“Mi padre es también mi vecino, mi jefe y pasamos juntos las vacaciones”. Los Zamorano son probablemente la familia empresaria que comparte más tiempo. Hasta han comprado un antiguo motel en Denia que comparten los padres y los cuatro hijos con sus familias respectivas. El padre, Alfonso Zamorano, heredó el negocio de su padre, y éste, del suyo –que figura en los documentos de los años veinte como trajinero de Valencia–. Ahora sus hijos Alfonso, Martín y Juan trabajan con él en el grupo empresarial, cuyo buque insignia es DHL-Transportes Zamorano. En conjunto, un conglomerado que factura al año 35 millones y agrupa a unos 270 trabajadores.
Las historias profesionales de Alfonso (Valencia, 1948) y Martín (Valencia, 1976) son reflejo de sus generaciones. Alfonso Zamorano cuenta que entró en el negocio familiar de transportes a los dieciocho años “entonces decía ‘yo sé más que mi padre’. Pero cuando me incorporo me doy cuenta de que no tenía la preparación para el tipo de empresa que me gustaría tener”. Entonces se decidió a formarse. “Fui un estudiante tardío. Fui a los 31 años a la Facultad de Económicas y estando allí descubrí el Iese y como lo que buscaba era información y no títulos me fui al Iese”. En 1982 compró la empresa a su padre “aunque él siguió viniendo hasta los noventa años”.
Empresarios desde niños
En esta familia, la empresa se vive desde la infancia. “Yo he ido en carro de caballo al puerto” –dice Alfonso Zamorano–. “Había un servicio para llevar mercancías al puerto por unas vías de hierro en la Avenida del Puerto”.
También transmitió la vida empresarial a sus hijos desde pequeñitos, como explica Martín: “Los fines de semana colaborábamos, veníamos los sábados a cargar y cobrábamos, en lugar de tener una asignación semanal. Además, se nos contaban las cosas. Cuando mi padre empezó a negociar el primer parking que compramos en Ruzafa nos llevaba a ver el solar, nos aupaba de uno en uno a los tres por encima de la valla y nos decía que estaba intentando comprarlo. Teníamos 7, 8 y 9 años, pero sentíamos que crecía la empresa”.
A la hora de estudiar, Martín se decantó por Humanidades. En algún momento pensó dedicarse a algo ligado al arte, pero “al final pesó más la empresa familiar”.
Estos empresarios cuentan cómo una generación traslada conocimientos a la siguiente. Alfonso Zamorano dice que de su padre aprendió “la visión global de la empresa. La diferencia entre un buen directivo y la propiedad reside en que la propiedad tiene que tener constantemente visión global de la empresa, del sector y de los mercados. Si sólo ve una parte de la empresa no se desarrollan las otras”.
De la generación de su padre destaca “la capacidad para inventar el transporte combinado, que ahora se llama intermodal, así como las corresponsalías. Esos fueron sus dos inventos estratégicos aumentaron la capacidad de enviar mercancías”. Lo que puso de su cosecha “más que innovaciones, lo que he traído a la empresa ha sido tamaño. Mi forma de dirigir trata de imitar la de mi padre, aportando técnica que permite desarrollo de tamaño”.
Los hijos llegaron con el cambio de siglo, después de licenciarse y estudiar postgrados –lo exige el protocolo familiar–. Y se sigue aprendiendo. En el caso de Martín “tenemos los despachos contiguos y con la puerta abierta. Oímos todo lo que hablamos”.
Alfonso quiere que sus hijos aprendan que “son gestores temporales de la empresa, que sepan que el dinero de la empresa es un dinero social”.
Martín no se considera muy distinto de su padre, pero “quizá me conformo con objetivos más bajos que los que se pone mi padre y minimizo el riesgo. Mi padre asume riesgos en pro de un objetivo más alto”.
Alfonso asume esta diferencia, pero la califica así: “A hijos reflexivos, padres atrevidos. Mi padre era más atrevido que yo, porque me veía a mí muy racional. Si mis hijos no fueran reflexivos, yo les pondría topes y yo haría la función de la reflexión. Cuando los hijos son reflexivos, el padre puede asumir estrategias más atrevidas”.
A pesar de compartir tanto tiempo, Alfonso asegura que son capaces de separar los temas de la empresa y la familia, pero “es algo natural. Si Martín un domingo me saca un tema de empresa, tampoco nos rechina. Las hormas no deben ser demasiado rígidas”.
Fuente: expansion.com
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