Si los hombres de 40 buscan chicas de 20 y los de 20
también, ¿quién va a estar interesado en salir conmigo cuando yo tenga
40?", se preguntaba la escritora y periodista Tamara Tenenbaum a los 20
(no hace tanto tiempo: ahora tiene 31). La autora de El fin del
amor (Planeta) siempre sintió curiosidad por la agenda de desafíos de
la adultez, "esta idea tan instalada de que hay un reloj de cuenta
regresiva en el que tenés que hacer todo -conseguir pareja, casarte, tener
hijos - antes de que la sociedad dictamine que ya no sos atractiva",
cuenta a la nación.
En el ámbito del feminismo, sobre el cual viene
investigando, no le cierra el énfasis en "las pibas" o "las
hijas" en el movimiento, por la juventud en sí misma, un subrayado que es
notorio, dice, en la cobertura de los medios que en las marchas privilegian las
fotos de chicas jóvenes lindas pintadas con glitter (brillantina)
verde. ¿Qué queda para el segmento 50? Tenenbaum cuenta que ya tiene dos
grupos de amigas lesbianas, sin hijos, que se compraron en conjunto un campito
chico para pasar allí sus años de vida adulta. Son "lesbiátricos",
los describe.
Pero en el discurso de la "revolución senior" y de
rescate y puesta en protagonismo de la segunda mitad de la vida, a la escritora
hay algo que no le terminaba de cerrar. Como diría Guido Kaczka: "Está
bien, pero no tan bien". El punto principal para justificar este
"ruido" es que los círculos rojos de poder (a todo nivel: político,
empresarial, académico, mediático, financiero, etcétera) son ampliamente dominados
por "X" y "boomers", mayormente hombres blancos por encima
de los 50.
Hay excepciones: diputadas y diputados más jóvenes, u
ocupantes de puestos ejecutivos (el ministro Martín Guzmán, de 38 años, en
Economía, por ejemplo), pero muy por debajo en proporción al tamaño del sector
millennial de la población. Cuando se usa este prisma, mucho de lo que
habitualmente se celebra de la "economía senior" pasa a leerse como
una perpetuación de privilegios generacionales. Por ejemplo, la reciente elección
de Joe Biden en los Estados Unidos, que con 79 años es la persona más adulta en
comenzar un mandato. Biden tiene hoy más edad que Bill Clinton, quien fue
elegido hace 28 años, en un país donde no hay un solo senador sub-40.
"Todos los indicadores de desempleo, pobreza, acceso a
vivienda y otros, hablan de una tremenda fragilidad de la economía de los
millennials, que además son los que menos ayuda reciben en términos fiscales
(no cobran jubilaciones, ni seguro de desempleo, ni asignaciones universales si
no tienen hijos)", plantea. Más de siete de cada diez desempleados son
jóvenes y la pobreza en la Argentina golpea mucho más a los sub-40 que a los
mayores de esa edad.
En la "lotería del ciclo cambiario" argentino,
gran parte de la riqueza de sus habitantes se explica por el hecho de si en su
etapa de éxito profesional "tocó" un período de crecimiento y
apreciación de la moneda local. Por ejemplo, quienes tuvieron capacidad de
ahorro en los 90 llegaron a comprarse su vivienda, algo que hoy suena a una quimera
para la mayor parte de los trabajadores de veintipico o de treinta y pico.
Nada original
Aunque el concepto de "edadismo" suele aplicarse
para describir los prejuicios contra la población adulta, lo cierto es que la
palabra remite a mitos y estigmas sobre cualquier segmento etario. En los
Estados Unidos la escritora millennial Jill Filipovic publicó un libro al
respecto (aún sin traducción: Ok Boomer: Let's Talk: How My Generation
Got Left Behind" (OK Boomer: Hablemos de cómo mi generación fue dejada
atrás). La fórmula "OK Boomer" se popularizó el año pasado en
internet, como una burla hacia los mayores de 50 que hablan de la
"juventud perdida", del poco apego al trabajo, a la idea de formar
una familia, etcétera.
En la Argentina, de acuerdo con un trabajo de la consultora
Trendsity, solo uno de cada cinco jóvenes se siente identificado con las
caracterizaciones habituales en los medios sobre los "millennials"
(mucho menos que el 31% en América Latina). "Los jóvenes quieren trabajos
estables y sienten que la sociedad no confía en ellos ni los valora",
explica Mariela Mociulsky, quien dirigió el estudio.
Filipovic dice que este enfoque prejuicioso no es nuevo, y
que los mayores de 40 y de 60 fueron tratados de la misma forma décadas atrás.
En los 70, el escritor Tom Wolfe publicó un famoso artículo sobre La
Generación Yo, tratando a los jóvenes boomers de entonces como consentidos,
egoístas y perdidos en la vida; una caracterización similar a la que se ve en
la película Generación X, de hace más de 25 años, con Winona Ryder
y Ethan Hawk, en la que se retrata a quienes nacieron entre 1965 y 1980 al
ritmo de "My Sharona".
La simplificación extrema, sigue ahora Tenenbaum, en una
charla para el cierre del ciclo "Proxi 2020" sobre futuro cercano
organizado por el Instituto Baikal, es que los millennials hoy se gastan todo
el sueldo en pedirse en un bar una tostada con palta a $500, que se podrían
hacer en sus casas por mucha menos plata, y por eso no llegan a comprarse un
departamento o tener la comodidad económica para formar una familia.
Pero la realidad es que si un economista construyera un
indicador de "tostadas con palta sobre valor de metro cuadrado", hoy
estamos en un piso histórico: el no acceso a una vivienda o demorar la decisión
de tener hijos está mucho más condicionado por un contexto económico que nadie
eligió que por egoísmo propio. Un dato que habla de la globalidad de este
fenómeno: un millennial afroamericano hoy tiene menos posibilidades de acceder
a una vivienda propia que un joven similar antes del movimiento de los derechos
civiles en los Estados Unidos.
"En todo caso", dice la autora de El fin
del amor, los aspiracionales de quienes hoy tienen entre 20 y 40 años se
empiezan a moldear a partir de las posibilidades que hay alrededor. Algo
parecido a lo que en economía se conoce como la "ley de Say": la
oferta que crea su propia demanda. La mayoría querría un empleo estable y en
blanco (sobre todo, en una época con olas de incertidumbre cada vez más altas),
pero los ideales y aspiracionales de libertad e independencia se nutren de la
escasez de oportunidades formales. Algo similar a lo que ocurre en la
actualidad con la muy de moda "economía de la pasión", que los
críticos reetiquetaron como "economía del rebusque", o del "no
queda otra", o de las "changas cool", con cero estabilidad y
beneficios sociales.
Bajo este prisma, la eventual decisión de irse a cultivar
frutos a Nueva Zelanda (un clisé tan instalado como el de la tostada con palta)
viene muy empujada por un contexto en el cual -según los datos de Trendsity- un
80% de los millennials informan enormes dificultades para obtener un primer
empleo formal.
Tenembaum admite que en esta batalla de subrayado de
prejuicios entre los millennials y "Z" vs. "X" y boomers no
es un juego de suma cero, y que ambos fenómenos pueden convivir. Es cierto que
los círculos rojos están mayormente dominados por 50+, pero aun así esa sigue
siendo una proporción muy menor de la población que no invalida el hecho de que
la mayoría de los adultos mayores sufran prejuicios negativos y discriminación
en distintos mercados (en la Argentina, nueve de cada diez avisos laborales
excluyen expresamente a los 50+).
Como diría Silvio Soldán (por algún motivo, en esta nota se
impone citar a animadores de programas ómnibus de fin de semana: Kaczka,
Soldán; falta Hernán Caire, pero no hay espacio): "Los dos a la
final".
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