Creado por el artista Everest Pipkin con el objetivo
de “volver a los inicios salvajes y frescos de Youtube” (allá
por 2006, cuando no estaban tan perfeccionados los algoritmos y herramientas de
edición), el sitio DefaultFilenameTV tiene una consigna clara: mostrar
una sucesión de videos cortos que no haya visto nadie en esta plataforma, o que
haya visto poquísima gente. Un bebé sonriendo en un auto en Helsinki,
un perro ladrando en Bombai, una banda de música de adolescentes en México, y
así, completamente al azar y sin filtro.
Por absurda que parezca, la experiencia puede
resultar hipnótica, tanto como dedicar un momento del día a bucear en
la función random de Wikipedia, que muestra páginas aleatoriamente y muchos
creativos usan como fuente de inspiración, por las conexiones imprevisibles que
se generan. Algo más curada en su “rareza”, la cuenta de Instagram y Twitter
Dephtsofwikipedia (profundidades de Wikipedia) suele hacer foco en anécdotas
disparatadas, leyendas urbanas y “efectos” de psicología experimental.
¿Por qué estos sitios o herramientas pueden resultar, a
veces, tan adictivos? La respuesta tiene que ver con que la curiosidad
es en los seres humanos una necesidad primaria, como el hambre o las
ganas de tener sexo. Fomentarla, ser “curioso sobre la curiosidad” se volvió
también una tarea indispensable en un contexto de cambio acelerado y de mayor
protagonismo de la creatividad (que se nutre de los “puntos para unir” del
conocimiento que recabamos gracias a ser curiosos).
Este aumento de la importancia de la curiosidad contrasta
con el muy escaso contenido académico que hay sobre el tema. “Es
sorprendente advertir cómo, a pesar de que la curiosidad es la fuente
motivacional de la mayor parte de las cosas que hacemos, el número de
académicos que se focalizaron en su estudio es tan pequeño”, dice
Mario Livio, astrofísico y autor de Por qué': Qué nos hace curiosos, un libro
que bucea en el fenómeno desde varios aspectos.
Un experto en este tema, Valentín Muro, quien escribe el
blog y newsletter Cómo funcionan las cosas, cree que esta
subestimación tiene que ver con una entronización a nivel social de la idea de
especialización, “que cuanto menos miremos hacia los costados y menos nos
distraigamos, mejor y más exitosos seremos en muchas disciplinas”.
La curiosidad es un músculo que se puede ejercitar, y
Muro no cree que haya personas curiosas o personas que no lo son, sino que
algunas le prestan más atención a las preguntas que llegan al cerebro y otras
no lo hacen. “Mi hipótesis de trabajo, que analicé con adultos y niños, es que nos
hacemos preguntas constantemente y tendemos a dejarlas de lado. De lo
que se trata es de ejercitar algo que podría ser lo contrario al mindfulness,
donde uno trata de no prestarle atención a los pensamientos intrusivos. Acá es
lo contrario, prestarle atención a las preguntas que nos hacemos y luego
googlearlas o ir a Wikipedia, lo cual nos va a llevar a más preguntas”.
“El crecimiento de la importancia de la curiosidad
contrasta con el muy escaso contenido académico que hay sobre el tema”
Reprimir estas preguntas, sigue Muro, va contra nuestra
naturaleza humana y tiene efectos negativos sobre el bienestar
emocional. Hay estudios concluyentes que ligan esta dinámica al placer de
llenar ese espacio entre lo que sabemos y lo que no sabemos.
Pero hay que tener en cuenta, explica ahora Melina Furman,
especialista en educación y autora de Guía para criar hijos curiosos (Siglo
XXI), que esta brecha tiene que encontrar un punto intermedio: “El
desafío tiene que ser alcanzable. Si nos queda demasiado lejos, nos
desalentamos”, sostiene. En pedagogía este territorio se llama “zona
de desarrollo próximo”, y sobre este concepto hay un capítulo entero en el
libro ¿Cómo aprendemos? (también de Siglo XXI), de Stalislas Dehaene.
Este “punto G” intermedio para estimular la curiosidad o
encender la primera chispa está descripto en estudios recientes de otros
campos, muchos de los cuáles analizan el éxito de la viralización de contenidos
en redes sociales. En Creadores de Hits, el periodista de The Atlantic Derek
Thompson habla de la clave de la “sorpresa familiar” para
explicar el éxito de las canciones, series o películas que se masifican: deben
contener algo nuevo, pero no tanto, y a su vez remitir a algo familiar, que ya
sabemos o conocemos.
Aunque la economía es una de las disciplinas que siempre
empujó hacia la especialización, uno de los académicos que mejor
estudió la agenda de la creatividad es un economista del comportamiento, George
Lowenstein, de la Universidad Carnegie Mellon, quien en 1994 escribió
un estudio sobre “La psicología de la curiosidad”. Lowenstein asegura que la
curiosidad es un motivador potente, y que más que un estado mental es una
emoción que nos lleva a querer llenar los baches de información que tenemos.
Junto a otros colegas realizó varios experimentos que demostraron la
conveniencia de apuntar al medio de la brecha que remarcaba Furman. Por
ejemplo, en un cuestionario se le pregunta a la gente cuánta confianza se tiene
en saber la respuesta a determinadas preguntas, y el entusiasmo mayor posterior
tiene que ver con aquellas cuestiones que no se saben pero que los
entrevistados tenían una idea de cómo podían llegar a ser. Las más ajenas no
encendían la chispa.
“Más que un estado de mental, la curiosidad es una
emoción que nos lleva a querer llenar los baches de información que tenemos”
La curiosidad se puede entrenar y fomentar, según el
economista. Para ello, recomienda una práctica que suelen ejercitar los
publicistas y expertos en innovación: dedicarle tiempo a plantear
buenas preguntas. Las preguntas activan regiones cerebrales distintas
a que las que encienden las frases que no lo son.
En la práctica, conviene enunciar los pendientes u objetivos
para una reunión de trabajo en forma de preguntas y no de frases neutras (¿Cómo
conviene encarar el video de fin de año?, en lugar de “Video de fin de año” a
secas). En 2010, el psicólogo Ibrahin Senay planteó una suerte de “paradoja
de la autodeterminación”: plantearse una lista de pendientes de manera
enunciativa (“voy a hacer ejercicio”, “voy a comer sano”, etcétera) es menos
efectivo que hacerlo en forma de preguntas.
Furman agrega un consejo para ejercitar buenas preguntas,
que trabajó uno de los pedagogos más innovadores del siglo XX, Celestin Freinet: tratar
de buscar, para cualquier contenido que se enseña, cuáles fueron las preguntas
genuinas. Por ejemplo, en vez de preguntar “cuáles son los tres
poderes de un gobierno democrático” (que se responde de memoria), plantear
“¿Qué sucede si alguien se vuelve demasiado poderoso?”.
La buena noticia es que, una vez que se enciende la chispa,
o se estimula este punto G, el mecanismo de retroalimenta. Cuanto más
sabemos, más queremos saber. Como en una isla, el conocimiento
acumulado amplía la superficie, pero eso también hace crecer el contorno de su
límite con el océano de lo que no sabemos.
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