mi afinidad por las computadoras
terminó de madurar durante la adolescencia temprana, cuando mi falta de
vínculos sociales se tradujo en que aprendiera a programar de forma autodidacta",
explica.
El autor de "Cómo funcionan las cosas" ya vivía de
programar cuando se mudó de Bariloche a Buenos Aires para estudiar.
"Siempre me fue relativamente sencillo lidiar con computadoras, y eso es
algo que siempre fue valorado en el mercado laboral. Si hubiera tenido una
facilidad para la música, por ejemplo, no estoy tan seguro. Lo cierto es que lo
que principalmente influye en el desempeño y en la inclusión de personas en el
espectro autista es, precisamente, su entorno".
Desde que, a fines de los años 70, el mismísimo Hans
Asperger hizo su famosa afirmación de que "parecería ser que para lograr
el éxito en la ciencia y en el arte una pizca de autismo es
indispensable", la atención puesta en este punto hizo que la bibliografía
se multiplicara. "Desde Temple Grandin a Andrew Silberman o Baron-Cohen,
lo que esta idea captura en última instancia es que lo mejor de las personas
solo puede relucir cuando la hostilidad hacia ellas disminuye", afirma
Muro.
Aunque en los medios y en las series se hace énfasis en
historias como la del campeón del cubo Rubik Max Park, lo cierto es que en el
campo del TGD (trastorno generalizado del desarrollo), menos de la mitad de los
casos (un 40%) son de elevado funcionamiento, mientras que la mayor parte son
de bajo funcionamiento o cuadros muy severos, según remarca el neurólogo
Claudio Waisburg, especialista en autismo y director del Instituto Soma. Las
estadísticas de 2020 muestran que una de cada 54 personas que nacen tiene TGD
(dificultades de socialización, comunicación, conductas repetitivas, etcétera).
"Uno de cada 34 varones y una de cada 144 mujeres", precisa Waisburg.
Silicon Valley y el mundo de las startups de
tecnología tienen una particular empatía con este tema. Muchos programadores y
protagonistas de la revolución tecnológica (empezando por Bill Gates, el
fundador de Microsoft) son "aspies" (es decir, personas con síndrome
de Asperger, uno de los desafíos bajo el paraguas del TGD). Las iniciativas de
innovación destinadas a ayudar a quienes están en el espectro autista se
multiplican.
"Un 80% de los casos de autismo no reciben la atención
adecuada en los primeros tres años", cuenta Martín Panelati, un
emprendedor argentino detrás de Go-Aut, una aplicación que busca mejorar la
calidad de vida de chicos con trastornos de desarrollo vía indicadores de
detección temprana. "En la Argentina, más de 100.000 chicos por año se
pierden la oportunidad de recibir intervención temprana", cuenta Panelati
a la nación. El proyecto concluyó en enero una fase beta, con 300 casos que
tuvieron muy buena aceptación de los profesionales en el tema.
¿Qué otras startups y aplicaciones se destacan
por innovadoras para la población con TGD? "En los Estados Unidos se
enfocan en las áreas de terapia principalmente; por ejemplo, Sprout Therapy y
Brightline buscan mejorar el acceso al tratamiento de largo plazo. También hay
una empresa (Cognoa) haciendo un test nuevo de autismo que podría ser aprobado
por FDA a fines de 2021", explica Panelati.
En el terreno de la economía, los trabajos sobre autismo y
mercado laboral más conocidos fueron realizados por Tyler Cowen, quien ya en
2011 publicó una investigación titulada Una aproximación económica y de
decisiones racionales al espectro autista y a la neurodiversidad humana.
Cowen es un lector voraz (liquida varios libros por semana
y, a veces, parece que "escanea" las páginas) y un escritor
prolífico, mayormente de economía pero también de otros temas, como críticas de
restaurantes de comida étnica en la costa este de los Estados Unidos. En 2004,
una lectora de su blog Marginal Revolution le sugirió que
podría ser autista. Cowen, un prodigio del ajedrez en su infancia, nunca buscó
un diagnóstico profesional pero admitió que tiene un "estilo
cognitivo" propio del espectro.
"Si hoy se pone más atención a estas cuestiones es en
gran parte gracias al mayor protagonismo de la ciencia y de la tecnología, que
hace que las personas en el espectro autista podamos brillar por lo que podemos
hacer, a pesar de no entender a veces algunos chistes, sufrir con ciertos
estímulos sensoriales o lo que sea", concluye Muro.
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