La actriz Bella Thorne
ganó US$1 millón en apenas 24 horas Fuente: LA NACION
No está mal un millón de dólares para una jornada laboral, y
menos aún para alguien de solo 23 años. Esa fue la cantidad de dinero que ganó
semanas atrás la actriz, directora de cine e influencer estadounidense Bella
Thorne en sus primeras 24 horas de apertura de suscripción de la plataforma
OnlyFans. Allí, Thorne posteará videos y fotos inéditos para seguidores que
pagan 20 dólares por mes. Lanzada en 2016, OnlyFans ya lleva pagados 1000
millones de dólares a creadores de contenidos, con 50 millones de usuarios
registrados y unos 700.000 creativos en su menú.
El caso de Thorne es uno de los fuegos artificiales más
vistosos de una tendencia que estalló con la pandemia en 2020, y que se conoce
como "economía de la pasión". Allí confluyen de manera simultánea dos
tendencias novedosas, tanto desde la oferta como desde la demanda. Por un lado,
la de la irrupción de nuevas plataformas y tecnología que empoderan a creativos
para llegar directamente a sus seguidores de manera más fácil y rentable; y por
el otro, la multiplicación de consumidores dispuestos a pagar un valor
razonable por contenidos exclusivos y personalizados. La creatividad aquí se
toma en un sentido muy amplio: el fenómeno incluye a artistas, escritores y
publicistas pero también a profesores, asesores, consultores e instructores:
cualquiera que pueda ofrecer un servicio diferenciado por el canal digital.
"Los cambios más poderosos o radicales en una industria
ocurren cuando hay una coincidencia entre los no-productores y los no
consumidores", dice Ji Lin, quien hace análisis de mercados creativos para
Andreessen-Horowitz y es la principal impulsora del concepto de "economía
de la pasión". Un ejemplo para la Argentina: un animador de fiestas que
con el aislamiento tuvo que avanzar con una alternativa online y
del otro lado, 250 madres y padres que pagan para que sus hijos hagan un
"zoom-pamento" virtual. Ninguna de esas dos puntas de mercado existía
en 2019. Según Lin, se trata de disrupción en el sentido más clásico de la
teoría de Clayton Christensen, el fallecido profesor de Harvard: nuevas
tecnologías o innovaciones en modelos de negocios abren un "océano
azul" de posibilidades inéditas.
Al contrario que la economía de plataformas ("gig
economy"), la economía de la pasión promueve la individualidad de los
oferentes (no diluye su identidad en una marca paraguas) y se lleva una tajada
más chica del resultado: en promedio, un 20% en los intermediarios más
conocidos, como Patroen, Twitch, Substack, Etsy, teachable, Knowable, Podia,
Thinkific, Supercast, Lulu, Smashwords, Outschool, OnlyFans, Gumroad, entre
otros.
Estas alternativas permiten que surja una "clase media
creativa" que obtiene ingresos en un terreno que siempre tuvo dinámica de
economía de superestrellas: unos pocos casos se llevan todo (o casi), porque la
economía de la atención tiene mucha más desigualdad que la real. Pero la
digitalización acelerada de 2020 permite generar ingresos razonables en la
"punta de la cola", como pronosticaron Kevin Kelly y Chris Anderson, ambos
exeditores de Wired, hace diez años. Lin ve en esta movida ecos de la teoría de
Karl Marx, en el sentido de que hay gente que puede vivir directamente de su
trabajo y sentirse plena, sin intermediarios que se queden con la mayoría de la
plusvalía.
En su cátedra de innovación en Stanford, la ingeniera
argentino-coreana Rebeca Hwang investigó y trabajó esta línea con los
emprendedores Hanna Herbst, Paiton Gleeson y Sonal Sharma. "Hay todo un
mundo de posibilidades cuando te pensás a vos mismo como una startup:
el ejercicio permite detectar más rápido qué habilidades tuyas hoy están
demandadas -sostienen en este grupo de Stanford-; pasás de hackear un producto
a, de alguna forma, ver cómo hackear tu vida".
Hasta aquí, todo muy lindo. Es la parte luminosa y agradable
de contar. Pero hay quienes creen que el término "economía de la
pasión" peca de exceso de optimismo y glamour para lo que en realidad es
un "no queda otra" en un mercado laboral formal destrozado, sin
ningún tipo de seguridad social ni previsibilidad, y con ingresos que en la
mayor parte de los casos son de subsistencia y con plataformas que, si bien
tienen por ahora mejor imagen que Uber porque cobran menos y reparten más, no
dejan de tener el 100% del control en cuanto a la propiedad de datos y al rango
de decisiones: si un creativo construye un negocio exitoso en Patreon y el día
de mañana a la firma se le ocurre subir un 10% la comisión, es poco lo que se
puede negociar.
Por eso, surgen otros nombres más realistas: "Economía
del rebusque", "Changa-nomics", del empuje o de los remadores
digitales. En el ámbito de los historiadores económicos del trabajo hay
bastante consenso en que la "uberización" en su momento (y ahora las
alternativas de rebusques digitales) son un síntoma y no una causa de la
tendencia a la destrucción de empleo formal de calidad que se viene dando en
las últimas tres décadas.
Esto está muy bien y extensamente contado en el libro Temp (2018)
del historiador del trabajo Louis Heyman, quien describe cómo las políticas
económicas y de empleo forzaron el ascenso de plataformas de trabajo
temporario. Este relato se contrapone con la versión más edulcorada de la
economía de la pasión, en la que los creativos se liberan de sus ataduras
formales de manera voluntaria, para hacer lo que siempre quisieron. Heyman
remarca que los cambios sociales y políticos suelen preceder a los
tecnológicos, que luego se apalancan en los anteriores y le dan mayor
velocidad, pero no los causan.
Luego, existe también toda una discusión sobre la relevancia
de esta tendencia en América Latina. "Al final del día son bienes
suntuarios, para la clase alta, que correlacionan muy fuerte con los ingresos
per cápita de un país", matiza el economista Eduardo Levy Yeyati, profesor
de la Universidad Torcuato Di Tella.
La denominada "economía creativa" es una
proporción baja del producto bruto interno (PBI) regional. "Se calcula que
en América Latina representa 1,9 millones de empleos y un 2,2% del PBI",
explica Guadalupe Urriticoechea, de Bloomclouds, una plataforma diseñada para
conectar a las personas que se desenvuelven en las industrias creativas en
América Latina, con herramientas para almacenar, compartir archivos o pitchear,
entre otras. El segmento publicitario ya está desde hace años, como lo describe
el creativo Nicolás Pimentel, "gig-economizado", con agencias que
vienen bajando su cantidad de empleados permanentes y que subcontratan talento
por proyectos. A nivel local hay pioneros en esta estructura como Cooperativa
Mental. Y a nivel global uno de los casos más exitosos es el de "We Are
Rosie", un mercado virtual de talento creativo con centenares de
jugadores.
Un capítulo aparte (que da para otro Álter Eco) es el de qué
sucederá con las empresas en este contexto de mutación radical del trabajo. Ya
en 1998 el teórico de Harvard Thomas Malone postuló que "redes
electrónicas" de equipos que trabajan por proyectos, reemplazarían a las
empresas como unidades principales de la economía. Tom Lin, de la Universidad
de Temple, acuñó un nombre para estas nuevas unidades que durarán lo que un
proyecto, apalancadas en tecnologías como inteligencia artificial y blockchain:
"empresas luciérnaga".
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