El mundo del trabajo se encuentra inmerso en un proceso de transformación acelerado por la pandemia. El experimento de trabajar desde casa ha mostrado suficientes beneficios y oportunidades como para considerar que el trabajo "fijo" en un lugar va quedando en el olvido. Será reemplazado por la idea de "movilidad". El lugar de trabajo estará en todos aquellos espacios donde la tecnología nos permita estar conectados. Esta es la primera transición en el nuevo mundo laboral. Pero no es la única.
La segunda de las transiciones, con implicancias aún
mayores, es lo que podríamos denominar "la
muerte de la jornada laboral".
Hay dos acontecimientos que sientan las bases para semejante
afirmación. El primero es que se está acelerando la suplantación de las tareas
repetitivas de los seres humanos en manos de la robótica y la informática. Por
lo tanto, la jornada estricta "fabril" se reduce significativamente.
El segundo acontecimiento tiene que ver con las experiencias
recabadas en este período de trabajo en casa. La idea de control sobre el
horario de los colaboradores a la usanza del siglo pasado no funciona bien con
el trabajo remoto. En definitiva, la idea central del modelo de trabajo de
"explotación del tiempo" va quedando atrás. Se suplanta por el trabajo
por objetivos.
Estas transformaciones tienen impactos de magnitud
fundamentalmente en las leyes de contrato de trabajo y el modelo educativo y,
adicionalmente, en el estilo de liderazgo y el diseño organizacional. La ley de
contrato de trabajo de 1974 con sus sucesivas modificaciones en el tiempo, fue
pensada para el modelo laboral de aquella época. Ahora bien, ¿qué ocurre si las
bases de aquella ley que son "lugar y jornada" llegan a cambiar por
el avance de la tecnología? La ley se vuelve obsoleta. Esta obsolescencia
plantea un gran desafío para nuestros legisladores. También plantea, por
supuesto, un gran desafío para el movimiento sindical. La realidad del siglo
XXI estaría reclamando una modernización y adaptación urgente.
En paralelo, si el modelo educativo actual es el que fue
pensado para cubrir puestos de trabajo de tipo repetitivos y ellos tienden a no
existir más, ¿no debemos repensar la educación seriamente?
La pregunta entonces sería: ¿cómo se hace todo esto?, ¿cómo
es un modelo superador y qué se debe hacer? Enuncio aquí palabras clave que
requieren un desarrollo en profundidad: propósito abarcativo, talentos, árbol
de objetivos, movilidad. Sin embargo, en lo concreto uno puede hacer lo único
que es conducente: experimentar. Invertir en experimentar es un aspecto
crucial, ya no para obtener ventajas competitivas, sino para la subsistencia de
una organización.
La enorme resistencia que existe para repensar la ley de
trabajo es sorprendente. Hay temor por la pérdida potencial de los derechos del
trabajador, a la vez que no se advierte que un proceso inflacionario degrada el
primer derecho: un salario digno. Salario que se licúa en términos nominales y
reales. Repensar la ley no tendrá que ver ya con la competitividad de costos,
sino con la desaparición de los pilares fundamentales del trabajo del siglo
pasado: lugar y jornada. Claro está que el pensamiento de largo plazo es el
activo fundamental.
Es un momento de gran oportunidad y se nos plantea un atajo
que podemos tomar para salir del atraso, sin tener que pasar por todos los
pasos de la linealidad del progreso. Quedan varias preguntas para hacernos. La
dirigencia, ¿advierte la oportunidad? ¿Querrá recoger el guante y enfrentar las
reformas? Tenemos lo necesario para ser el lugar más próspero del planeta en 15
o 20 años. Aprovecharlo es una cuestión de sistema de pensamiento.
Adrián Gilabert. Autor del libro “El trabajo ha muerto” y
especialista en crisis empresaria
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