Los sectores económicos que están explotando van desde la producción de distintos alimentos fuera de la Tierra hasta la minería de asteroides
Las
colisiones ya están ocurriendo y son crecientemente parte de los guiones de
series y películas sobre el espacio (en Gravedad, estrenada en 2013 y
protagonizada por Sandra Bullock, hay escenas muy buenas al respecto). Archivo
Yuri, un cosmonauta ruso, entra flotando al escenario y se
suma a una canción con el cómico estadounidense Adam Sandler en su
especial 100% Fresh. El tema habla de cómo la falta de gravedad
facilita posiciones en su relación homosexual durante su viaje interestelar.
¿Su título? “Estación 69″.
Hasta hace poco tiempo, “sexo” y “espacio” eran dos
avenidas que casi no se cruzaban. Si lo hacían, era en tono de
comedia, como en el especial de Sandler. Tanto la NASA como las agencias
espaciales de otros países y las propias empresas privadas del sector (SpaceX,
BlueOrigin) se limitaban al “sin comentarios” cuando se los consultaba por esta
temática.
Pero esto está empezando a cambiar con la perspectiva de
misiones tripuladas largas, como los viajes a Marte, que se empiezan a
planificar para la década que viene y que demandarán a los astronautas estar
fuera de la Tierra por más de dos años. “Son las relaciones humanas las
que determinarán si tendremos éxito como especie multiplanetaria”, planteó
un documento de investigadores canadienses, publicado el año pasado y titulado
“Sexología Espacial: el estudio científico sobre intimidad y sexualidad
extraterrestre”.
Los autores aseguran que, a pesar de que hay cientos de
estudios sobre cómo la falta de gravedad influye en distintas variables
fisiológicas, hubo contadísimos esfuerzos en los últimos 30 años por
abordar la agenda del sexo en el espacio. En 1992, el tema explotó en los
medios luego de que dos astronautas se enamoraran en secreto durante un
entrenamiento y lo comunicaran cuando ya era demasiado tarde para cancelar la
misión. Valeri Poliakov, el cosmonauta ruso que pasó 437 días en el espacio en
los 90, llevaba un diario íntimo en el que contaba que los psicólogos de su
país le aconsejaban llevar una muñeca sexual y películas triple X en la nave,
pero él prefirió no seguir las recomendaciones.
El tema se coló en la agenda espacial 2022 poco antes de que
otro eje irrumpiera con fuerza y de manera completamente inesperada. La semana
pasada, en esta columna, el economista Walter Sosa Escudero contó cómo en
el especial de pronósticos de The Economist de fines de 2021
no aparece la palabra “Ucrania”. El cisne negro impactó de lleno en
los planes espaciales, por la gran cantidad de programas de colaboración entre
las agencias de Rusia, EE.UU. y Europa que se están empezando a cancelar.
En su anuncio de las sanciones a Rusia luego de la invasión,
el presidente Joe Biden fue taxativo: “Estimamos que (con las sanciones) se
cortarán más de la mitad de las importaciones de Rusia de alta tecnología y
esto golpeará en su habilidad para modernizar su aparato militar; y degradará
su industria aeroespacial, incluyendo el programa espacial”.
Cortar los programas de colaboración espacial con Rusia
para occidente es posible gracias a la multiplicación de empresas privadas en
la última década, que redujeron la dependencia que había previamente
de Rusia para poner astronautas en órbita. Previo a la llegada de una misión
tripulada a la Luna en 1969, la entonces Unión Soviética estaba a la vanguardia
en esta competencia: fue el primer país en poner un aparato en órbita, en
enviar al espacio astronautas hombres y mujeres y hasta en mandar al espacio
animales, con la perra Laika.
Tal es la tradición de excelencia de este programa que un
chiste común en ese país, que aparece en el libro Abundancia Roja,
del escritor inglés Francis Spufford, cuenta que en abril de 1961 suena el
teléfono en el departamento familiar de Yuri Gagarin, el primer hombre que
viajó al espacio. Atiende su hija: “No, mamá y papá no están en casa –dice–.
Papá está orbitando alrededor del planeta y volverá a las diez. Mamá se fue a
comprar leche y huevos a la mañana, así que nadie sabe a qué hora regresará a
casa”.
Límite de Kessler
“Los estudios sobre economía espacial están viviendo una
edad dorada por la cantidad de temas nuevos que hay”, cuenta ahora a
LA NACION el economista Andrés López, director de la carrera de Economía de la
UBA, quien viene siguiendo esta agenda de cerca y que el último miércoles
publicó un trabajo actualizado con Paulo Pascuini para el IIEP titulado
“Tendencias sobre la economía espacial”.
Los sectores económicos que están explotando en los últimos
meses van desde la producción de distintos alimentos en el espacio hasta la
minería de asteroides. Pero “el” tema de las últimas semanas, para
López, es el del desafío de la basura espacial.
“Se estima que actualmente hay el doble de basura en el
espacio, generada desde la Tierra, que en 2004. Tenemos unos 15.000
objetos en la órbita baja, contra 9000 que había en 2010″, precisa el
economista de la UBA. La multiplicación de residuos hace que estemos más cerca
del denominado “síndrome” o límite de Kessler, planteado en 1978 por el
científico de la NASA Donald Kessler, quien especuló con que a medida que se
suman objetos alrededor de la Tierra las colisiones se harán cada vez más
frecuentes, con lo cual se corre el riesgo de que la capa más cercana del
espacio quede inutilizada si no se toman medidas al respecto.
“No somos conscientes de lo mucho que nuestra vida diaria
depende de servicios que se realizan desde el espacio, como el uso de GPS,
transacciones financieras o monitoreo de clima. Nuestra vida en la Tierra está
tan conectada al espacio que basta una pequeña pieza de residuo para dañar o
destruir estas capacidades que son críticas”, comentó el mes pasado el
empresario Steve Wozniak, el legendario fundador de Apple, en la presentación
de su nueva compañía de software para planificar y controlar la proliferación
de basura espacial, “Privateer”.
Las colisiones ya están ocurriendo y son crecientemente
parte de los guiones de series y películas sobre el espacio (en Gravedad,
estrenada en 2013 y protagonizada por Sandra Bullock, hay escenas muy buenas al
respecto). Los proyectos en distintos países para mitigarlas van desde
la extensión de la vida útil de los aparatos o la recarga espacial de baterías
y combustible hasta una iniciativa de “redes y arpones” de la Unión Europea.
“Hay varias compañías argentinas con buenas iniciativas en
este ámbito”, dice López, y ejemplifica con Epic Aerospace, una startup local
(con operaciones en Buenos Aires y San Francisco) que se dedica a
construir remolcadores espaciales para satélites.
Hay cada vez más economistas trabajando en este desafío,
porque se trata de un típico caso de “tragedia de los comunes”: como
no es un problema de nadie, lo es de todos. Y la solución de finanzas públicas
pasa por cobrar alguna tasa que “internalice” de alguna forma este costo y
disminuya la probabilidad de choques. No vaya a ser que este riesgo arruine las
perspectivas del sexo en el espacio.
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